La camiseta está adquiriendo estatus de bandera. Pero de bandera de verdad, de la que los estadounidenses colocan en el jardín de su casa porque les sale de dentro , sin que nadie se lo pida, no de la bandera que prostituyen los que exhiben más querencia anatómica por Bob Esponja que por la genética gentilicia, como el presidente de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, que se siente más próximo al ADN francés que al español.
Supongo que lo diría por proximidad física a Gerard Depardieu, y no a Alain Delon o Gerard Lanvin, aunque la ceguera y, en algunos casos, el encefalograma plano, es muy atrevido. Igual de atrevidas que lo son algunas camisetas que visten algunos entre la desidia y la ignorancia, y que sin saberlo abren debates, siembran polémicas y se convierten en fenómenos virales.
Esta semana, para pasmo de todos, un jugador del Real Jaén, Nuno Silva, acudió a su cita con la prensa con una camiseta en la que aparecía la imagen de Francisco Franco, con boina incluida. Yo creo que este detalle fue lo que confundió al jugador, que vio una boina en una camiseta y pensó que sería el Ché Guevara en un día malo. Dice que no conocía el grueso de la historia de España. Ni el grueso ni el somero. Ni la conocía él ni parece que lo hiciera nadie del Real Jaén, a no ser que algún lumbrera previera la oleada mediática que se levantaría.
Lo lógico es que antes de ponerte la camiseta con la cara de alguien impresa en ella, uno sepa quien es, más que nada por evitar hacer el ridículo, que te corran a gorrazos, o que tengas que salir por piernas de algún lugar.
Cualquier despropósito como el eccehomo de Borja, a cuya autora, Cecilia Giménez, un publicista estadounidense le ha compuesto una ópera basada en el dislate de su restauración, cabe en una camiseta. Cuanto mayor sea el disparate, más posibilidades de acabar en la pechera de una camiseta y convertirse en el centro de atención cuando no en fenómeno viral. Que se lo digan a Mónica Oltra, que de bufón en las cortes valencianas por vestir camisetas con lemas en contra el entonces presidente valenciano, tipo “Wanted, only alive” sobre la foto de Francisco Camps, o “No nos falta dinero nos sobran chorizos”, ha pasado a ocupar la vicepresidencia de la Generalitat . Una muestra más de la que moda marca tendencia.
Las camisetas se han convertido en una declaración de intenciones, en un estandarte social
Las camisetas se han convertido en una declaración de intenciones, en un estandarte social, en un gran panel publicitario , en un soporte envidiable a la hora de vender un producto, en la pancarta perfecta para cualquier reivindicación. Son portadoras de mensajes cortos, directos, impactantes, muy de la era de los 140 caracteres tuiteros que toman el pulso de la actualidad.
La camiseta es lo más parecido a un lienzo en la época 2.0. Antonio Saura decía que “el lienzo es un campo de batalla interminable” y eso es lo que representa esta prenda de vestir hoy en día. El germen de todo esto supongo que está en el hombre anuncio que solíamos ver recorriendo las calles de las ciudades y que todavía se puede ver en algunas localidades, desde que el negocio del “Compro Oro” volvió a resurgir a raíz de la crisis.
Pero conviene normalizar la obsesión por las camisetas con mensaje. Una camiseta no es como la presidencia de los Estados Unidos a la que, según dicen, puede llegar cualquiera, como una forma de enfatizar que son la verdadera tierra de las oportunidades. Hace un tiempo, el frontal de una camiseta estaba reservado para ídolos, personajes ilustres, ejemplos a seguir y personas a las que admirar. Ahora ya sale cualquiera. Seguro que a estas horas ya hay alguien luciendo una camiseta con la imagen de Cecil, el león de Zimbabue que un cazador estadounidense mató en una cacería después de pagar 50.000 euros, tal y como llevan haciendo décadas cazadores, empresas turísticas y todo con el beneplácito y las facilidades del país que acoge el safari y sus cuantiosos beneficios. Pero algunos parecen haberse enterado ahora porque un dentista de Minnesota ha matado a un león. Aunque a estas alturas, quien parece tener más interés mediático es el propio cazador al que han llegado a amenazar de muerte. La Justicia de los Estados Unidos ya investiga la muerte de Cecil y ha pedido al cazador “que nos contacte de inmediato”. Ya podía la Justicia estadounidense haberse dado tanto aire con el asesinato del cámara español José Couso a manos de un miembro de su Ejército durante la invasión de Irak en 2003.
Quizá se nos esté yendo un poco el concepto de humanidad y tengamos algo afectada la perspectiva global. Lo que hizo el cazador es tan detestable y censurable como la oleada de odio y venganza que se ha despertado contra él, por no hablar de la exagerada reacción de algunos que rozan la tontería supina sin el menor sentimiento de vergüenza. Si estuviéramos en la Roma de los gladiadores, algunos ya estarían en el Coliseo con el pulgar hacia abajo finiquitando la suerte de este hombre, incluso mucho antes que la del león.
El que seguro que no aparece en ninguna camiseta es el inmigrante muerto hace unos días en el Eurotúnel. Se ve que no ha despertado el mismo interés. El universo viral parece más interesado en la política de safaris que en la migratoria. El personal se ha conmovido más por la vergonzosa muerte de un león en Zimbabue que por la de un inmigrante a las puertas del Reino Unido. Y mira que al campamento de inmigrantes de Calais, donde aguardan miles de personas para dar el salto a través del Eurotúnel, ellos mismos lo llaman la jungla . Pero ni con esas. Cecil les supera, quizá por él no se atrevió a moverse de su hábitat.
El único riesgo que corre una camiseta es que se convierta en un contenedor de personajillos varios y la mayoría sin mérito alguno. Se ha pasado de portar en la pechera la imagen de Bob Marley , Ché Guevara o Mafalda a otro tipo de personajes como el Chavo Guzmán o incluso el indeseable Miguel Carcaño. A la gente le da por admirar cosas muy raras. Los ídolos definen a una sociedad y las camisetas también. Ya lo advirtió Umberto Eco: “Sabiduría no es destruir ídolos, sino no crearlos nunca”.
No sé si en época de Gustave Flaubert se estilaban las camisetas , creo que no. Y aún veo menos probable que el escritor francés cayera en el autobombo de plasmar en ella el nombre de su novela, Madame Bovary, aunque teniendo en cuenta su pasión por la palabra exacta, precisa y escrita con propiedad, él se hubiera decantado por un tatuaje textil más propio, algo así como le mot juste (la palabra justa). Pero de ídolos sí que sabían en el siglo XIX , y de la ausencia de ellos, mucho más. “Si la sociedad sigue a este paso creo que veremos místicos otra vez, como los hubo en todas las épocas oscuras. Y la humanidad, como la tribu judía en el desierto, se pondrá a adorar a toda suerte de ídolos”. Todo un visionario Flaubert.
Imagen | Flickr – Marina del Castell