Suelo acercarme con precaución a los retratos crepusculares de los héroes pop. Sobre el papel son interesantes, cómo no va a serlo una vuelta de tuerca de los lugares comunes de nuestros ídolos, de como sus virtudes se convierten en vicios con el paso del tiempo y la llegada de las canas.
Pero quienes hemos padecido los horrendos noventa en todo su esplendor, los superhéroes vengativos y amorales aparecidos a la sombra del Dark Knight de Miller y el Watchmen de Moore, tenemos cierta estima por saturación por los héroes pop primigenios, los que no tienen dobleces ni ocultan esqueletos en el armario. El Batman gordito, no el justiciero urbano; el Drácula chupasangres, no el caballero romántico enamorado; el héroe de western que cabalga hacia el amanecer buscando nuevas aventuras, no el viejo pistolero cansado de tanto dolor bajo el sol de Arizona; y, en fin, el Sherlock Holmes ingenioso y con el “Elemental, querido Watson” siempre en los labios, no el drogadicto asfixiado por el peso de su sobrehumana inteligencia.
Al acercarme a Mr. Holmes, la película de Bill Condon que adapta la última etapa en la vida de un detective que ya ha cumplido 92 años, me debatía entre mi impenitente holmesmanía, que me lleva a devorar todo lo relacionado con el personaje, y el pánico a otro relato pocho y crepuscular, con pocas deducciones y muchas lamentaciones.
El resultado no podría ser más satisfactorio: no solo porque tiene misterios más que suficientes para satisfacer al fan clásico del detective, sino porque la parte dramática es tan exquisita y está tan enriquecida con un consistente conocimiento del mito de Holmes que no molesta que el héroe sea un viejo cascarrabias lamentándose de que los tiempos del ‘Game is afoot’ no volverán.
Holmes es un anciano que ha dejado atrás a todos sus conocidos: Watson y los protagonistas de su último caso han fallecido y él se encuentra recluido en una casa de campo intentando recordar por qué dejó la profesión detectivesca, reescribiendo su último caso, no al estilo fantasioso y comercial de Watson, sino con los detalles reales. Las revelaciones se sucederán y Holmes descubrirá qué es lo que le hizo perder la ilusión por los misterios, mientras que intima con el hijo de su criada. Da miedo esto último, ¿eh? Para nada: el niño, interpretado por Milo Parker, desarrolla una interesante química con un Ian McKellen nada empático pero muy humano. Juntos logran que un tópico de los retratos posmodernos de Holmes, el del detective torturado por una categoría intelectual que le pone muy por encima de quienes le rodean, se sienta fresco e innovador. Todo gracias a magníficas interpretaciones, precisamente de esos que rodean al detective (de Parker a su madre, Laura Linney, pasando por los protagonistas del último caso de Holmes), que orbitan en torno a un McKellen mayúsculo, que retrata una vejez antipática y muy decadente, y con quien es imposible no emocionarse cuando se nos revela el motivo último de sus lamentaciones.
Tranquila, sencilla e inteligente, Mr. Holmes es una decostrucción del mito, sí. Pero una que para variar, no quiere demolerlo, sino humanizarlo y apuntalarlo. Quizás por eso esta extraordinaria peliculita de Bill Condon gustará tanto a los mitómanos como a los destructores de tópicos.
Mr. Holmes
Bill Condon
2015