(Casi) todo el mundo tiene un tipo de juego preferido. Hay gente que no puede vivir sin un rato diario en su MMORPG de turno, los hay de juegos plataformeros, de su partida al FIFA (o al Pro, vale), o de Call Of Duty (o Battlefield, vale también). Lo mío son los son los sandboxes.
Después de meterme del tirón Fallout 3, Fallout: New Vegas, Oblivion y Skyrim (no me pregunten en qué orden, de eso hace ya un par de años o tres), fui a mi tienda Game a hablar con Javi, mi traficante particular de videojuegos. Me recomendó dos: Red Dead Redemption y Far Cry 3. Del RDR ya hablaremos otro día, baste decir que está sin dudarlo un momento en mi Top 10. Y Far Cry 3 fue una apuesta a ciegas fiándome del criterio de alguien que no suele fallar.
Lo primero que me llamó de Far Cry 3 fue la portada. La cara del tipo de la cresta daba mal rollo. También me recordaba a Michael Mando, el actor que hace de Vic en Orphan Black (que, por cierto, es el actor de doblaje del personaje), pero ese es otro cantar. Dicen que un héroe es tan interesante como lo son sus antagonistas, y este pirata del Pacífico con pinta de psicópata llamado Vaas Montenegro me llamaba mucho la atención. La historia del juego no está mal, aunque no sea para tirar cohetes. Jason, un tipo normal, se ve metido sin comerlo ni beberlo en un jaleo que convierte su vida en un infierno, y lo que tenía pinta de ir a ser unas vacaciones de juerga 24/7 acaba convirtiéndole en una máquina de picar carne. Y por el camino, el típico millón de misiones secundarias y farmeo recogiendo plantas de distintos colores para hacer jeringuillas que mejorarán temporalmente habilidades del personaje, pieles de animales a los que daremos caza para fabricar bolsas que aumenten nuestra capacidad de munición, dinero y objetos varios. Lo dicho, originalidad bastante limitadita pero un juego extremadamente adictivo.
Y pasa el tiempo y anuncian Far Cry 4. Y como el 3 me había encantado, el 4 era un must. Hasta que veo la portada. Y en lugar de un tipo malrollista e hipnótico que parece estar diciéndote «el abismo te devuelve la mirada», nos encontramos con un personajillo vestido de rosa con un peinado ridículo a lo Zorg de El Quinto Elemento, el personaje interpretado por Gary Oldman.
Pero bueno, un voto de confianza. Las alrededor de 50 horas empleadas en FC3 lo merecían. Y en esta ocasión, Ubisoft no ha pinchado.
A diferencia de la entrega anterior, el principio de Far Cry 4 no es juerga y cachondeo. Nuestro protagonista, Ajay (nada que ver con el Jay de FC3 más allá del parecido en los nombres), viaja a Kyrat, un país en el Himalaya, a tirar las cenizas de su madre en su tierra natal. Y nada más entrar en el país nos encontramos con una guerra civil entre el rey Pagan Min (nada que ver con el rey birmano del S.XIX más allá de la coincidencia de nombres) y los rebeldes de la Senda Dorada. Y oye, que cuando te encuentras con él ya no parece tan ridículo. Sí, de aspecto extraño, pero también educado y con un puntillo de psicopatía que lo hace interesante. Y en la presentación del juego nos hace saber que conocía a la difunta madre de Ajay, pero tampoco nos dice de qué…
Pagan Min es un tirano violento y endiosado. Gobierna con puño de hierro y propaganda en mano. Allá por donde vayamos nos encontraremos con sus soldados, que no dudan en coser a balazos a todo lo que se les ponga por delante, y con emisiones radiofónicas y carteles ensalzando las virtudes de tan justo gobernante. Vamos, un Kim Jong Un tibetano. Evidentemente, es el malo de la historia. Así que inmediatamente nos ponemos en su contra en la guerra, a la que nos vemos arrastrados sin quererlo… pero no terminan ahí las elecciones. La Senda Dorada no presenta un frente unificado. Hay dos bandos entre los que tendremos que elegir, tradicionalistas y radicales que quieren derrocar al tirano a cualquier precio. Y a lo largo del juego tendremos que ir haciendo diversas elecciones morales que definirán a cuál de los finales múltiples llegamos.
Pero entonces, ¿a qué viene ese «mas de lo mismo»?
Pues a que aunque el trasfondo no tiene nada que ver con FC3, la dinámica de juego y el entorno en el que nos movemos es idéntico. ¿Que queremos una jeringuilla de las de recuperar salud? Pues a buscar dos hojas verdes en el mapa y crearla. ¿Y si no tengo jeringuillas de salud? Tranquilo, aprieta el botón de curar y verás como el personaje se venda un brazo, se recoloca un hueso o se hurga en una herida exactamente igual que en el 3. ¿Que nos vamos a una zona de caza y no vemos a los animales que buscamos? A pincharse una jeringuilla de caza para que nos aparezcan marcados. ¿Y cómo se abren las partes ocultas del mapa? Yendo a una torreta radiofónica medio en ruinas y trepando hasta la cumbre, subiendo por las mismas cuerdas colgadas de un nivel a otro. ¿Y si ya llevas demasiados objetos encima y no puedes recoger más? Abres el menú, vas a «Creación» y miras cuántas pieles de qué animales necesitas para aumentar la capacidad de la bolsa. ¿También están las bases de los piratas que tendremos que capturar? También, también, y con animales enjaulados y todo. Es que es el mismísimo juego con un trasfondo distinto.
Entonces, ¿qué? ¿decepción?
Hombre, se lo podían haber currado un poquito más en originalidad. Pero es un juego tremendamente entretenido, de esos que te pones a jugar un ratillo y cuando te quieres dar cuenta se han pasado tres horas. Eso no lo consigue cualquiera, así que de decepción, nada.