El hombre, a diferencia de la mayoría de mamíferos no tiene épocas de celo, o al contrario, está en celo todo el año. Posiblemente eso se deba a que muchos animales acoplan su época de reproducción y cría a las épocas del año con mayor disponibilidad de alimentos o de clima más benigno. Gracias a la civilización el hombre ha conseguido tener una disponibilidad de alimentos regular y protegerse de las inclemencias del tiempo, lo que le permite criar durante todo el año y que los cumpleaños no se concentren en un solo mes.
Esto supone que las mujeres deben de ser fértiles todo el año, y relacionado con la fertilidad está la engorrosa regeneración periódica del endometrio, llamada regla o periodo. Que son esos tres o cuatro días en los que cualquier mujer fértil debe sentir la incomodidad de sangrar por la vagina. Una de las pruebas del machismo reinante es el hecho de que durante la mayor parte de la historia de la civilización esto simplemente se ha ignorado, y no se ha desarrollado nada para hacer más llevadera esta condición, así que hasta el siglo XX cuando una mujer tenía el periodo solo podía dejarlo caer libremente o como mucho ponerse algún trapo, con la incomodidad y falta de higiene que esto suponía.
Las primeras compresas desechables surgen en 1895 bajo la marca «Curads and Hartmann’s». Más tarde se desarrolló el «Johnson & Johnson Lister Towel» pero ambas tardaron en popularizarse puesto que no se publicitaban porque se consideraba indigno hablar del tema. De hecho algunas tiendas diseñaron sistemas donde las mujeres podían depositar el dinero y llevárselas, y así no tenían que hablar con el dependiente. El primer anuncio de compresas no llegó a la televisión americana hasta los años 50, despertando una oleada de críticas. La primera vez que se utilizó la palabra “periodo” en un anuncio fue en 1985 en un anuncio de Tampax protagonizado por la entonces desconocida Courtney Cox.
Uno de los mayores avances en higiene íntima llegó en 1929 cuando el doctor Earle C. Hass inventó el primer tampón con aplicador. Se inspiró en la forma en la que se utiliza el algodón en cirugía para drenar la sangre y la primera en probarlo fue su esposa, que se quejaba de lo engorroso de las toallas. La patente fue vendida en octubre de 1933 a Gertrude Tenderich que fundó la compañía Tampax, lo que contribuyó a hacer la vida de las mujeres mucho más cómoda. El tampón y las compresas desechables no solo han facilitado la vida, sino también han salvado miles de ellas, ya que la falta de higiene durante la menstruación puede ser causa de infecciones graves, como actualmente sigue sucediendo en muchas partes del mundo.
Hace pocos años salió una alternativa a los tampones y compresas llamada Mooncup o copa menstrual, alegando ser más sostenible con el medio ambiente ya que consiste en un recipiente que recoge el flujo y luego se lava, por lo que no hay material desechable. Dado lo engorroso del procedimiento no parece haber triunfado.
El tampón tampoco está exento de problemas. El ambiente intravaginal es básicamente anaerobio y meter un algodón airea la zona, esto en algunos casos puede provocar un desequilibrio en la flora, por eso vienen con una advertencia. No obstante, los beneficios superan de largo las posibles pegas. Tampoco se libran de leyendas urbanas. La preferida es el “tampodka” que dice que si lo impregnas de vodka antes de aplicarlo coges una borrachera bestial. Lo cierto es que eso solo te puede provocar un escozor épico. Lo del “tampodka” solo tiene sentido como anticonceptivo autorizado por el Vaticano, puesto que se te queda la zona inoperativa durante varios días. Nada más. Y por último chistes, que hay miles. Por poner un ejemplo, el de los dos niños hablando;
-¿Qué vas a pedir a los reyes?
-Un tampax.
-¿Y eso qué es?
– No lo sé, pero debe ser la caña, porque se puede nadar, montar a caballo, esquiar, ir en moto.
No obstante el éxito de los tampones no ha sido ningún chiste y se pueden considerar con todo merecimiento uno de los grandes inventos de la historia.