No hay duda de que uno de los máximos logros de la humanidad ha sido el desarrollo del método científico como forma de abordar el estudio de la realidad que nos rodea. Simplificando mucho podemos decir que el método científico consiste en observar un fenómeno, plantear una hipótesis, hacer unos experimentos para validar esta hipótesis, y si se confirman, establecer leyes y si no, volver a empezar. Muy simple y a la vez muy poderoso porque excluye causas sobrenaturales ya que en principio todo debe poder explicarse.
Una vez hemos superado todas las fases entramos en el siguiente nivel. Publicar los resultados. En general, la ciencia tiene un sistema de comunicación muy definido. Los hallazgos científicos se publican mediante un sistema de peer review o revisión por pares. Esto implica que cuando tú quieres publicar algo va a ser revisado por otros científicos como tú, que serán los que dirán si lo que has publicado es verosímil o no. En algunos casos incluso se puede llegar a plantear repetir los experimentos para verificar los resultados.
Si un artículo científico es muy bueno será citado muchas veces, y si no aporta nada, pasará desapercibido. Si una revista publica muchos artículos buenos acumulará muchas citas… y eso se mide y es el principal criterio de calidad de las revistas científicas. Cada revista tiene asignado un número, que es el factor de impacto, que se basa en estas citas. Cuanto más alto sea, más estricta será la revisión para publicar en estas revistas, y a priori, más relevancia tendrá el descubrimiento.
¿El sistema es perfecto? No, puede fallar, pero a pesar de eso tiene la ventaja de ser autocorregible. Por ejemplo, un artículo contiene errores y aún así supera los filtros y se publica. Lo más normal es que en el futuro alguien utilice esos resultados en su propia investigación. Y si se da cuenta de que algo no cuadra se publicará otro artículo contradiciendo los resultados o señalando los errores. Otro problema: cuando alguien deliberadamente falsifica los resultados. El artículo se publica, pero cuando se detecte el error, lo más normal es que el artículo se retire, es decir, que nunca se haya publicado… aunque esto es más fácil de decir que de hacer.
La gente puede falsificar resultados científicos por diferentes motivos. Por la presión por obtener resultados, por mejorar tu currículum o por interés comercial o político. Por ejemplo, el artículo de Wakefield que hablaba de la relación entre vacunas y autismo que se demostró falso, o los varios artículos retirados que señalaban los peligros de los OGM y que nunca han podido ser reproducidos. En estos casos, conseguir una publicación en una revista científica reconocida supone una gran escaparate y una nota de prensa que van a reproducir medios de comunicación de todo el mundo. El problema es que si la publicación se retira o sale otro artículo que desmiente estos resultados, no tiene la relevancia ni el impacto mediático que la primera publicación, a pesar que fuera falsa, por lo que en la opinión pública queda una idea presuntamente científica, pero que realmente no lo es.
A esto se le añade otro problema. Con el advenimiento de internet ha aparecido una miriada de publicaciones científicas en abierto donde el autor paga todos los costes de publicación. Alguna de estas publicaciones son serias y tienen unos criterios de calidad objetivos, pero otras se limitan a publicar todo lo que les llega mientras el interesado pague, por lo que de vez en cuando aparece en la prensa algún estudio científico raro o impactante, pero que es una revista aparentemente científica, con un factor de impacto bajo o inexistente. Es el problema de la era de internet del que la ciencia no está exento. Ahora hay más información disponible que nunca a golpe de click, pero hay que saber filtrarla. Nos va el rigor en ello.