La sobreinformación, hija predilecta de internet, a menudo conlleva efectos indeseables. Es imprescindible rescatar el espíritu crítico.
La sobreinformación produce monstruos.
Estoy seguro de que si Goya fuera un artista actual, habría llamado una obra de su serie Los Caprichos de esta manera. Y es que asistimos a un permanente espectáculo grotesco en nombre de la información gracias a las teorías conspiradoras o conspiranoicas, que no sólo molesta sino que además cansa. Y mucho.
Durante estos días estamos asistiendo a uno de ellos. Desde el tratamiento (IMHO, claro) que se está dando a la posible enfermedad mental que lleva a alguien a suicidarse montando un Puerto Hurraco en un avión, en la que el tratamiento de las enfermedades mentales está en el filo del estigma, máxime cuando vivimos en una sociedad de la satisfacción efímera y en la que se banaliza prácticamente todo.
Pero el verdadero espectáculo no es éste, sino ese compendio de teorías conspiranoicas que dicen que el avión en realidad no fue estrellado sino que no sé qué ejército en realidad derribó el avión probando un nuevo pepino láser ultra destructor de la muerte que ríete tú de la potencia destructora de la Estrella de la Muerte, porque todos sabemos que la realidad supera a la ficción y que la verdad está ahí fuera, concretamente en el único sitio de los EEUU que no ha sido cartografiado por Google Maps y que es, ni más ni menos, que el Área 51.
¿Siriusli? ¿Ar llu faquin kidinj mi?
El espíritu crítico es sano. Yo lo practico mucho, todos los días al menos durante cinco minutos. Incluso más si como o ceno viendo las noticias para enterarme de qué ha pasado en el mundo. Lo practico para intentar comprender que el escándalo de los EREs habla de una cifra que es un todo pero en el que sólo está afectada una parte, para comprender que los datos del paro siguen siendo una mierda con más de cuatro millones de parados, para hacerme a la idea de que ningún partido político puede ser una religión a pesar de que ahora varios lo sean y no puedas discutir sobre ciertos asuntos sin que te digan que eres casta y que todos los políticos son iguales (porque todos sabemos que sólo Ana Botella o Susana Díaz no han sido votadas, no como los sustitutos varios que van a ir al Parlamento Europeo). Puedo pasar todo eso, el activismo político sin cabeza, la política hecha religión, el y tú más con el los partidos mayoritarios pretenden hacernos ver que el contrario es más corrupto que ellos.
Pero por lo que ya no paso es porque la peña se informe en sitios que no son de información, sino de locos con papel de aluminio en la cabeza.
El otro día en un curso me preguntaron por la relación del Big Data con los chemtrails (I swear), sobre cómo nos fumigan con aviones para comprobar cuáles son las enfermedades que se desarrollan tras esas fumigaciones en una zona determinada; a esta pregunta le siguió la conclusión cuñada de que las farmacéuticas crean enfermedades para seguir vendiendo sus productos. Como que nuestro ritmo de vida trayendo churumbeles blanditos al mundo que se convierten en adultos blanditos con una alimentación de mierda, horarios de mierda e insatisfacciones de mierda no fuera suficiente para convertir enfermedades marginales en pandemias. Y los alergólogos saben de lo que hablo.
Por suerte o por desgracia he veraneado toda mi infancia y adolescencia en un pueblo de Zamora, zona de paso de multitud de rutas aéreas, y llevo viendo desde que era pequeño muchos aviones sobrevolar el cielo dejando sus estelas (causadas por las diferencias de presión, temperatura y no sé cuántas cosas más que la ciencia explica correctamente) y no he desarrollado nuevas enfermedades; si en un futuro tengo cáncer, es porque fumo y no llevo una vida excesivamente sana, pero no tengo ninguna enfermedad nueva desconocida hace veinte años que yo sepa, y si la he desarrollado es por este modo de vida de mierda que llevamos en el que el estrés no sólo nos mata lentamente, sino que además hasta nos lo provocamos.
Y es que, señoras, señores, mentes blandas y mentes formadas, en mi casa se obedecen las leyes de la termodinámica.
Y eso implica huir de la sobreinformación de blogs en Blogger (porque siempre están en Blogger, Google, haz algo) con fondos negros u ocres, muchas letras en cursiva con serifa y fotos con círculos rojos que te muestran cosas que no lo ves. Significa ver Cuarto Milenio con una copa de Jäggermeister en la mano cuando sale Enrique de Vicente hablando de los malvados morlocks que dominan el mundo. Significa que si me hablas de chemtrails te voy a dar una disertación, aprendida de la ciencia, sobre el porqué de los mismos y no me voy a reír en tu cara.
Sed críticos. Pero por vosotros mismos, no porque os lo diga un tío con papel de aluminio en la cabeza, por favor. No caigáis en el cuñadismo.
Aunque Goya hoy sería un artista maldito que en vez de pintar grabados haría instalaciones y le culparíamos por tener la enfermedad mental que tuviera hablando de su posible talento y utilidad para la sociedad si no la tuviera. O, peor aún, sería un cuñao cualquiera.