• El partido de Iglesias utiliza el eje izquierda/derecha para desacreditar a Sánchez, tras dos años renegando con firmeza de esa lógica.
• Relega las dialécticas arriba/abajo y nuevo/viejo después de consolidar su proyecto y cuando acaricia el anhelado sorpasso al socialismo.
• La formación morada tiene el electorado más ideologizado y combativo: El 15% se dice de extrema izquierda, el 50% ha boicoteado productos por razones políticas y el 10% ha participado en ocupaciones de edificios, encierros o bloqueos de tráfico.
“El eje izquierda-derecha es un juego de trileros para que gane la banca”. “La política entre izquierda y derecha es una estafa”. “No es izquierda o derecha, es dictadura o democracia”. Hasta hace poco, era común escuchar este tipo de reflexiones en boca de los dirigentes de Podemos, especialmente en la de su secretario general, Pablo Iglesias. La formación que se considera heredera del 15-M y que hace dos años irrumpió por sorpresa en el sistema de partidos español renegaba de la lógica con que tradicionalmente se ha clasificado a actores, fuerzas y postulados políticos.
Los términos ‘izquierda’ y ‘derecha’ han servido desde la Revolución Francesa para categorizar en política, algo que Podemos consideraba una “estafa” en nuestros tiempos, prefiriendo imponer los ejes arriba/abajo y nuevo/viejo. Sus miembros decían tener vocación de transversalidad y pretendían seducir a amplias capas sociales, no solo izquierdistas, por mucho que ellos provinieran de ese espectro.
Desde las elecciones generales, el discurso ha cambiado. Podemos ya no solo no reniega del eje ideológico clásico, sino que lo abraza hasta ponerse a la vanguardia de uno de esos polos. Iglesias no acepta más que un Gobierno izquierdista de coalición, no quiere ni sentarse a hablar con las fuerzas que considera de derechas y afea al PSOE que sí lo haga. “Con las derechas no, Pedro”, repite el líder morado con frecuencia.
¿Qué hay detrás de este cambio de estrategia? “Antes de las elecciones, la expectativa de voto incluía un espectro más amplio: el ciudadano desencantado de la política -ya fuera de izquierda, centro o derecha-, con el objetivo de obtener el mayor número posible de votos (el típico catch-all party)”, explica el politólogo Ignacio Martín Granados. Ahora, “Podemos intenta el difícil equilibrio entre su electorado puro (indignados, movimientos vecinales y asamblearios, antiguos votantes de izquierda más o menos radicales…) y el prestado (indecisos, votantes de centro, voto de castigo…)”.
En opinión de Martín Granados, Iglesias no puede renunciar a ninguna de estas bolsas “porque las necesita para el sorpasso al PSOE; ha encontrado la excusa perfecta para mantenerse rígido en su postura: el mensaje es ‘somos nueva política, pero también somos de izquierda y no vamos a pactar con la derecha, sea el PP o su cara más amable’”. Si hubiera mantenido su antigua posición, “no tendría pretexto para no hablar con Ciudadanos”.
«Estirar la goma ideológica»
De este modo, está empujando al centro al partido de Pedro Sánchez, con la vista puesta en la siguiente cita electoral. “Podemos es un partido eminentemente táctico y de ideología maleable, casi líquida”, opina el consultor político César Calderón. Desde sus inicios, el proyecto persigue la misma meta -“sustituir al PSOE como partido hegemónico de la izquierda”- y no duda en “estirar su goma ideológica todo lo necesario” para conseguirlo.
Calderón cree que el pacto Sánchez-Rivera “está reposicionando hacia el centro a los socialistas en el imaginario colectivo, ha dejado libre todo el carril de la izquierda de forma gratuita”. Y el partido morado lo está aprovechando, pues “siempre se ha caracterizado por realizar lecturas tremendamente eficaces de la situación política y social y ocupará como ha hecho hasta ahora todos los espacios políticos que sus rivales les permitan”.
Una magnífica entrevista que me hizo @anaisbernal La clave no es un eje derecha-izquierda, sino democracia-dictadura http://t.co/G37gYkJxZA
— Pablo Iglesias (@Pablo_Iglesias_) febrero 13, 2014
David Redoli, sociólogo presidente de la Asociación de Comunicación Política, considera que el intento de Podemos de “redibujar el clásico esquema de clases para transformarlo en uno nuevo capaz de agrupar a una mayor cantidad de gente de manera transversal” era utópico: “Crear categorías conceptuales lleva mucho tiempo y requiere de un soporte en la realidad; en la era del precariado, no es fácil generar identidades de clase tan potentes como las que había en la sociedad moderna”.
David Redoli: «Han recuperado lo que todos entendemos: qué significa ser de izquierdas o de derechas, tanto en el sentido intuitivo como en el teórico»
Las etiquetas izquierda y derecha, la ideología, sirven “para condensar y organizar en una sencilla dimensión cuestiones políticas complejas”, explica Redoli. Si Podemos ejecuta ahora un discurso izquierdista es “para evitar perder apoyos y para definirse de manera algo más clara ante su electorado, que necesita reconocer lo que respalda”. “Han recuperado lo que todos entendemos: qué significa ser de izquierdas o de derechas, tanto en el sentido intuitivo de los ciudadanos como en el teórico/académico, porque la indefinición aboca al desdibujamiento”.
Lo cierto es que el cambio discursivo ha sido gradual. Podemos dejó de utilizar el término “casta” cuando se popularizó, a la vez que su partido se consolidaba por encima del 15% en intención de voto. Esa cota nunca la superó ningún partido a la izquierda del PSOE. El PCE de Carrillo se quedó en el 10,77% en 1979. La IU de Julio Anguita, en el 10,54% en 1996. “Pablo Iglesias ha conseguido lo que yo quería”, declaró Anguita hace unos días en Papel: “crecer a costa del PSOE”. Para lograrlo, tomó un camino distinto, puesto que atacar al socialismo por la izquierda llevaba al “abismo”, como Alfonso Guerra advirtió en su momento.
Años de estudio
Si la formación morada renegaba del tablero convencional no era por capricho. Sus impulsores llevaban años -algunos décadas- estudiando lo que consideran el fracaso de la izquierda y la pérdida de la hegemonía cultural. En España y en Europa. El mapa conceptual ubicaba al PP en la derecha y al PSOE en la izquierda, arrinconando al resto de fuerzas en los márgenes, sin espacio sociológico para ser determinantes. La vieja IU, que Iglesias intentó reconvertir antes de lanzar su propio partido, lo asumía resignada. Se recreaba en lo que el dirigente morado llama “la cultura de la derrota”.
“El típico izquierdista tristón, aburrido, amargado… La lucidez del pesimismo. No se puede cambiar nada, aquí la gente es imbécil y va a votar a Ciudadanos, pero yo prefiero estar con mi 5%, mi bandera roja y mi no sé qué. Me parece súper respetable, pero a mí dejadme en paz. Nosotros no queremos hacer eso. Queremos ganar”, explicaba al respecto el propio Iglesias en junio. Aquella entrevista con Público desató la polémica, porque recogía palabras muy gruesas en pleno debate sobre una alianza electoral Podemos-IU.
Pocas veces se ha visto a Iglesias exponer tan a las claras sus convicciones sobre el tema: las esencias, la pureza ideológica de la extrema izquierda, conducen a la melancólica irrelevancia. Por eso, no se hace bandera del republicanismo, el antimilitarismo o la nacionalización de empresas. Se dan las batallas que se pueden ganar.
Jorge Moruno, responsable de argumentario y discurso de Podemos, se mostraba en plena sintonía con esto, también el verano pasado, al ser entrevistado por SABEMOS: “Al principio nos acusaban de dividir a la izquierda, ahora nos dicen que tenemos que ser los encargados de unirla. Y nosotros lo que decimos es que la unidad de la izquierda es algo que le importa a muy poca gente”. Y remataba: “Lo que nosotros queremos es poner en el centro del debate las preocupaciones de la mayoría: paro, precariedad, desigualdad, servicios públicos. Y en eso está de acuerdo mucha más gente de la que se autoubica a la izquierda. Claro que venimos de dónde venimos y yo vengo de dónde vengo y si me preguntas claro que me considero de izquierdas. Pero lo que importa es estructurar el campo político de forma que se facilite la construcción de mayorías a favor de un cambio democrático. El resto es secundario”.
Ahora, la retórica es muy distinta. Porque Podemos ronda el 20% y está al nivel del PSOE, aspira a mucho más que a ser una muleta. Está en condiciones de ser al menos segunda fuerza en las próximas elecciones y ya puede decirse izquierdista sin riesgo de ser marginado en el extremo, todo lo contrario: queda en mejor posición para seguir creciendo en el nicho más numeroso.
Según el CIS de febrero, el 37,6% de los españoles se sitúa entre el 1 y el 4 en la escala ideológica donde 1 es la izquierda y 10 la derecha; el 20,5% lo hace en el 5, que podría considerarse el centro pero técnicamente sigue siendo ala izquierda; un 20,7% no sabe ubicarse o no contesta; y sólo un 21,2% se coloca en posiciones de derecha. El actual sistema de partidos, además, hace que con un 22% del voto ya se pueda ser primera fuerza de la izquierda y que para ganar las elecciones pueda bastar con el 25% o 26%.
Queremos un gobierno de progreso y queremos trabajar contigo en él. La gente quiere que nos entendamos. Pero con las derechas no, Pedro
— Pablo Iglesias (@Pablo_Iglesias_) febrero 5, 2016
Por todo ello, Podemos insiste en que “con el PP, ni a la vuelta de la esquina” y con Ciudadanos, solo para temas de regeneración y lucha contra la corrupción. Rivera está vetado para conversaciones sobre el futuro Gobierno y política económica. El PSOE, al pactar con C’s y sentarse con los populares, traiciona las esencias y vuelve a no defender los intereses de la “mayoría social” que, como ha quedado expuesto, es de izquierdas.
Críticas desde el PSOE
Este discurso no ha pasado inadvertido en Ferraz. “Yo he sido el que he escuchado con estos oídos e incluso he leído en un diario, en una entrevista que le hicieron ustedes, al señor Iglesias decir que la izquierda y la derecha era un juego de trileros. Y yo criticarlo porque yo defiendo que efectivamente existe una diferencia entre la izquierda y la derecha”, se quejaba el lunes Pedro Sánchez en rueda de prensa.
Tres días antes, en el cierre de la fallida sesión de investidura, era Antonio Hernando quien ponía negro sobre blanco el bandazo. “Durante muchos meses, hemos escuchado en las televisiones y leído en 140 caracteres que la diferencia entre la izquierda y la derecha ya no existía, que era una falacia mantenida por trileros y que el nuevo paradigma era lo nuevo y lo viejo”, declamaba el portavoz socialista en el Congreso. “¿Cuál es hoy nuestra sorpresa? Es precisamente la ideología el material con el que se quiere levantar una auténtica muralla”.
Hernando (PSOE): «Siempre supe que aquello de que la izquierda y la derecha eran categorías superadas era una superchería»
Hernando iba más allá y detallaba las razones que él cree que están detrás de todo esto: “Nunca creí en el fin de las ideologías y siempre supe que aquello de que la izquierda y la derecha eran categorías superadas era una superchería que se utilizaba como mera excusa para abrir un espacio. Abierto el espacio, ahora sí, la ideología vuelve a ser para algunos válida para levantar un muro. Pero miren: no hay nada más viejo que la política de frentes ni nada más caduco y más vacío que el ‘quítense ustedes para ponerme yo’”.
Con los datos en la mano, Podemos tiene razones para adoptar este nuevo rumbo. Al margen de sus propósitos iniciales, lo cierto es que disponen del electorado más escorado, comprometido y combativo. Y el discurso ideológico es capital para fidelizarlos, además de para continuar la empresa de suplantar al PSOE. El 15,2% de los que aseguran haber votado a Iglesias el 20D se ubica en la extrema izquierda, porcentaje que sube al 16,5% en el caso de la confluencia catalana, En Comú Podem, y al 18,2% en el de la gallega En Marea.
Si hay comicios en junio, Iglesias necesitará que todos ellos le vuelvan a apoyar, puesto que la participación bajará con toda seguridad. En total, el 76% de su bolsa de fieles se coloca en la izquierda y apenas el 14,7% en el centro, considerando la casilla 5 como tal. En cualquier caso, la morada es la formación que más rechazo genera en ese nicho: el 46,4% de los autoubicados en el 5 no les votaría “nunca”. Poco margen de crecimiento tienen en un carril muy disputado por PSOE, Ciudadanos y PP y no tan numeroso (20,5% del total).
Aparte del más izquierdista, el electorado de Podemos es el más interesado en política y el más combativo socialmente. El 67% siguió con mucho o bastante interés la campaña de diciembre, según el CIS postlectoral. Esa cifra es sensiblemente inferior entre los votantes de Ciudadanos (60,1%), PP (55,4%) y PSOE (48,2%).
También son los que en mayor número han asistido a manifestaciones -el 20,8% “en bastantes ocasiones”-, han comprado o dejado de comprar productos por razones políticas, éticas o medioambientales (49,8%) y participado en huelgas (58,8%). El 10,2% afirma, además, haber ocupado edificios, participado en encierros o bloqueado el tráfico.
Un caldo de cultivo, en definitiva, que haría peligroso seguir apostando por la indefinición. Iglesias tiene muy presentes las teorías de Maquiavelo, a quien cita con frecuencia, y seguro que en sus decisiones ejerce alguna influencia aquella enseñanza del consejero florentino: “El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como amigo”.