Luces y sombras del Primavera Sound 2015

Imagen del escenario ATP

La 15ª edición del Primavera Sound pasó como un monstruo apabullante e inabarcable ante los alrededor de 50.000 espectadores que se dieron cita en cada una de las tres jornadas principales en el Fórum de Barcelona. Su formato funciona y lo convierte en cita ineludible, pero es cada vez más difícil encontrar aquellos detalles que lo llevaron a labrarse su poderosa personalidad.

La relación entre el Primavera Sound y sus incondicionales puede asemejarse a la de un buen restaurante con uno de sus comensales habituales. La confianza ciega que el evento ha generado, unida a un espectacular recinto, hace que buena parte de sus consumidores no tengan ninguna duda en acudir (y comprar la entrada) sin necesidad de saber lo que hay en esa edición en la carta. Y no por ello las expectativas serán bajas, sino que cada año se espera probar algunos de los bocados más exquisitos del panorama musical internacional. El cliente, además, suele (o solía) marcharse con la sensación de haber paladeado un grupo de propuestas que no ofrecían en otros sitios, al menos no todas juntas.

Quizá haya sido el natural crecimiento del festival o un año difícil para las contrataciones, pero para decepción de muchos de los veteranos asistentes, el Primavera Sound 2015 puso de manifiesto que el evento ya no desprende ese regusto a exclusividad que, por otra parte, se había ganado a pulso. Tu ‘local’ favorito no sólo lo conoce todo el mundo y te cuesta encontrar mesa, sino que además en la última edición pareció cambiar los platos principales de su menú para agradar al mayor número de asistentes posibles. Se siguen encontrando joyas y descubriendo recetas que se convertirán en tus favoritas. Tantas, que no volver puede parecer una locura, pero con la sensación de que cada vez hay menos diferencias entre ‘tu sitio de confianza’ y el resto de festivales.

Jueves, los ‘revivals’ sí molan

Aún así, muchas son las emociones que se agolpan cuando se vuelve a pisar el suelo del Fórum. Una buena opción era arrancar con Panda Bear en el Auditorio, ese rincón mágico que es prácticamente imposible encontrar en otro festival de formato parecido. Aunque para ello haya que lidiar con brutales colas y en algunos casos la necesidad de reserva, cualquier esfuerzo sigue mereciendo la pena.

Pero si el Auditorio o el escenario Ray-Ban se encargan de recordar por qué el Primavera sigue siendo una de las mejores propuestas nacionales, los dos escenarios (Heineken y Primavera) de la explanada son capaces de hacernos olvidar en qué festival estamos. Obviando las terribles distancias de extremo a extremo del recinto, parece un error haber convertido en uno de los puntos principales a uno de los espacios menos convincentes en muchos aspectos. En el Heineken, por ejemplo, se diluyó un Benjamin Booker al que le sobró escenario y le faltó volumen.

Algo que en parte sí pudieron solventar en el Primavera The Replacements, con infinitas más tablas que el joven de Virginia. Las ganas de verlos eran proporcionales a los temores por los estragos del tiempo. Lo bueno es que pocos los pudieron ver en su mejor momento, y el resto disfrutó de un show digno, en el que los hits que se quedaron en el tintero fueron suplantados por versiones, mención especial al homenaje a los Jackson 5.

Que el primer ‘revival’ hubiera gustado tanto como poco el escaso encanto de los escenarios de la zona más lejana (comúnmente llamada ‘Mordor’), hizo que la opción de volver al Fórum a ver a Mineral pareciese una alternativa atractiva. A riesgo incluso de perderse una gran parte de la propuesta de Antony and the Johnsons, una de las mejores actuaciones de la noche, quizá un tanto descontextualizada en la citada explanada. El regreso de Mineral (en un estado de forma sorprendente) volvió a recordar que en cada rincón del recinto podía estar ocurriendo algo maravilloso.

No fue ese el caso de Spiritualized, a los que en esta ocasión les faltó algo más para que su atmósfera envolviera, o The Black Keys, que confirmó los peores presentimientos de muchos sobre el gran cabeza de cartel y convirtió a Chet Faker en una gran alternativa. Tampoco el de Richie Hawting, al que su veteranía y fama en el mundo electrónico no le bastó en el cierre de la jornada.

Viernes, las joyas hay que buscarlas

En el día en el que las mujeres reinaron, con Patti Smith a la cabeza, la programación, desconcertante por momentos, al menos sirvió para devolver ese carácter de explorador musical que este festival, en sus diferentes ediciones, ayudó a despertar en muchos de los asistentes. Las decisiones en el Primavera son duras y conllevan descartar apuestas seguras para encontrar maravillas más o menos escondidas.

Es el caso de Fumaça Preta, que con sus influencias entre The Sonics y Os Mutantes dieron una fiesta a primera hora que pilló desprevenido a más de uno. O de los que descartaron otros nombres más potentes para ver cómo Damien Rice dotaba de personalidad a ‘Mordor’. Incluso los que no se dejaron llevar por los ecos de la vuelta de Ride para ver la excentricidad de Ariel Pink, cuyo cierre con ‘Picture me gone’ fue uno de los ‘momentazos’ de la jornada. Decisiones difíciles en un día con José González deleitando al Auditorio, Run The Jewels golpeando, The Church convenciendo o Belle and Sebastian cumpliendo con sus fieles. Quizá dejaron algo fríos Alt-J, a pesar de lograr una de las más multitudinarias audiencias.

Sábado de magníficos torbellinos

La paz que desprendían las caras de los que vieron el show acústico de Patti Smith en el Auditorio se cruzaba con los rostros expectantes de los que esperaban en la cola para ver a Swans. No obstante, el show de los de Michael Gira y su extensa duración prometían algo así como una misa para los que comulgan con su apocalipsis musical. Un gong dio inicio al rito sonoro que a más de uno le hizo perder su fe en las melodías.

El de Swans fue uno de esos conciertos que reconcilian con el festival, más allá de la afinidad con el grupo. Demuestran que los mismos que han programado a The Strokes o Interpol lejos de su mejor momento, siguen guardando bazas para una audiencia ávida de espectáculos cuyo poso sea más que cantar y bailar un par de ‘hits’ (que no está mal en su justa proporción). Así llegó el despliegue industrial de Einstürzende Neubauten; el show de Foxygen, tan buenos (muy buenos) como sobreactuados; otra deliciosa vuelta a los 90’s con American Football; o unos Thee Oh Sees a los que el cambio de formación no mermó su enérgica propuesta.

Convincente postre para saciar a unos comensales que se despidieron con un “hasta el año que viene” durante Caribou (pareció estar allí todo el festival) y los fuegos artificiales que acompañaron a DJ Coco. Aunque los más exigentes sí se estén planteando, quizá por primera vez, echar un vistazo a la carta antes de volver en 2016…

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