• «El presidente del Gobierno es el principal activo de Ciudadanos. ¿Cuántos votantes del PP se han pasado a Rivera para castigar un liderazgo que no soportan?».
• «Si el sistema político hubiera sido mínimamente poroso, hoy Pablo Iglesias e Íñigo Errejón estarían trabajando en Izquierda Unida».
• «Sánchez y Rivera sobreactuaron. Su acuerdo se presentó poco menos que como el Tratado de Versalles, pidiendo al resto de partidos que se sumen. Así, es difícil sumar apoyos».
• «Hay cierta evidencia empírica de que los electores castigan a quien bloquea una situación de gobernabilidad».
• «La conjunción de convergencia programática, nuevas demandas no atendidas y colapso de redes clientelares lleva destruyendo sistemas de partidos desde que tenemos noción».
Es el politólogo de moda. En el boom de los expertos en Ciencia Política, surgido al calor de la transformación del sistema de partidos español, destaca el nombre de Pablo Simón (Arnedo, La Rioja, 1985). El profesor de la Universidad Carlos III, editor del exitoso Politikon, analiza con precisión de cirujano las causas y efectos de la convulsión española, el compendio de cambios sociopolíticos que han enterrado el bipartidismo, reenganchado a la ciudadanía a la política y provocado un cada vez más agudo conflicto generacional. Simón explica que el fenómeno no es local, ni mucho menos inédito, sino la consecuencia natural de un caldo de cultivo fermentado durante años.
Han pasado 84 días desde las elecciones generales y la situación apunta a nuevos comicios en junio, aunque en dos meses todo puede cambiar y una reedición electoral entrañaría riesgos globales. Esto lleva al politólogo -habitual de la cadena SER, El País y La Sexta– a colegir que, conforme se acerque la fecha límite, las posiblidades de entendimiento subirán. Respecto a las estrategias de los partidos, considera que cada uno juega sus cartas pero advierte de la paradoja en la que está cayendo un Ciudadanos centrado en el acoso y derribo a Mariano Rajoy: la retirada del presidente del Gobierno y del PP sería «la peor de las noticias» para Albert Rivera.
Ochenta y cuatro días ya desde el 20D y no se atisba salida al bloqueo institucional. Los politólogos aconsejaban paciencia porque en escenarios de fragmentación parlamentaria es lógico que tome tiempo un pacto de Gobierno. ¿Tanta dilación sigue siendo normal?
Es cierto que la cosa no se está moviendo demasiado y hay varias razones que lo explican. En primer lugar, la atomización parlamentaria ha producido numerosos puntos de veto entre unos partidos y otros. Luego hay formaciones que internamente están divididas y eso no ayuda, precisamente. Podemos y el PSOE han tenido y tienen problemas graves en este sentido. Otro factor que dificulta llegar a acuerdos es la alta volatilidad electoral, porque todos los actores saben que la correlación de fuerzas puede cambiar si hay nuevas elecciones. El hecho de que ni el bloque de izquierdas ni el de derechas sume por sí mismo también es un obstáculo. O que se tenga la tentación de jugar con los tiempos para demostrar que se está negociando duro, cuestión clave en un escenario tan cambiante. Si Podemos hubiera aceptado la primera oferta del PSOE, por ejemplo, hubiera mandado una mala señal a sus bases. La combinación de todo esto explica el bloqueo de la situación.
El hecho de que se haya celebrado una primera sesión de investidura y con ello fijado una fecha límite para alcanzar un acuerdo, ¿ayuda a moverse?
Sí, sí. Nosotros tenemos la suerte de contar con un mecanismo que otros países no tienen: el de la disolución automática de las Cortes. A medida que nos acerquemos a la fecha límite, creo que las probabilidades de acuerdo tenderán a subir. Todos los actores son aversos al riesgo y las elecciones son arriesgadas para todos.
¿Ve realmente mimbres para un acuerdo de legislatura?
Es complicado de decir. El PP es claramente el más interesado en que haya nueva convocatoria, especialmente Mariano Rajoy. Está en juego su propia supervivencia. Sin embargo, para PSOE, Ciudadanos e incluso Podemos los incentivos pueden variar. No está claro quién sería el culpabilizado de haber provocado otras elecciones, y esto es importante porque hay cierta evidencia empírica de que los electores castigan a quien bloquea una situación de gobernabilidad.
¿Eso no dependería de la estrategia y comunicación de cada partido, incluso en la propia campaña electoral?
Totalmente. Además, sabemos que la última campaña ya fue muy decisiva, así lo acreditan los análisis postelectorales. El voto se movió más del doble de lo habitual y sobre todo afectó a los dos partidos emergentes. Se ha criticado mucho a las encuestas preelectorales por no acertar el resultado de Ciudadanos, pero ocurrió que este partido tuvo una campaña especialmente mala y Podemos la tuvo especialmente buena. A Pablo Iglesias no le falta razón cuando dice que le faltó una semana de campaña en diciembre, parafraseando al Felipe González del 96. Por eso hay que pensar que en junio la campaña volvería a ser determinante.
¿Por el volumen de indecisos en juego o por los movimientos de voto?
En diciembre se decía que había mucha gente que dudaba, pero realmente no había tantos, había mucho voto declarado. Y mucho de este voto declarado cambió después. Se empleó mal el dato de 40% de indecisos, pues en realidad estaba en torno al 23%. Así que yo sería muy prudente al decir que unas elecciones en junio traerían un resultado similar si para decir tal cosa me baso solo en que las encuestas actualmente reflejan eso. La cosa se puede mover mucho.
Un movimiento clave es el que se puede producir a la izquierda del PSOE. Podemos e IU ya suman 600.000 votos más que los socialistas. Si se presentan juntos, el sorpasso es seguro.
Aquí aparecen dos incógnitas: no sabemos si se reeditarían las confluencias ni qué pasaría con Izquierda Unida. En cuanto a las confluencias, tendrían que negociar la articulación con elementos novedosos porque habría que ver cómo influye que Ada Colau esté impulsando un partido nuevo, habría que ver qué decide Compromís… Todos los aliados de Podemos saben ya que tener grupo propio no es una cosa sencilla. Respecto a IU, yo creo que los incentivos no han cambiado. Si antes no se presentaron junto a Podemos, es difícil que lo vayan a hacer ahora. Compiten por el mismo electorado, Alberto Garzón está marcando perfil propio en las negociaciones, la relación entre bases y cuadros de IU y Podemos no es buena, el aparato de IU tiene mucha reticencia a una integración en Podemos…
Pero se ha visto que yendo juntos hubieran sacado 14 escaños más, la mitad de ellos a costa del PP. Su alianza daría al bloque de izquierda la mayoría absoluta o se quedaría al borde.
Desde una perspectiva racional, como la que planteas, es lógico el pacto, pero ya lo era antes del 20 de diciembre y no se entendieron. Había exactamente los mismos incentivos de voto agregado y mayor representación. Pero los partidos no siempre juegan a maximizar sus resultados, también buscan preservar el valor de su organización. Y las exigencias de Podemos a IU son muy altas, porque si ya tienen problemas per se para articularse como partido, imagínate la dificultad que supondría integrar dentro a una formación extra. La ventaja con las confluencias es que su marco de actuación es autonómico, les interesan sus territorios y se puede negociar con ellos sectorialmente. IU sin embargo es de ámbito estatal y eso lo complica todo.
En estos meses, el único avance ha sido el pacto entre PSOE y Ciudadanos, que tiene vocación de permanencia y que sus firmantes defenderán hasta el final. ¿Cómo vio el proceso de negociación y cómo influir en el voto esa alianza inquebrantable, que critican PP por la derecha y Podemos por la izquierda?
El proceso de negociación se puede dividir en etapas. Hay una primera fase desde las elecciones hasta que recibe Sánchez el mandato, en la que básicamente se habla de la crisis interna del PSOE. Nadie toma la iniciativa, a la espera del Rey. El anuncio por sorpresa de Podemos defendiendo un Gobierno de coalición provoca la renuncia de Rajoy y que a la semana siguiente, tras otra ronda de consultas, sea Sánchez el designado. Se inicia ahí la segunda etapa, precipitada por la decisión de Pablo Iglesias, donde lleva la iniciativa el formador de mayorías, lo que llamo el formateur, que es Pedro Sánchez. Y el PSOE lo que hace es emprender contactos bilaterales con una doble ambición: atraerse a Ciudadanos para que le complete la mayoría desde la derecha y hacer la envolvente a Podemos. Esto último consiste en cerrar acuerdos por separado con PNV, Compromís e IU para forzar la abstención de Iglesias. El momento en que se firma el pacto con Ciudadanos marca la tercera fase, a partir de la cual se imposibilita el plan del PSOE. Aitor Esteban, del PNV, lo explicó muy bien: el problema de tener un acuerdo tan cerrado, concreto y solemne complica entenderse con otros. El pacto se presenta al resto de partidos para que se adhieran: o se suman ustedes o no vengan. Esto fuerza a la mesa a cuatro de la izquierda a levantarse, cosa lógica, y lleva a Sánchez a perder la investidura. Ahora el PSOE sorprende con el hecho de que en todas sus interlocuciones irá siempre junto a representantes de Ciudadanos. Esto también es problemático para la formación de Gobierno, porque es muy difícil que los partidos de la izquierda se sienten a negociar sobre un pacto que han tildado de derechas.
Pero es que un pacto de Gobierno tiene que ser muy detallado y amplio. Si se hubiera firmado con Podemos, hubiera sido igual de concreto.
Claro, pero es que quizá era mejor llegar a un pacto de investidura y no de legislatura. Sacar medidas concretas para superar el primer trámite, lo cual hubiera permitido lograr también por separado el voto afirmativo de PNV y Compromís como poco. Esa podría haber sido una estrategia más interesante.
¿Crees que Sánchez se equivocó?
Sobre todo, hubo una sobreactuación en las formas. El acuerdo se presentó poco menos que como el Tratado de Versalles, pidiendo al resto de partidos que se sumen, todo o nada. Esto es difícil, los partidos también responden ante sus electorados y no pueden aceptar cualquier cosa.
Y respecto a la incidencia electoral, ¿el pacto reposiciona al PSOE en el centro y despeja a Podemos el carril izquierdo? ¿O tiene más valor mostrar capacidad de diálogo y entendimiento?
Hay dos vertientes del pacto que habrá que ver cómo evolucionan. La primera es el coalition signaling. Me explico: los electores votan estratégicamente a los partidos que consideran más viables, lo que lleva a muchos, por ejemplo, a pasarse de IU a Podemos. Ese es un voto estratégico clásico. Pero también nos movemos en función de las que creemos que son las coaliciones más probables a conformar tras la elección. El votante no es tonto e infiere de los resultados de las autonómicas y locales que Ciudadanos tenderá a pactar con el PP y Podemos tenderá a pactar con el PSOE. Con el acuerdo de Sánchez y Rivera, se rompe la señal de coalición. Ahora ya no está tan claro si Ciudadanos pactaría con uno o pactaría con otro. Y lo mismo con el PSOE. Esto puede cambiar el comportamiento de los electores. Luego, hay dos variables que juegan al mismo tiempo: la posición en el eje ideológico y el hecho de que quien haya peleado por formar Gobierno pueda acusar a otro de bloqueo. Es lo que el PSOE hace con el discurso de la pinza para responsabilizar a Podemos. Al mismo tiempo, está la cuestión ideológica. Esto ha movido al PSOE hacia el centro y le ha dejado sin un elemento que fue fundamental en su campaña, de lo que mejor le funcionó: empujar a Ciudadanos a la derecha. Pero estamos a la espera de ver cómo evoluciona y hasta el 2 de mayo no pueden repartirse culpas ni hablar de corrimientos en el eje.
Se ha criticado mucho que Pablo Iglesias pusiera tanto énfasis en reclamar una Vicepresidencia penipotenciaria. ¿Se equivocó? ¿Debió pedir solo un Gobierno de coalición, un reparto equitativo del poder, y no poner el foco en su aspiración personal?
Primero quiero rechazar eso que se dice de que hay quien está por los cargos y quien está por las políticas. Lo rechazo porque no hay mejor manera de hacer política que desde un cargo y es perfectamente legítimo que uno quiera tener puestos en un Gobierno de coalición. Respecto a la propuesta de Iglesias, hay dos cosas a valorar. Primero, las formas: eso de presentar en público la propuesta, sin ni siquiera consultarlo con los partidos con los que se supone que te tienes que sentar y entender, pidiendo en rueda de prensa cargos, ministerios y una vicepresidencia… Esto no ocurre en ningún lugar del mundo. Y luego está la intencionalidad que haya detrás de la iniciativa, que en sí misma decía directamente al PSOE que no confía en él. No parece el planteamiento ideal para llegar a un acuerdo. Y restó crédito a la oferta, muchos dudaron de su sinceridad.
Ahora hemos visto a Podemos abrazar en su discurso el eje izquierda/derecha, después de dos años renegando de él.
Es que intentar esquivar las etiquetas que sirven como atajo a los votantes y buscar marcos referenciales lo más transversales posibles para funcionar como un partido atrapalotodo es más viejo que el comer. Consiste en apelar a elementos transversales, como la corrupción. Todo el mundo está en contra de la corrupción, al margen de su ideología. O hablar de justicia social. Emplear marcos para expandirte más allá de tus fronteras naturales. Esto se da mucho cuando la situación es volátil, porosa. Pero luego el sistema político tiene tracción, te fija en el eje, porque no estamos en un sistema presidencial, sino en uno parlamentario, y es necesario pactar. Con quién pactas te sitúa en unos lugares o en otros. Podemos puede contar lo que quiera, pero desalojó al PP de todos los lugares donde pudo y pactó con el PSOE. No por casualidad es ubicado como el partido más a la izquierda de todos.
¿Esa estrategia funciona mejor en sistemas presidencialistas, como los de América Latina?
Claro, aquí la hipótesis populista tiene el límite de que estamos en un sistema parlamentario y hay que pactar. Y eso te define. En los sistemas presidencialistas al final lo importante es la persona, esos valores que encarna al candidato más allá de que esté a la izquierda o a la derecha. Esas categorías allí son más difíciles de implementar. En España y en Europa continental es otra cosa.
Cambiando de emergente, estas semanas hemos visto a Ciudadanos redoblando sus ataques contra Rajoy y llamando a una rebelión en el PP que cambie de líder y acepte el pacto Sánchez-Rivera. ¿Es acertado?
Ciudadanos tiene el riesgo de que parte de su electorado piense que no los votó para hacer presidente a Sánchez. Pero, claro, dispone de una ventaja vital: Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno es el principal activo de Ciudadanos. ¿Cuántos votantes del PP se han pasado a Ciudadanos para castigar a un liderazgo que no soportan? No habría peor noticia para Ciudadanos que la retirada de Rajoy. Con otro candidato, el PP podría hacerles mucho daño. Mientras Rajoy siga, y yo tengo la prevision de que seguirá, Ciudadanos continuará pescando votantes en ese caladero. Atacar a Rajoy siempre es útil para atraer a votantes populares desencantados.
¿No tocó suelo el PP en diciembre?
Yo tengo la teoría de que el suelo de cualquier partido está en el 0%. Una formación puede potencialmente seguir perdiendo votos siempre y en cualquier circunstancia. En el caso del PP, se le pueden ir electores a la abstención, por ejemplo, si no les seduce Ciudadanos. Hay otros elementos que juegan contra el PP, como haber perdido tanto poder territorial. En sus bastiones tenia no solo votos, sino también importantes recursos que le permitían movilizar grandes redes de apoyo. Conectaba con la sociedad civil, con los medios de comunicación… Esas redes han tendido a descomponerse o a caer y le va a hacer muy complicado remontar a los niveles que tenía antes.
Iglesias ha dicho en alguna ocasión que le gustaría tener tiempo para estudiar todo lo ocurrido en España en estos años.
Ha sido un gran colapso del sistema de partidos, pero no solo en España, también en Grecia, también en Italia. Hay marcos teóricos que explican muy bien el hecho de que la transformación de estos sistemas de partidos era algo perfectamente predecible. Había factores estructurales que empujaban a ello, otra cosa es que las élites políticas no lo vieran. Se requiere un shock externo, como la crisis económica de gran profundidad, pero éste por sí mismo no es el causante. Faltan más ingredientes en la coctelera, tres en concreto: fallo de oferta política, emergencia de nuevas demandas ciudadanas que quedan sin respuesta y descomposición de redes clientelares tradicionales.
¿El fallo de oferta política se da cuando los partidos tradicionales se alejan de la calle o de algunos de sus postulados clásicos?
Aparece cuando los ciudadanos perciben que da igual quién esté en el Gobierno porque aplican todos las mismas políticas. Esto tiene mucho que ver con las circunstancias en las cuales los Gobiernos tienen constreñimientos externos que le acortan el margen de maniobra o cuando existen dinámicas de gran coalición, acuerdos entre los partidos principales en torno a los mimbres básicos y en las recetas a aplicar. En Italia, el tecnócrata Monti recibe el apoyo del Pueblo de la Libertad y del Partido Democrático; en Grecia, Nueva Democracia y PASOK gobiernan en coalición; en España, por la razón que sea, existe la percepción de que PP y PSOE son lo mismo o aplican las mismas recetas. Se da la percepción de que hay fallo de oferta. Nota al margen: si queréis terminar de destruir el sistema de partidos español, formad una gran coalición.
Al tiempo, surge el 15M.
La convergencia programática es un elemento clave, pero también tienen que emerger nuevas demandas, que nadie sabe muy bien cómo surgen pero que los partidos tradicionales no son capaces de satisfacer. Esto ocurrió en Italia, previo a Tangentópoli; en América Latina en los años 90, aunque allí los partidos fueron más porosos, capaces de incorporar esas nuevas reivindicaciones, surfearon mejor la ola. En España, tras el 15M los partidos políticos tradicionales apenas se mueven, no asumen esas demandas en sus programas, siguen huérfanas. No se hacen reformas institucionales importantes, no hay receptividad ninguna, se favorece la figura del emprendedor político. Alguien con olfato para detectar la carencia puede aprovecharlo. Si el sistema político hubiera sido mínimamente poroso, hoy Pablo Iglesias e Íñigo Errejón estarían trabajando dentro de Izquierda Unida. Como no lo es, montaron su propio partido.
Por último, se produce el desmantelamiento de las redes clientelares.
Un tercer elemento fundamental. El clientelismo es un mecanismo que solidifica mucho la estabilidad del sistema político. Recuerdo que en las elecciones de 2007 el 70% de los alcaldes imputados por corrupción en España fueron reelegidos. Esto tiene mucho que ver con el hecho de que existían de manera masiva casos de clientelismo ligados a la especulación inmobiliaria y conectados con el sistema de partidos. Esto decae cuando impacta la crisis económica. A partir de 2009, 2010, 2011 la preocupación por la corrupción se dispara. Lo que no coincide en el tiempo con los mayores escándalos de corrupción, que son anteriores. La máxima corrupción en este país ha sido a nivel local, en 2006 o 2007. Pero ahí el sistema político seguía funcionando. Cuando las redes clientelares se decomponen, emergen muchos más casos de corrupción y además la gente es más intransigente. La conjunción de convergencia programática, nuevas demandas no atendidas y colapso de redes clientelares lleva destruyendo sistemas de partidos desde que tenemos noción.