“Desgraciado el país que necesita héroes”, decía Bertolt Brecht. No sé el país, pero el individuo , la sociedad y la humanidad, en general, precisa de ellos. Tenemos una apremiante sed de héroes que solo puede explicarse por una larga travesía por un desierto inhóspito habitado por personajes triviales, mediocres y superficiales que hacen de la frivolidad y la inutilidad su único estandarte.
Con el permiso de Brecht, yo soy más de Bette Davis: “volvamos a esos días felices en los que había héroes”. Pero de los buenos, de los de verdad, de los útiles, de los que convierten el gris en una gama de colores. Los héroes de aspecto normal, de comportamiento sencillo, cercano, independientemente de la hazaña que consigan. Ellos nos gustan, nos reconfortan, nos hacen sentir bien, nos arrancan una sonrisa y nos despiertan un sentimiento de orgullo que aunque dure poco, porque nada es para siempre y lo bueno suele perder el pulso a la eternidad, sin embargo compensa en intensidad.
Pau Gasol se ha convertido en el héroe por un día gracias a su proeza en las semifinales del Eurobasket . Con esa humildad que le engrandece ( si es que eso es posible) , similar a la de su amigo y compañero de fatigas épicas, Rafael Nadal, dijo que había sido un trabajo de todos, al más puro estilo Mahatma Gandhi: “Dicen que soy héroe; yo débil, tímido, casi insignificante, si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos”. Y esa humildad de héroe contrasta con la instrumentalización que algunos hacen de ellos.
La utilización de los héroes es otro cantar y normalmente, desafinado hasta el punto de hacer daño al oído. Después de ver la proeza de Paul Gasol, hemos estado próximos a sufrir una otitis de caballo. Creo que no he escuchado tantas veces decir, una y otra vez, con el mismo deje cansino de Matías Prats con el “permítame que insista”, que Paul Gasol es catalán y que eso nos llena de orgullo a los españoles, que es tanto como comenzar una novela escribiendo: “Era de noche, y sin embargo llovía”. Como si una cosa tuviera que ver con la otra, como si lo primero objetara a lo segundo.
Supongo que estos héroes con notoriedad pública están acostumbrados a que el resto no esté a su altura, y más en el caso de Gasol. Están más familiarizados con el espectáculo, cosa que no siempre ocurre con los héroes anónimos.
“A menudo los héroes son desconocidos”, decía el escritor británico Benjamin Disraeli. A menudo suele ser casi siempre. Dicen que por cada medalla concedida, mueren cien héroes anónimos, y seguramente nos quedamos cortos.
Es cierto que tendemos a confundir conceptos. El niño Zaid, a cuyo padre la reportera Petra Laszlo le puso la zancadilla más viral de la historia, ha tenido la oportunidad de conocer a quien considera su héroe, Cristiano Ronaldo. Quizá sea demasiado pequeño para entender que su verdadero héroe es el hombre o los hombres que han hecho posible su llegada a España. El director una escuela de entrenadores de futbol y el periodista que escribió su historia en un diario. Los héroes anónimos venden menos, pero valen mucho más.
“Enséñame un héroe te escribiré una tragedia”. Lo decía alguien que escribía como un héroe, Francis Scott Fitzgerald. Nos pueden las tragedias, las hondas, las desgarradas, las griegas. Sobre todo si podemos escribir sobre ellas y sus protagonistas. No es que sea malo ni bueno, simplemente es. Hoy en día, en los medios de comunicación faltan héroes de verdad, de largo recorrido, y sobran ídolos con pies de barro. Sobre todo los prefabricados descaradamente y siempre en beneficio de un tercero. Sobran políticos metepatas, oportunistas varios disfrazados de salvadores de la patria, famosos de cuarta viviendo de las miserias humanas, casi siempre inventadas, payasos sin oficio ni beneficio que ocupan y copan portadas, titulares y que, amparados en la valentía y desfachatez que da la ignorancia, se atreven a evangelizar sobre moralidad y ética.
Cuando las portadas se llenen de los nombres y las fotografías de los científicos que investigan la cura del el cáncer , médicos que salvan vidas, los heroicidad tendrá otro color. Quizá en esa dirección iba la propuesta del filósofo y activista Noam Chomsky, quizá mucho más práctica pero menos vistosa: “No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos estar buscando buenas ideas”.
Los verdaderos héroes, en sus distintas disciplinas, como el neurólogo Oliver Sacks, Paul Gasol , el piloto del vuelo 1549 de la aerolínea US Airways, Chesley Sullenberger, que en 2009 logró aterrizar un avión sobre las aguas heladas del río Hudson de Nueva York, después de que unas aves se colaran en los motores de la nave y los paralizaran, evitando una tragedia humana, o Álvaro Iglesias Sánchez, el estudiante de 20 años que el 6 de abril de 1980 salvó la vida de varias personas en el incendio de una vivienda en el numero 7 de la calle Carranza de Madrid, perdiendo la suya, son flor de un día. En la mayoría de los casos, su hazaña ni siquiera resiste el sueño de una sakura, más allá de una placa en una calle de Madrid o, si tiene suerte, como el comandante Sully, Clint Eastwood se interesará por su historia y hará una película que quedará para la posteridad. Eso diferencia a los héroes auténticos de las copias falsas de cartón piedra que tanto proliferan y vemos a diario.
Sin duda, necesitamos héroes. Como decía Ernesto Sábato en sus memorias Antes del Fin, “no se puede vivir sin héroes, como tampoco se puede vivir sin mártires ni santos” . Pero esforcémonos en el casting, que hay mucho actor malo que se cuela enseguida en un reparto y arruina una película.