Hace unas semanas, en una conversación con un amigo, insistí en la insensatez de publicar conversaciones personales de Pablo Iglesias, que se mantuvieron hace años, y en las que mostraba actitudes y comportamientos poco respetuosos hacia una mujer en particular, la presentadora Mariló Montero.
Mi interlocutor me decía, no si razón, que dichas conversaciones eran, al menos, una prueba del tipo de personaje que era Iglesias. Yo me limitaba a responder algo que aún hoy sostengo: Muy poca gente puede sobrevivir políticamente a un whatsapp que mantiene con un grupo de amigos. Quizá yo crea que sí puedo hacerlo, porque soy un fanático de la corrección, pero sin duda ayuda que cuando era mucho más joven e insensato no teníamos redes sociales.
No dejo de pensar en que, si volviese a mantener la conversación con él mañana, mi amigo me diría que lo que ha pasado con Donald Trump es similar a lo de Iglesias y que, del mismo modo, por coherencia, debería considerar injusta la publicación de sus declaraciones.
Le he dado muchas vueltas y he encontrado una diferencia fundamental.
La primera es que a mi amigo le dije: «No digo que sea de una gran elegancia por parte de Iglesias, pero está fantaseando con algo deplorable en un foro privado. No le he votado ni le votaré, no me cae bien y no entiendo a quien sí, pero no ha cometido ninguna ilegalidad y sólo se limitó a caer en el mal gusto entre amigos».
El caso de Trump no es peor porque me parezca un monstruo con capacidad de arrastrarnos a la distopía. Es peor porque en su discurso reconoce que su forma de actuar –de ACTUAR, no de fantasear–, implica ejercer la violencia sexual de forma sistemática sobre mujeres aprovechándose de su celebridad.
Durante el debate presidencial uno de los moderadores, Anderson Cooper, recordaba a Trump: «Ha presumido de agredir sexualmente a mujeres».
Esa es la diferencia que yo veo entre dos comportamientos. Uno es una fantasía ridícula y desagradable, otro es la constatación de que el comportamiento sexual del candidato a la Presidencia de Estados Unidos se basa en formas no tan distintas de la de los violadores «no tan feos» de los Sanfermines.
¿Lo peor de todo? Las conversaciones de Donald Trump no revelan nada realmente nuevo de un candidato que ha humillado a prácticamente cada demográfico que se te pueda ocurrir. ¿De verdad no nos imaginábamos que esta especie de cuñado borrachuzo de ego no se iba a pasar las fiestas de la oficina persiguiendo a las guapas de la Trump Tower? ¿Nos sorprenderá escuchar de sus labios en las próximas grabaciones la palabra que empieza por N –Nigger, uno de los términos más ofensivos que un no afroammericano puede pronunciar en EEUU?
Sabíamos lo que era Trump, la única diferencia es que ahora tenemos un vídeo que lo prueba y que ha espantado a propios y extraños.