La capacidad de Paco Roca para narrar y hacer emocionante lo cotidiano está ya fuera de toda duda. Como decía Raúl Minchinela en Twitter acerca de esta misma novela gráfica, Roca es especialista en “ dar epica al costumbrismo ”: lo habitual, la normalidad se convierte en manos del autor valenciano en toda una aventura.
Y del mismo modo que en sus Memorias de un hombre en pijama y exitosos derivados extrae comedia de su propia vida de sedentrismo y apatía, tanto en Arrugas como en La casa descubre un rango de emociones variadísimas en algo tan aparentemente estático como los últimos años en la vida de uno o varios ancianos.
En este caso, en realidad, ni eso: lo que vertebra La casa son los recuerdos que los hijos tienen de su padre, fallecido un año atrás. El resentimiento y los reproches por el comportamiento de cada uno de ellos cuando el anciano necesitaba cuidados se entremezclan con la historia de la propia casa de veraneo que construyeron entre todos bajo la estricta supervisión del padre, y que ahora los hijos se disponen a arreglar para vender. Según van pasando por el hogar, afloran los recuerdos comunes y componen un fresco del desaparecido que es en realidad un homenaje al propio padre de Roca: de esta forma, tranquila y sin estridencias, como es habitual en el autor, se desgrana una novela gráfica emotiva y aparentemente simple, una especie de elegía por los que se fueron y emocionado recuerdo por lo que al final nos construye, que son las anécdotas intrascendentes.
Digo aparentemente simple, porque Roca domina a la perfección el lenguaje sosegado del día a día, y dosifica el ritmo a base de planificaciones de página muy cuidadas, sin estridencias. La página con la que se abre el libro, por ejemplo, o la habilidad con la que Roca va saltando de flashbacks en épocas muy diversas a la actualidad mediante objetos y lugares demuestran con qué habilidad se desenvuelve el autor al descifrar la cotidianeidad y su ritmo.
La casa no es exactamente un recopilatorio de vivencias sin importancia, al estilo de los autores indies norteamericanos que encuentran fascinante desde echar de comer al gato a hacer la lista de la compra, y se recrean precisamente en ese vacío del día a día: las cosas que cuenta Paco Roca son genuínamente importantes, pero hay, como en buena parte de su obra, algo de pornografía emocional. Que consiga con pasmosa facilidad hacer partícipe al lector, y que este se implique en vivencias tan personales con una narrativa tan fluida y compacta es quizás el mayor logro de una novela gráfica que está llamada a convertirse en un éxito de ventas navideño entre padres e hijos.
La casa
Paco Roca
Astiberri
2015