Grecia afronta estas próximas semanas con la espada de Damocles de que pueden ser las últimas para encontrar una solución viable a las negociaciones provocadas por el Gobierno de Tsipras. La posición de los socios europeos e instituciones como el FMI es inflexible, y los helenos se enfrentan a un escenario de rendición total o incluso de salida del euro.
Grecia se encamina a velocidad de crucero a un punto en el que ninguno de los escenarios será bueno. Quizás, ni siquiera aceptable. Las negociaciones llevadas a cabo por el Gobierno de Alexis Tsipras desde febrero siguen lejos de llegar a un acuerdo aceptable para los griegos, y cada vez son más los actores del mercado que asumen la posibilidad real de que el país heleno salga del euro, o continúe pero con una moneda propia.
La extensión de las negociaciones tocará a su fin en junio, que será cuando la extensión del programa de ayuda europeo toque a su fin, y Grecia se enfrente a la bancarrota. Estos meses ya han supuesto todo un desafío de tesorería para el ejecutivo de Atenas, tras haber logrado «encontrar milagrosamente» dinero hasta «debajo de los cojines del sofá» [tal cual lo han definido desde el banco Suizo UBS] para afrontar sus pagos hasta el mes de mayo. Tras la reestructuración de la deuda de 2012, la inmensa mayoría de las obligaciones del país heleno está en manos de los socios europeos o del FMI. Pero estos se están mostrando inflexibles y en ningún caso aceptarán una quita de la misma.
El ahogo presupuestario griego es la soga con la que las autoridades (FMI, BCE y CE) presionan a Grecia para que siga adelante con su programa de reformas. Ése que el Gobierno de Tsipras prometió no acatar. Tal como muestran las proyecciones de los analistas del think tank europeo Bruegel, solo en junio y julio el ejecutivo del ministro de Finanzas Varoufakis se enfrenta a pagos de unos 9.500 millones de euros (ver gráfico inferior). El organismo antes conocido como Troika asume que Grecia acabará cediendo (no tiene recursos para atender sus pagos), pero… ¿Y si no?
El caos, o el caos
Aunque no faltan voces (como el recién estrenado portal Politico.eu) que consideran que una hipotética resolución desordenada de la crisis griega (con el país heleno desatendiendo sus pagos, y creando una moneda propia) podría desencadenar una nueva crisis financiera internacional mayor aún que la de Lehman Brothers, lo cierto es que las circunstancias son muy distintas. Antes de 2012, una gran parte de la deuda pública griega estaba en manos de bancos alemanes y franceses. El propio expresidente del Bundesbank reconoció que el rescate a Grecia fue, en gran parte, un rescate a los sistemas bancarios de Francia y Alemania.
Hoy la situación no tiene nada que ver. Los dueños de la deuda griega ahora son los estados miembro de la zona euro y el FMI. Son organismos que han de responder ante sus accionistas: contribuyentes y opiniones públicas que, en principio, serían reacias a costear el agujero griego. Sin embargo, no están claras las implicaciones sistémicas de un default de Grecia. Un impago total por parte de Grecia implicaría unas pérdidas de unos 85.000 millones de euros para Alemania, 64.000 para Francia, 56.000 para Italia y 38.000 para España, según cálculos del instituto IFO alemán. La diferencia, sea como fuere, sería más o menos la misma tanto si Grecia permaneciera como si abandonara el euro. Está por ver cómo estos aumentos repentinos de las pérdidas afectarían a las cuentas y los ratings de los estados y, por conisguiente, a los bancos que tuvieran deuda de los mismos.
El mayor peligro estaría, tal como indica el corresponsal de El Mundo en Bruselas, Pablo Rodríguez Suanzes, en el hipotético pánico que podría provocar en los mercados el hecho de que hubiera un precedente de salida del euro. Esta posibilidad, a pesar de la crisis vivida desde 2011, no ha sido realmente tenida en cuenta por los inversores, y no se puede prever la reacción de los mismos a una nueva realidad con un euro rompible.
Los escenarios para Grecia, tal como contempla el economista griego Theodore Pelagidis (en un artículo para el think tank Brookings), son todos malos o conllevan una buena dosis de frustración para la ciudadanía. Este académico cree que el escenario más realista pasa por un fin de semana «dramático» tras el que Tsipras y los suyos renuncian a su programa y asumen la doctrina de la troika. El otro escenario, el de la implosión doméstica, y al que le da una probabilidad del 75%, supone la no aceptación de las condiciones de los socios europeos y la puesta en marcha de un país «solo en casa». En la medida que en este escenario es necesario un estado fuerte, una bancarrota dentro de la zona euro significa que el Gobierno se encuentra a si mismo en una situación desesperada e igualmente se rinde al cabo del tiempo a sus acreedores, «o convoca elecciones en un ambiente de pánico y control de capitales», vaticina Pelagidis.
Más optimistas, dentro del realismo general, son los analistas de Bruegel, que creen que incluso en el peor escenario (un impago monetario de Grecia), el país contaría con activos fiscales suficientes como para atender a sus obligaciones. Según cálculos de su investigador, Zsolt Darvas, el Estado Heleno contaba a 31 de diciembre de 2014 con 86.600 millones de euros en activos. «Incluso si esos 86.600 millones se hubieran depreciado en una o dos docenas de miles de millones, e incluso si no todos esos activos pudieran ser utilizados fácilmente como medio de pago, hay aún un monton», sostiene.