Se veía venir desde el principio, y así lo vaticinamos unos cuantos cuando parecía que el partido nacido del “movimiento de los indignados” crecía como un suflé hasta amagar con comerse todo: una cosa es ponerse al frente de una reacción ciudadana de oposición a lo que hay y otra, muy distinta, es convertirse en el relevo de lo que hay, para lo que resulta imprescindible elaborar antes, y venderla, una lista de propuestas creíbles que puedan presentarse al público como un programa de gobierno.
Ahí, los “profes” de la Complutense se han dado de bruces con su Principio de Peter y se están dejando los piños, porque a base de decir animaladas contra La Casta podían movilizar a buena parte del voto popular en las elecciones municipales y autonómicas (erróneamente vistas por muchos como “menores”), pero en las generales (destinadas a seleccionar a los administradores que deben sacarnos de las traumáticas secuelas de una crisis aún no superada) la gente no respaldará a unos listillos que han convertido su antes belicoso izquierdismo revolucionario en una yenka ideológica en la que andan más perdidos que un pulpo en un garaje.
Sus problemas, que han sembrado un recelo creciente en la calle, son esencialmente cuatro:
- Los modelos populistas latinochés (Paco Umbral dixit) que ellos proponían ya dan pánico a la inmensa mayoría de gente sensata por el esperpento diario que es el chavismo; la identificación con Syriza y su patadón en la boca de Merkel para terminar llevando a Grecia a un pozo sin fondo y entregar sus empresas públicas al capital alemán suena hoy a broma de pésimo gusto, de esas que mueven al futbolista Piqué a bramar “¡pa tu p… madre!”; en cuanto a la invocación de última hora del modelo danés tiene, en boca de quienes avalaron los disparates antes citados, la misma credibilidad que un musulmán predicando la resurrección de Cristo.
- La incredulidad, galopante a estas alturas, a que induce la constante mención del “respeto a la democracia”, cuando su núcleo fundacional ha demostrado un manejo maestro del totalitarismo caciquil, despreciando, aplastando y silenciando cualquier divergencia durante la caricatura de primarias que han organizado.
- La soberbia y la prepotencia exhibidas por Pablo Iglesias en los últimos seis meses, en los que dejó claro que Podemos sólo pactará alianzas satélites con otros partidos que asuman como indiscutible que la Presidencia del Gobierno será para él y la formación del mismo un asunto a decidir por su caudillaje, asesorado por el reducido Estado Mayor que le rodea. Es probable que la caída libre que reflejan las encuestas seguirá y hasta se acentuará, y eso parece haber sumido en la perplejidad y cerrado la boca al mesiánico líder durante el mes de agosto más politizado de los últimos años.
- A medida que su globo se desinfla, los vasos comunicantes que son los votos tienden a recuperar los equilibrios pasados: una renovada tendencia al bipartidismo, resurrección de Izquierda Unida (con un Alberto Garzón que, al paso que vamos, pronto podrá devolver los menosprecios que Iglesias le brindó), evaporación en el éter de la ingenua creencia original de que éstos querían barrer a la actual casta dirigente, pero no heredarla con un “quítate tú, que me pongo yo”… Tengo para mí que si en el PP alguien manejara un concepto claro de lo que es la imagen pública y no cometieran cagada tras cagada (la penúltima, la del ministro del Interior recibiendo a Rato; la última está por llegar, pero seguro que llegará), a estas alturas del baile estarían en el umbral de renovar la mayoría absoluta. Me huele, sin embargo, que ellos mismos se ocuparán de hacerlo imposible.
¿Qué inventará la dirigencia podemita para intentar que al enfermo le remita la fiebre? Pienso que lo tienen crudo. Primero, porque están perdidos en un laberinto en el que, en cualquiera de sus muchas curvas, les espera el astifino minotauro de sus propias organizaciones regionales y locales dispuesto a cornearlos y a recordarles todo el rollo de los “Círculos”, los “sóviets”, el “respeto a la voluntad democrática”, la “eliminación de la putrefacta casta,” etc.
Frente a tanta amenaza radical de los inicios, la realidad de hoy es la que sigue: disposición latente pero clara a servir de muleta al PSOE (según ellos, parte de la casta, no lo olvidemos) para que logre La Moncloa, a cambio de que les concedan unas migajas de la tarta; confusión anárquica y enloquecida sobre el asunto capital de cómo debe estructurarse el Estado (con las tramposas elecciones catalanas en el horizonte inmediato); revuelta de unas “marcas blancas” con que se presentaron en las pasadas elecciones, que ya no aceptan la estructura piramidal diseñada por Iglesias sino que se reivindican como la clave de los resultados obtenidos y señalan a su peña como un clan más de la tribu (véase el ejemplo de Mareas en Galicia, Compromis en Valencia y de Teresa Rodríguez en Andalucía o Ada Colau en Barcelona, y hasta de Carmena en Madrid)… Y un ambiente generalizado de decepción entre los activistas de base por la deriva socialdemócrata diseñada por Errejón y aceptada por Iglesias, que poco o nada tiene que ver con el movimiento de los indignados y sí mucho con el deseo de pisar moqueta ahora o nunca. Por este camino, esos militantes reclamarán a gritos la vuelta de Monedero.
El galimatías es de aúpa, y el ominoso silencio del Jefe Carismático lo denuncia. ¿Cómo reaparecerá, si reaparece y no busca repetir la maniobra de González en el 27 Congreso del PSOE (el de la renuncia al marxismo) presentando su dimisión para torcer el brazo a los disconformes y que entonces le aclamen? Descarto que una maniobra así le funcione porque Podemos carece de historia y de la organización disciplinada que sí tenían los socialistas, así como de antecedentes exitosos en revisión doctrinal cual fue Bad Godesberg.
Le queda el recurso de volver al vociferio, dar un puñetazo en la mesa, vestir de nuevo la camisa de Robespierre recuperando el discurso jacobino de guillotinar a los que hoy mandan y llamar viejos superados a los izquierdistas de siempre. Pero después de tanta rectificación, bandazos y donde dije digo digo Diego, ¿quiénes van a tomarle en serio? Ni el Tato, o sólo el Tato.
Es por eso que, a día de hoy, no dudo en calificar a Pablo Iglesias de proyecto fracasado y amortizado. No le conozco personalmente, y ya dije más de una vez que la irrupción de Podemos habrá sido positiva para hacer que los partidos hegemónicos reconsideren su sentido de la impunidad. Pero su hora ha pasado. La Complu y Maduro le esperan.