Esta semana ha desaparecido el Ducado de Palma. A pesar de que su valor era vitalicio y graciable [?], la Infanta Cristina ya no podrá decir que es duquesa, y tampoco su consorte Iñaki. Un ducado menos. Y más allá de la oportuna polémica si fue el Rey Felipe VI el que decidió quitárselo a su hermana o fue ella la que lo pidió o si se les ocurrió al mismo tiempo, el asunto me ha servido para encontrar a nuestro secundario de la semana. Busqué un duque que tuviera fama de malo [no me valen los del siglo XX, que ya sé por dónde vais] y enseguida apareció uno de los mayores influencer de su tiempo. Nos rasgamos las vestiduras con los presuntos delitos la ex duquesa de Palma, pero qué diríamos si viviera en la actualidad el primer y mayor especulador urbanístico de España: el primer Duque de Lerma.
FRANCISCO DE SANDOVAL Y ROJAS, I DUQUE DE LERMA (1553-1625). Nació en una familia noble, pero sin grandes riquezas. Cuando digo noble no me refiero a esa virtud que tienen algunos perros que ayudan a sus amos. No, me refiero a que su padre era Marqués de Denia, su abuelo materno era San Francisco de Borja, Duque de Gandía y su tío Arzobispo de Sevilla [Denia y Gandía, la visión urbanística la llevaba en las venas]. Éste último consiguió introducirle en la corte madrileña de Felipe II y ahí llegó a ser menino del Príncipe Carlos [yo nunca incluiría en mi Linkedin eso de haber sido menino].
Sin embargo fue con el futuro Felipe III con el que entabló gran amistad. De hecho, al llegar éste al trono Francisco de Sandoval y Rojas se convirtió en su privado, valido o favorito [denominaciones ambiguas que habrían gustado mucho a los contertulios del Sálvame]. En 1599 es nombrado Duque de Lerma, ducado que nació con él y con sus ganas de mandar. Felipe III decidió delegar todas las decisiones en su mejor amigo y todo se empezó a descontrolar un poco.
En aquel momento, hay que recordarlo, España vivía su mejor momento cultural, aunque lamentablemente no lo sabía. Velázquez pintaba en Sevilla sus primeras obras y Lope de Vega, Góngora y Quevedo se tropezaban con Cervantes por las calles de Madrid. Si había grandes mentes del arte, cómo no iba a surgir también un supervillano del crimen.
La idea para amasar fortuna del Duque de Lerma fue visionaria y de una pericia absoluta. Durante meses adquirió tierras y edificios en la ciudad de Valladolid, pequeña en comparación con Madrid, y después [seguro que con la excusa de que el Pisuerga pasaba por allá] convenció al rey Felipe III de trasladar la corte allí. A Pucela se desplazó el monarca en 1601 junto a toda la nobleza cortesana. Como no tenían acomodo no tardaron en comprar las tierras y palacetes que con gran visión de negocio había adquirido justo antes nuestro secundario. El valor de todo lo comprado se multiplicó y él y sus compinches se hicieron de oro. Eso sí que fue su Siglo de Oro.
La corte permaneció en Valladolid cinco años y luego volvió a Madrid. El Duque de Lerma colocó a sus amigos y aliados en los puestos más importantes de la administración e hizo y deshizo a su antojo. Calculan que su fortuna alcanzó los 40 millones de ducados [hoy los tendría en Suiza].
Pero nada dura para siempre. Pronto sus tejemanejes fueron saliendo a la luz y sus amigos fueron cayendo como si los publicara el diario El Mundo. Sin medias tintas. Su mejor amigo y valido Rodrigo Calderón de Aranda fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621. Cuando vio las orejas al lobo, nuestro secundario elucubró otra hábil maniobra que le salvó la vida: se convirtió en Cardenal. Así lo pidió a Roma y así le fue concedido. Con su capelo cardenalicio volvió a Valladolid donde falleció en 1625.
Una coplilla, surgida de la mente genial y cruel del pueblo, recorrió las calles del Madrid de la época: «Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado». Esa España resignada que se ríe hasta con sus malvados.