Este fin de semana se cumplen dos años desde la espectacular caída de Gowex, la compañía de wifi gratuito que se convirtió en uno de los grandes bluffs de la historia empresarial de este país. Los compañeros de ‘El Confidencial’ han publicado un magnífico resumen de cómo ha quedado la situación, que podemos simplificar con la manida cantinela de lo lenta que es la Justicia en este país. ¿Juicio? Para 2017, con suerte.
Si el viernes se celebró el aniversario de la publicación del informe de Gotham que dio al traste con Gowex, el próximo miércoles habrán pasado dos años desde que Jenaro García, el capo, abandonó cualquier intento de justificar sus actividades y reconoció que su particular gato no era de Schödinger. Era, simplemente, un minino muerto y apestoso dentro de una caja de cartón.
Si algo hice mal en el caso Gowex fue no destaparlo. No me siento muy culpable, teniendo en cuenta que también fracasó el regulador, fracasaron los analistas y fracasó la profesión periodística en pleno. Si algo hice bien fue ser de los primeros en escribir sobre la historia dando por probado que había serias irregularidades en la gestión. Cuando lo hice, numerosos periodistas y casas de análisis aún afirmaban que era todo un montaje contra Gowex -y también lo era, una cosa no quita la otra-.
Todavía recuerdo una conversación con un analista bursátil que me explicó los mecanismos de las penny stocks, del mecanismo del pump and dump, de las chop stocksy de muchas otras cosas que luego aparecieron reflejadas en El Lobo de Wall Street.
De aquella época recuerdo, especialmente, un comentario que nunca se me ha ido de la cabeza. «Gowex hubiese podido funcionar, eso es algo que la gente no dice a menudo. Inflaron sus cuentas, pero facturaban. Muchas empresas de ese tamaño habrían sobrevivido utilizando el dinero que atraían de los inversores para comprar otras pequeñas empresas, disimular poco a poco las debilidades de su balance con facturación real de otras compañías y, con suerte, realizar alguna gran adquisición de una empresa sólida que terminase de cimentar el perímetro del grupo».
¿Por qué no dio Gowex estos pasos antes de que fuera demasiado tarde? En aquella época, gente muy cercana a García me habló de uno de los rasgos principales del personaje: una cierta megalomanía. Como un ciclista dopado que se niega a consumir agentes encubridores porque, en cierta forma, no termina de creerse que lo que está haciendo sea ilegal.
Lo mejor del caso Gowex, visto con perspectiva, es que me hizo reflexionar sobre mi papel como periodista y reforzar aún más mis controles mentales a la hora de creerme las mentiras que me cuentan. Si bien, afortunadamente, hay suficientes directivos honestos como para hacer que mi vida no sea un infierno, en ocasiones te encuentras con lo contrario. Con gente obstinada en mentirte sistemáticamente para que no indagues demasiado y empeñada en que te limites al canapé y a la palmadita en rueda de prensa. Que te conformes con albergar dudas pero no las investigues ni hagas público lo que vas descubriendo.
Me sirvió para darme cuenta de que, muchas veces, los grandes escándalos ya son públicos. Cuando entré a trabajar en la sección de empresas de Europa Press, hace ya más de diez años, recuerdo lo que me dijo mi compañero Mariano al preguntarle por la credibilidad de una «asociación de consumidores» que se hacía llamar Ausbanc. «Es un chiringuito que se dedica a chantajear a las empresas para que no les den caña en sus publicaciones», me dijo. También me explicó su relación con Manos Limpias. No recuerdo si fue entonces cuando aprendí por qué se les llamaba «pseudosindicato» o si eso vino después. Si no se llegan a meter en la acusación contra la Infanta, hoy no estarían en los titulares, sino a lo suyo, crujiendo al pobre BBVA y besándo tiernamente al Santander -adivine el intrépido lector quién pagaba protección-.
Una cosa que siempre decía mi compañera Ana Tudela en el tiempo en el que estuvimos trabajando juntos en SABEMOS fue que, con tantos medios de todo tipo, al final es muy difícil que no haya nadie que no mire en una dirección concreta, que no analice un caso específico. Muchas veces, el exceso de medios genera ruido, pero es un pequeño precio a pagar a cambio de que el Cuarto Poder tenga ojos en todas partes y, con el tiempo, a cada Gowex le llegue su San Martín.