El 3 de enero de 1952 nació en la capital de las Españas, como un regalo de Reyes anticipado para sus amorosos padres, Esperanza Fuencisla Aguirre y Gil de Biedma. La mayor de una familia numerosa, Esparanza tuvo una infancia dura, pues tenía a su cargo darle al numeroso servicio de la casa las órdenes pertinentes para que los pequeñuelos no escupiesen el jamón ibérico.
Pese a las numerosas dificultades propias de su condición de primogénita de la alta burguesía madrileña, Esperanza sacó muy buenas notas en el Instituto Británico y obtuvo la licenciatura de Derecho en 1974. De si esa época corría delante de los grises, poco se sabe. El que sí que corría detrás de ella era Fernando Ramírez de Haro y Valdés, decimosexto conde de Bornos y entonces conde de Murillo. Del segundo condado se desprendió hace un par de años cediéndoselo a su hermana, porque en casa de los Aguirre no son de aparentar.
La joven Esperancita amaba a Fernando desde las uñas de los pies hasta el último pelo de su rubia cabeza, pero algo en su corazón le detenía. Ella había leído a Ayn Rand, y cada noche meditaba las enseñanzas de Bentham durante largo rato, con la mirada fija en las molduras del techo. ¿Podía ella, liberal de pura cepa, amar a un Grande de España, descendiente directo de Felipe el Hermoso? ¿Cómo compaginar las ansias de libertad que bullían en su sangre semiazul -roja por parte de padre, azul por parte de madre- con la nobleza y la raigambre de su esposo? ¿Cómo matrimoniar con alguien titular de 1877 hectáreas dedicadas al cereal y al forraje, propietario de 947 ovejas y 227 vacas, cuya enorme fortuna era fruto del despotismo? ¿Qué pensarían de ella Argüelles y los demás héroes de las Cortes de Cádiz que se habían enfrentado al absolutismo?
Cuenta la leyenda que Esperanza Aguirre meditaba sobre estas cuestiones junto a la chimenea, decidida a romper con Fernando, cuando el fantasma de Romanones hizo añicos la ventana y se posó sobre el busto de Sagasta.
Esperanza comprendió enseguida lo que los grandes liberales que le habían precedido estaban pidiéndole. Como una suerte de Bruce Wayne rubia, en su vida personal fingiría ser una aristócrata millonaria que recibía subvenciones estatales por todo su patrimonio. Su base secreta sería el palacete de tres plantas y sótano situado en pleno centro de la capital, de 2000 metros cuadrados de extensión. Numerosas fincas, pisos y propiedades en El Escorial y Sotogrande servirían para reforzar la tapadera.
Para compensar todo aquello, en su vida pública sería una campeona del liberalismo, hundiendo al enemigo desde dentro. Haría el enorme sacrifico de velar por los intereses de todos los ciudadanos y por conseguir un estado que gastase menos, cobrando durante tres décadas del erario público para evitar que ningún izquierdoso pudiese inmiscuirse en las sacrosantas libertades del pueblo, envuelta en una máscara de teatral necedad.
De ahí en adelante, su vida es leyenda. Ministra, presidenta, heroína. Sobrevivió en calcetines a los terroristas en Bombay, salió silbando de un terrible accidente de helicóptero e inmune de todos los casos de corrupción que explotaban a su alrededor. Solo ella sabe la verdad, y es que cuando, desde su cargo de la Presidencia del PP de Madrid, encumbraba a Granados, a López Viejo, a González y a los otros trece cargos salpicados por la Púnica y la Gürtel, lo hacía en su labor secreta de denuncia de estos estados elefantiásicos tan propensos a la corrupción que tanto gustan a los rojos de mal vivir.
Esperanza libra ahora su batalla definitiva contra el mal. Sus archienemigos Gallardón y Botella han mancillado su ciudad, esa Madrid City que ella patrulla desde el asiento trasero del Espemovil cada noche, con una deuda de 7000 millones de euros. Mendigos campan por las calles, sin una mano fuerte que les esconda de los turistas. Una perroflauta disfraza de jueza le disputa el lugar desde el que nuestra heroína debe alzarse por última vez contra la opresión del sistema. Y en el último momento, un turbio golpe bajo de un medio podemita como El Mundo descubre la identidad secreta de Esperanza, destapando su declaración de la renta. Pocos sospechan, sin embargo, que quizás la jugada maestra de nuestra heroína ha sido filtrar ella misma esos datos y volver a dominar todas las portadas el día en que a Rodrigo Rato le imponían una fianza de 18 millones de euros. ¡Larga vida a Esperanza Fuencisla, la mujer que nos salvará de nuestro egoísmo y de los peligros del Estado del Bienestar, luchando incansable contra el sistema desde dentro!
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