Ya sea para ser contratado por un tercero o asumiendo un forzado rol de emprendedor, el trabajador corre el peligro de verse abocado a cosificar su personalidad en un mercado con gran competencia en el que el empleo se ha convertido en un bien en sí mismo que, a veces, ni siquiera ofrece ingresos suficientes para subsistir con dignidad.
Con la esperanza de mejorar sus posibilidades de supervivencia en un entorno laboral despiadado, utiliza estrategias de marketing en internet para llegar a su público deseado, empleadores o clientes, a través de eso que se ha dado en llamar “marca personal”.
Según un estudio sobre redes sociales y mercado de trabajo realizado por las empresas Adecco e infoempleo, el 76% de los encuestados reconocía haber buscado empleo a través de las redes sociales. Este estudio destaca también que “7 de cada 10 empresas han utilizado este medio en su búsqueda de candidatos. Además, el 79% de los responsables de contratar a los nuevos empleados consideran que la persona activa en redes sociales tiene más oportunidades laborales”.
¿Pero cómo debe ser la presencia en redes de quien busca un empleo? Hay que tener en cuenta que las fronteras entre lo profesional y lo personal son borrosas y que las opiniones expresadas pueden influir en la percepción que, del trabajador, tiene su ecosistema profesional, para bien y para mal.
No parece que debiera ser problemática la expresión mesurada de opiniones, incluso si son disruptivas, innovadoras o incómodas, si son expresadas de forma argumentada y serena.
Sin embargo, los datos de otro estudio realizado esta año por la consultora Pew Research señalan que las personas tienden a compartir menos sus opiniones cuando piensan que serán rechazadas por sus contactos y seguidores en redes (en este caso se analizó a usuarios de Facebook y Twitter) lo que deriva en menos diversidad en el debate, mayor exclusión para las opciones minoritarias o polarización en redes, que se repliegan de forma sectaria.
Espiral de silencio
Estas conclusiones refuerzan la teoría expuesta por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann en su libro La Espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social (1977) donde estudia la opinión pública como una forma de control social en la que los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no.
El silencio se espesa dando lugar a una realidad mutilada en tiempos en los que, a pesar de la insistencia pública sobre las bondades del talento compartido en internet, se corre el peligro de premiar a quien camina por senderos ya explorados y repite palabras mil veces pronunciadas antes. No vaya a ser que alguien se moleste y marque con un roturador rojo el nombre de quien se atrevió a cuestionar alguno de los dogmas de fe aceptados por el discurso dominante.
Más allá de la información que puedan aportar sobre la marcha de la economía, las estadísticas de paro en momentos de crisis se convierten en un elemento disuasorio a la hora de expresar opiniones discordantes, también en el entorno digital. Y, así, un profesional puede tomar la decisión de ensombrecer, a la hora de definir su personalidad en las redes, algunas de sus características más brillantes y que más valor aportarían a un empleador, a un cliente o -más importante incluso- al intercambio de ideas que impulsa el progreso social.
Y así, instalado en una zona gris pero segura, avanza su proceso de cosificación hacia esa indiferencia que Gramsci consideraba el peso muerto de la historia, “la materia bruta desbaratadora de la inteligencia”. Ojo con eso porque sin inteligencia no hay futuro posible para nadie, tampoco para los que la desprecian o tratan de domesticarla.