Por falta de un clavo se perdió una herradura,
por falta de una herradura, se perdió un caballo,
por falta de un caballo, se perdió una batalla,
por falta de una batalla, se perdió un reino,
y todo por falta de un clavo de herradura.
Proverbio popular
Podemos se quedó a falta de una semana el pasado 20-D. Lo dijo todo el mundo. Una semana, nada más que una semana. Lo estaban haciendo tan bien, estaban al alza, nada podía pararles. Una semana para conquistar el mundo, para reivindicar sus tesis, para instalarse en el Olimpo de la socialdemocracia y detener el austericidio. Les faltó una semana como a mí me faltaban siempre diez minutos para conseguir que ese examen de notable fuese de sobresaliente.
Una semana.
La idea caló en el partido de Pablo Iglesias hasta el punto de que me los imagino saludándose por los pasillos y diciéndose: «Una semana», «Sí, nada más que una semana, no llega a ser por esa semana y el capitalismo se habría visto incapaz de resistir nuestro embate», «Estábamos disparados», «Desde luego, maldita semana».
Empezaron a mirar esa semana como a una antigua exnovia después de un mal divorcio. Era tan guapa. Tan inteligente. No entiendo por qué lo dejamos. Lo teníamos todo para estar juntos. Era perfecta. ¿Fue ella? ¿Fui yo? ¿Por qué lo dejamos siquiera? No lo recuerdo, volveré a llamarla.
Podemos trató el periodo electoral como un cortejo improbable a su semana. Aparecían nuevos pretendientes e Iglesias fingía cierto interés. Pero, por más que empezaban los preliminares, sólo recordaba su semana. Esa semana mágica que le llevaría hasta la victoria, siempre. Que le convertiría en el referente cultural de una nueva forma de hacer política.
¿Dónde estará mi semana? ¿Qué estará haciendo ahora? Podemos se levantaba siempre del sofá, con aire distraído, dejando tristes y acaloradas a sus citas, incapaz de terminar lo que empezaba. Llegaron a proponerles un trío, pero era un trío entre personas, no con horquillas mágicas de tiempo. ¿Quién quiere una legislatura a medias cuando puede tener una semana entera?
Así pues, lo dejaron todo y llamaron a la semana. Y la semana les dio un mes. Todo fueron sonrisas al principio, confianza absoluta, certezas termodinámicas. Disfrutaron como adolescentes de la ilusión y los mítines, de los debates que se habían quedado a medias y las referencias a Venezuela que no habían tenido tiempo de burlar.
Pero el amor de la fuerza irresistible topó con el objeto inamovible. Y resultó que la semana fue buena, pero no tan buena. Que nunca hubiera bastado. Que era sólo tiempo, la idea de lo que pudo ser y no fue. ‘Sorpasso’ empezó a rimar con ‘fracaso’.
Al menos, Podemos se dio cuenta de que había entregado su amor al sueño equivocado. Cogió el teléfono y empezó a hablar con personas. Nunca volvió a hablar de esa semana. Pero nunca volvió a amar como la había amado.
«Si no hubiera tenido esta semana», pensó Iglesias para sus adentros, «nunca hubiera descubierto que no me bastaba con ella». Hay oportunidades que es mejor no tener para no tener que perderlas.