No tengo intención alguna de que cada cosa que escriba sobre el Gobierno vaya a tener relación con la serie de Netflix House of Cards. Pero la realidad no deja de ponerme a las puertas de nuestro propio castillo de naipes .
Os advierto de antemano: si no habéis visto la tercera temporada, quizá es mejor que esperéis antes de leer esta columna.
El último gran parecido entre la serie de Beau Willimon y la realidad lo ha desvelado nuestra compañera Ana Tudela, que en un magnífico reportaje nos explica cómo el Gobierno de Mariano Rajoy ha asaltado la hucha de la Seguridad Social para crear empleos bonificados. Empleos que se están utilizando como herramienta electoral de cara a las múltiples citas con las urnas que se avecinan. ¿Conclusión? Una parte del precio para poder hablar de recuperación económica lo están pagando nuestros mayores y nuestro un sistema de pensiones. Una alcancía que lleva ya un tiempo boca abajo.
En House of Cards, al flamante nuevo presidente de EEUU, Frank Underwood, también se le ocurre la idea de redirigir fondos estratégicos para generar trabajo. En su caso, se trata de crear empleos utilizando dinero procedente de la agencia federal estadounidense de gestión de emergencias, FEMA, bajo el lema America Works. ¿El precio? 500.000 millones de dólares. ¿Su pretexto? Que el desempleo es una catástrofe con efectos más dañinos que los de un huracán o un terremoto. Algo que en España tendría incluso más sentido si pensamos en el drama que supone nuestra tasa actual de paro juvenil.
Lo cierto es que la idea de utilizar fondos estatales para fomentar el empleo, que en la serie se nos presenta como una apuesta peligrosa que eleva lo keynesiano a lo diabólico, no es ni mucho menos ajena a las propuestas de muchos de los partidos que se disputarán el poder local y nacional durante los próximos meses en nuestro país. Nuestros políticos tienen todo tipo de ideas para jugar con tu nómina, ya para quitarte o para ingresarte dinero. Es una práctica perfectamente asentada en nuestro imaginario colectivo.
Muchas de las propuestas, pasadas y presentes, de los partidos que concurrirán a las próximas elecciones pasan por reducir las cotizaciones a la Seguridad Social, por complementar con dinero público los salarios privados o con alguna forma de renta básica en la que ni siquiera prima la creación de empleo, sólo estar vivo y tener un DNI en vigor.
Cualquiera de esas alternativas puede parecernos o no válida, en función de cuál sea nuestra forma de pensar o el papel que creemos que debe tener el Estado. Lo que no es aceptable es establecer vasos comunicantes donde no deberían existir. Si le digo a mi hija de cinco años que todo el dinero que mete en su hucha se va a dedicar a pagar sus estudios universitarios en el futuro, no es de recibo asaltar el cerdito por las noches porque no tengo dinero para pagar la guardería de su hermano. Quizá, en ese caso, lo más razonable sería haber cancelado la televisión por cable o beber menos cerveza.
Porque la idea de que un señor entre a coger dinero de una caja que no es suya prometiéndose a sí mismo que algún día lo devolverá, seguro, que en realidad no es más que un préstamo, es más propio de un yonqui de los de chándal de táctel y jeringa en astillero que de todo un un Gobierno de España.