• El candidato a la investidura optó por un discurso plano, sin efectismos, para que destacara un mensaje repetido hasta la saciedad: Podemos tiene que elegir entre Rajoy o un presidente del PSOE.
• La dicotomía es un recurso poderoso en comunicación política. El líder socialista se aferra a ello para imputar a Iglesias la responsabilidad de que el PP siga en Moncloa.
• La intervención más importante de la carrera de Sánchez apenas incluyó una cita y una metáfora valiosa.
• No se salió de los márgenes delimitados por el acuerdo con Ciudadanos.
La orquestación es uno de los once principios clásicos de la propaganda enunciados por Joseph Goebbels. Consiste en repetir el mismo mensaje por tierra, mar y aire, aparcando conceptos secundarios y subordinando cualquier consideración adicional a la idea principal que se quiere vender. Puede transmitirse de diferentes modos, a través de variados recursos, pero siempre siendo fiel a la esencia. Pedro Sánchez se hartó ayer de reiterar que las medidas que defiende, antagónicas al ideario del PP, podrían empezar a aplicarse sin demora, “la próxima semana”.
La muletilla no aparecía en el discurso con que subió a la tribuna de oradores del Congreso, pero el aspirante a La Moncloa la añadió a cada paquete de medidas esbozado. El auditorio acabó murmurándola cuando se adivinaba una nueva reiteración, como alumnos aventajados en la clase del profesor Sánchez.
El líder socialista insiste en un mensaje nítido, simple y fácil de encajar: hay que elegir entre PP o PSOE
El estribillo era la guinda elegida por el candidato para reforzar una estrategia que consiste en presentar a Podemos -firme en el ‘no’-, como el culpable de que España no cambie de presidente. Iglesias puede elegir entre Rajoy o un socialista, entre el programa del PP o el del PSOE, y opta por el primero, vino a decir durante 96 largos minutos.
La dicotomía es un recurso poderoso en comunicación política. Reducir el escenario a una elección entre dos alternativas permite colocarse a la vanguardia de una de ellas y trasladar un mensaje simple, fácil de encajar por el público y de difundir por los correlegionarios. Sánchez tiene mimbres para explotar la vía “yo o el caos”, “yo o más Rajoy”, pero ayer abusó en exceso de un recurso en torno al cual apenas hubo nada más. No se molestó ni en cubrirlo con el socorrido papel de regalo de las metáforas, las citas de autoridad o la ironía.
Todas las medidas detalladas habían sido recogidas en el acuerdo firmado con Ciudadanos, como no podía ser de otra manera, y fueron expuestas de un modo monótono, conservador, sin efectismos. Tampoco hubo innovaciones respecto al Gabinete que tiene en mente o al calendario concreto que se plantea, quizá para no opacar el mensaje único orquestado y para dar credibilidad a su discurso de que solo le interesa el para qué. O quizá porque no tuvo tiempo o capacidad para más.
El vaticinio errado de Iglesias
El 6 de octubre de 2014, Pablo Iglesias aseguró que el PSOE tendría que elegir entre hacerle presidente a él o a Rajoy tras las siguientes generales. Estaba convencido de lograr el sorpasso en la izquierda sociológica, pero al final se quedó a 300.000 votos y el vaticinio se ha dado la vuelta. Sánchez lo ha aprovechado para ponerle ante el espejo de su propio razonamiento: debe elegir entre Rajoy o el candidato socialista. No hay alternativa.
La realidad es mucho más compleja y la coincidencia en el voto no implica concordancia ideológica. Es obvio que el proyecto de Iglesias y el del PP son antitéticos, pero el PSOE está seguro de que Podemos tendrá muy difícil explicar por qué apretó el mismo botón que Rajoy cuando se le presentó una opción de cambiar al inquilino de La Moncloa. Es posible que el Rey no postule nuevos candidatos -sin cambios en el statu quo, no tendría muchos argumentos para hacerlo- y que Iglesias tenga que dedicar gran parte de una campaña primaveral a explicar por qué abocó a comicios cuando pudo despejar el camino al PSOE.
Podemos predijo en 2014 que el PSOE tendría que elegir entre Rajoy o Iglesias
De esas interpelaciones se encargaría un Sánchez que ayer dejó cierto aroma de decepción. Fue solvente en la defensa de sus tesis –“en todo lo que estamos de acuerdo, podemos llevarlo a cabo ya; en todo lo que discrepamos, salgamos de donde estamos y avancemos a la velocidad que sea posible”-, pero se esperaba más del discurso cumbre de su carrera. El secretario general del PSOE se ha mostrado desde que sucedió a Rubalcaba como un político atrevido, hasta bordear los límites de lo temerario/frívolo en alguna ocasión. Quizá esta convencional y plana intervención sea una muestra más de la transformación vivida las últimas semanas, en las que su liderazgo ha crecido de modo incuestionable. ¿Está la solvencia institucional reñida con la audacia para las alocuciones clave? Parece ser que sí.
El discurso más importante de la carrera de Sánchez apenas incluyó una cita -de Fernández de los Ríos: “La única revolución pendiente en España es la revolución del respeto”– y contadas metáforas. Entre estas últimas, la más elaborada consistió en dibujar el acuerdo como el “vehículo” que lleva al cambio, movido por el “diálogo”. “Se acelera con la capacidad de ceder y la ilusión por el cambio. No nos vale la imposición, el chantaje o el abandono”, explicó gráficamente.
Para olvidar fue, en cambio, su confusa y exótica referencia a los “sabores auténticos” de la buena cocina, cuyo secreto reside en “la armonía, la variedad y el contraste”. Quiso hacer una analogía con el pacto transversal que pretende, pero no resultó. Sí hizo buen uso de las enumeraciones: cinco desafíos de país, cuatro elementos “nocivos” de la reforma laboral, tres objetivos “cumplidos” con su candidatura.
Hoy volverá a ser protagonista, recibiendo las réplicas de los grupos y protagonizando las consiguientes respuestas. Y aún tendrá una prórroga el viernes, antes de la segunda votación. Es de esperar que persevere en la orquestación de su mensaje mollar, pero no le vendría mal aplicar otras leyes de la propaganda -tan o más convenientes de observar-, como la de la renovación.