No son tiempos para tener fallos, y menos en el ámbito tecnológico. La competencia exprime al máximo y los errores se pagan en sangre. Toshiba lleva casi una década sin coger el paso y ahora puede haber llegado su golpe definitivo.
Sin una estrategia global definida, o más bien orientada a un segmento concreto, la multinacional nipona puede haber tocado fondo (una vez más). Según avanzaba Reuters esta semana, Hisao Tanaka, presidente ejecutivo de la compañía, dimitirá en septiembre junto con otros altos cargos de la empresa tras asumir su responsabilidad en las irregularidades contables que se han descubierto.
Toshiba ha contratado un comité de investigación para aclarar los desfases en las cuentas de ejercicios pasados, en los que se habrían hinchado los beneficios en 170.000 millones de yenes (1.250 millones de euros), frente a los 50.000 millones de yenes de estimación inicial (367 millones de euros).
Se trata de una contabilidad incorrecta que se ha ido extendiendo prácticamente por todas las áreas de negocios de la compañía. Desde los semiconductores al segmento nuclear. Así, en Reuters apuntan a que esas irregularidades han llegado a ser parte de la «cultura corporativa», según una fuente.
Toshiba espera asumir cargos que pueden elevarse hasta los 3.000 millones de dólares (2.753 millones de euros) relacionados con los seis años de contabilidad inadecuada. Ahora el futuro se presenta con una incertidumbre mucho mayor que la de cualquier punto de su historia, y eso que la compañía nipona ha sido un perfecto tobogán.
Una historia de más a menos
Haber sido una de las compañías tecnológicas más importantes del mundo no debería ser un problema para situarse en estos momentos con la “crema” empresarial en lo referente a innovación y tecnología, pero Toshiba no acaba de encontrar ese punto que le vuelva a poner bajo el foco internacional como uno de los principales actores del sector.
Lo intenta, de eso no cabe duda, pero en un respaso fútil a la hemeroteca digital de este último año, encontramos más decepciones que alegrías. Despidos, reconversiones en algunas de sus áreas de negocio, unos beneficios que huyen espantados al amparo de otras oportunidades, y para golpe este escándalo contable. No obstante, también hay tiempo para la inversión y los ambiciosos proyectos tecnológicos, como el que le ha conducido a ser socio en el Proyecto Ara de Google. Un futuro curveado en una compañía que hace 30 años cabalgaba sobre una línea recta.
Inicios de los ’80, un mundo por construir, y Toshiba se mostraba como una de las empresas japonesas más importantes del mundo. Con una gran historia a sus espaldas, la compañía nipona encontró en la fabricación de semiconductores la forma de gobernar el sector tecnológico. Concretamente en 1982 se situó como 4º mayor fabricante mundial de componentes tecnológicos con un plan de inversión trianual que alcanzó los 1.000 millones de euros. Sirva la comparación con los 1.900 millones que van a invertir en estos momentos en mejorar su negocio de microprocesadores para ver lo que supuso hace más de 30 años.
Además, llegaron a Toshiba 1.500 nuevos ingenieros, la élite profesional tecnológica que en los siguientes 20 años marcó el devenir de toda la innovación generada tanto en Japón como Corea del Sur. Vino y rosas en mayúscula. Potencia en el desarrollo de memoria DRAM, la “Estrategia en W” ideada por Tsuyoshi Kawanishi en 1986 les llevó a ser líderes mundiales en la fabricación de este tipo de memorias. Pero quizá un exceso de confianza, así como la pujanza de otros mercados, hizo que los cimientos sobre los que se había asentado el poderío de Toshiba empezaran a temblar.
Los enemigos del gigante
En este repaso histórico, hay tres factores muy concretos, aunque marcadamente abstractos, que hicieron doblar las rodillas al gigante tecnológico japonés. El primero de ellos surge en su propia arrogancia, como han reconocido muchos directivos de la propia compañía años después. Con el liderazgo en el desarrollo de semiconductores, buscaron seguir creciendo en otras áreas de negocio como la fabricación de ordenadores, baterías, electrodomésticos, y hasta equipos médicos. Manejar ese coloso empresarial se convirtió en un verdadero problema.
A este primer factor se añadió otro que fue igual de determinante, o incluso peor: la gran recesión japonesa de inicios de los ’90. La burbuja estalló y la economía nipona colapsó por completo, con lo que esos supone: disminución en el gasto doméstico de electrónica de consumo y paralización de los proyectos públicos con la anulación de los respectivos contratos.
Por último, la llegada de las marcas coreanas al mercado tecnológico, sobre todo destacando el poder que traía consigo Samsung, así como la mala gestión en las sinergias estratégicas con otras compañías, provocó un estancamiento del que no pudieron recuperarse.
Camino por el desierto
La paranoia estaba instalada en Toshiba. Según reconocen exmiembros ejecutivos de la compañía japonesa, cuando Samsung empezó a camelar a los ingenieros nipones, se instaló un control sistemático de pasaportes para vigilar qué trabajadores habían salido fuera del país y por qué. Las filtraciones empezaron a ser una rutina, y ya en 1993 decenas de ingenieros de Toshiba pusieron rumbo a Samsung, nada podía detener al nuevo coloso de la tecnología asiática.
Tras el shock inicial en Toshiba, al igual que otras muchas multinacionales como IBM o Motorola, entendieron que una sola empresa no podría sacar un producto competitivo al mercado por sí sola, y que los acuerdos estratégicos marcarían el devenir del nuevo siglo. Pero aquí volvió a equivocarse Toshiba. Primero porque en sus diversos negocios con Samsung siempre obtuvo menos resultados, y segundo porque en general las empresas japoneses se mostraron muy endogámicas y no buscaron fuera de su isla el capital necesario para seguir invirtiendo.
Luego ya fue demasiado tarde. A principios del nuevo siglo Toshiba empezó a dejar de lado muchas líneas de negocios, y desde entonces recorre el mundo centrada en el anhelo de lo que fue, pero ya siempre desde un segundo plano.
¿Toshiba permanece?
No cabe duda de que se trata de una compañía mundial que factura millones de dólares al año, pero en estos momentos busca la identidad que un día tuvo. Quizá ese Proyecto Ara en el que parte como primer fabricante de procesadores para los dispositivos modulares que quiere fabricar “el buscador” sea la llave de entrada a un negocio, el móvil, en el que nunca ha cogido el paso.
Asimismo, la inversión en sus nuevas líneas de negocio, que parecen estar al margen de los ordenadores personales, en muchas de las regiones, es otra de las opciones que la compañía japonesa deben contemplar de forma decidida. El problema viene con estos asuntos contables. Quizá puede haber sido un toque definitivo para que sus inversores se lo piensen dos veces.