Durante su primer mes de vida, SABEMOS ha intentado señalar algunos de los problemas de la política y la economía españolas. Dentro de una semana, los electores se van a enfrentar a las urnas por segunda vez en lo que va de año para elegir a quienes tendrán que poner en marcha las soluciones.
En la serie británica The IT Crowd, los protagonistas, responsables del servicio técnico de una gran compañía, tenían una respuesta predeterminada para cada empleado que llamaba para preguntar por un problema técnico: «¿Ha probado a apagar y volver a encender el ordenador?«. Lo repetían con tono monocorde, cansado, conscientes de que, en informática, a veces los ordenadores terminan por fallar simplemente porque llevan demasiado tiempo encendidos. Y la política española es una gigantesca computadora que lleva en marcha desde la Transición.
La alternancia democrática ha sido la solución que hemos utilizado hasta ahora, el equivalente político a apagar y volver a encender el país. ¿Tenemos un problema de corrupción? Pongamos al frente del partido a caras nuevas que aún no hayan tenido tiempo ni oportunidad de corromperse, pero sin transformar las estructuras internas que están en el origen del mal. Mientras tanto, permitamos que los viejos jefes del partido ocupen cargos en consejos de administración de cotizadas. Y, mientras tanto, utilicemos a discreción la mano en la nuca de la Justicia. ¿Tenemos un problema de deuda? Acusemos a quienes nos precedieron en el cargo de haber gastado de forma irresponsable y confiemos en que nadie se fije demasiado en la maldita hemeroteca. ¿No hay forma de desmantelar las redes clientelares? Cambiemos sus malas hierbas por las nuestras. ¿Está nuestra productividad por los suelos? Podemos poner todas nuestras esperanzas en que la economía crezca mágicamente, empujada sólo por la demanda.
Con estas soluciones nuestro ordenador quizá arranque y, durante un tiempo, siga funcionando. Pero no tardará en darnos problemas: los programas funcionarán, pero a trancas y barrancas, y los virus seguirán campando a sus anchas, esperando su oportunidad para hacer de las suyas. Y así será mientras se pospongan las decisiones realmente difíciles para otro momento que nunca llega.
Reiniciar el ordenador es la solución más sencilla. Pulsas un botón y resuelves la ecuación. Todo lo demás lleva demasiado trabajo. Para colmo, mucha gente ha creído durante años que no había más que una solución posible. No es cierto. Hay veces que todo puede solucionarse abriendo el ordenador y limpiando de polvo la placa base.
Pero a estas alturas ya no valen los apaños: España se ha quedado sin alternativas. Apagar y encender el equipo, simplemente, ha dejado de funcionar. Las cifras de paro son una vergüenza, la productividad es un problema endémico que no responde a los ciclos de crecimiento y el empleo que estamos generando es de una calidad discutible. Para colmo, la corrupción ha sido un virus que ha estado demasiado enraizado en el sistema, hasta tal punto que, a menudo, incluso los culpables se han visto incapaces de reconocer siquiera que hayan hecho algo mal. Lo peor no es cometer una falta de ortografía, es no conocer las reglas lo suficiente como para aceptar que has cometido un error y, por lo tanto, no avergonzarse siquiera por él. Hemos caído en el analfabetismo ético y «se ha hecho así siempre» se ha convertido en la fórmula preferida para no decir «siempre se ha hecho mal». «Meritocracia» suena a enfermedad y «obediencia», a virtud.
La única gran ventaja de la situación actual, con un pantallazo azul de la muerte en el monitor nacional, es que el verdadero cambio es una obligación. Los nuevos partidos persiguen la transformación radical de elementos básicos de nuestra convivencia. Los partidos tradicionales se están viendo obligados a regenerarse a toda velocidad para afrontar el reto que estos les presentan. En el PSOE, quizá algún día sea verdad esa frase sobre cómo es un partido incompatible con la corrupción. Mientras, en el PP, muchos admiten que existen posibilidades de perder uno de sus feudos, la Comunidad Valenciana, e incluso reconocen que estar una temporada en la oposición quizá no sea una idea tan horrible. Nadie quiere perder poder, pero las voces con voluntad de cambio en estos partidos creen que seguir negando las acusaciones de los nuevos contendientes en vez de lidiar con ellas sólo agrava el problema. Porque, si no hay cambios, quizá la próxima en caer sea Madrid. Los resultados publicados hoy por Metroscopia en El País sobre los resultados en la capital son un jarro de agua fría para las aspiraciones de socialistas y populares.
Con independencia de si Podemos o Ciudadanos consiguen grandes éxitos o sólo pequeñas victorias, entre ambos partidos van a tener en sus manos las claves de la gobernabilidad en España. Y que nadie dude que, entre otros cambios, van a forzar un cambio en las leyes electorales. Esto, por sí mismo, supondrá una mutación radical en la forma de entender la política que hemos conocido hasta ahora. ¿Más diputados para dotar de representación a más partidos? ¿La eliminación del porcentaje mínimo para que los votos cuenten? ¿La reducción, de dos a uno, de los escaños básicos por provincia? ¿La introducción de listas abiertas? Lo radical es atacar la raíz de los problemas. Y todo apunta a que veremos cambios de este tipo, gobierne quien gobierne.
La próxima legislatura va a ser apasionante. Vamos a disfrutar de debates encendidos, de decisiones polémicas, de un alto nivel de discusión para aprobar cada ley y cada Real Decreto. Los partidos elegidos por los ciudadanos tendrán que luchar escaño a escaño, comunidad a comunidad, ayuntamiento a ayuntamiento, pulgada a pulgada, para hacer que cada norma salga adelante.
Comisiones de investigación que investiguen, parlamentarios que parlamenten, representantes que representen. Todo está a punto de cambiar. Y quien se sienta amenazado por esta transformación o tema por una italianización de nuestra política, sólo tiene que mirar hacia atrás, a lo que ha sido el último lustro, y preguntarse si, como democracia, aún podríamos hacer peor las cosas. El dicho, mil veces atribuido por error a Einstein o a Mark Twain, de que la definición de locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando un resultado diferente, no siempre es cierto, pero mucha gente estará pensando en él durante esta semana clave.
Con el rodillo de las mayorías absolutas aplastado por las urnas, con el ordenador limpio de virus, con todos los partidos, nuevos y viejos, regenerados y dispuestos a debatir en lugar de imponer criterios y políticas, con obligaciones de transparencia que hagan las veces de antivirus y una sociedad civil más concienciada que nunca para garantizar que las reglas, esta vez sí, se cumplan, podremos decir que hemos arreglado el ordenador y le hemos puesto un nuevo sistema operativo. O, incluso, que nos hemos comprado uno diferene y tirado el antiguo, que ya iba siendo hora.
O eso, o volvemos a apagar y encender el ordenador.
Foto: Taber Andrew Bain en Flickr