Las propuestas del país heleno, que incluyen tocar las supuestas líneas rojas de las pensiones y el IVA aunque menos de lo exigido inicialmente, parecen contentar a los líderes comunitarios. Europa y la antigua troika cederán probablemente por su parte añadiendo concreción a la reestructuración de la deuda griega que ya reflejaba el acuerdo de 2012, como demandaba el Gobierno de Tsipras. Los detalles finales no se atarán hasta la reunión del Eurogrupo del miércoles con la idea de que el acuerdo se selle en la cumbre europea de jueves y viernes. Analistas y economistas coinciden en afirmar que ha habido mucha escenificación y mucho menos riesgo del que se dejó entrever.
No hubo colas en la puerta de los bancos griegos para sacar el dinero y huir con él a la parte de abajo de algún colchón. No hubo pánico en las Bolsas europeas sino euforia temprana que se tornó en subidas que en España no se veían desde el otoño de 2012 (el Ibex avanzó un 3,87%). No fue la jornada tensa por decisiva (la enésima) que se había prometido para la salida de Grecia del euro. No hubo ninguna catástrofe que mirar, circulen. Es posible el acuerdo, se dijo desde por la mañana en Bruselas, donde se iba a celebrar por la tarde la reunión de los 19 jefes de Estado y de Gobierno que tenían que buscar solución a algo que parecía gordiano. La propuesta del Gobierno griego era buena, confirmaban la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
El plumero salía ya hasta en la foto del Meteosat. La banca tranquilizó desde bien temprano en sus informes a los señores del dinero. El de Citi a sus clientes (titulado Postal desde Atenas) apostaba claramente por el acuerdo. El capital sabía que el filo de la medianoche, que es como llaman al momento en que se alcanza el pacto porque no queda otra, se acercaba. Grecia no quiere salir del euro. Alemania no quiere que salga. Y su obcecación de líneas rojas era más falsa que un duro de seis pesetas porque no había debate económico tras los enroques, sino ideología. Y cuando en su particular strip-póker llegaron donde tenían que llegar, se acabaron los faroles.
¿Quién iba a ceder en el campo ideológico? ¿Iba Alemania a defender que sus teorías de austeridad habían dejado caer a uno de los países del euro por 1.500 millones que Grecia tiene que devolver al FMI el 30 de junio? ¿Incluso por los 7.200 que tiene que devolver al BCE entre julio y agosto, si la alternativa era no ver un euro de la deuda y, sobre todo, romper Europa? ¿Iba el Gobierno de Tsipras a vender en su país que salen del euro (y se quedan sin acceso a los mercados y a futuros fondos europeos para rehacer una Grecia económicamente arrasada) por no tener por escrito una reestructuración de la deuda que todo el mundo da por hecha, después de todas las cesiones aceptadas ya al que fue su programa electoral? A partir de ahí, negociar era relativamente más fácil y al final ambos bandos cedieron.
Según la propuesta del Gobierno griego desvelada por El País, el Ejecutivo de Tsipras habría aceptado tocar una de sus líneas rojas: la edad de jubilación, elevándola progresivamente hasta los 67 años de aquí a 2025. Se aumentará además la aportación tanto de empresas como de empleados a la Seguridad Social para añadir estabilidad a las pensiones y se harán modificaciones en el IVA. Los cambios están destinados a que Grecia logre superávit primario (diferencia entre ingresos y gastos públicos antes de abonar los intereses de la deuda) del 1% este año, 2% el próximo, 3% en 2017 y 3,5% en 2018. Por su parte, Alemania, Francia y las instituciones de la troika estarían dispuestas a dar más concreción a la ya considerada como inevitable reestructuración de la deuda griega, contemplada en el acuerdo de finales de 2012.
Las cesiones son económicas, no podía ser de otra manera, pero lo ocurrido, coinciden los analistas y economistas consultados por SABEMOS, desmiente a James Carville, el estratega de la campaña de Bill Clinton de 1992 que acuñó la frase es «la economía, estúpido». Él se refería a uno de los tres puntos fuertes sobre los que debía pivotar el proceso electoral del líder demócrata frente al triunfalismo bélico de Bush, pero su eslogan ha sido utilizado una y otra vez en muy diversos contextos. Esta vez era la política.
La cuestión alemana y el último minuto
«La mayoría de los analistas veníamos diciendo que en el último minuto habría un acuerdo y al final es lo que parece que ha sucedido», comenta a SABEMOS Javier Flores, responsable del servicio de estudios y análisis de Asinver. «La solución no tiene que ver con contabilidad sino con las raíces europeas. Si Europa quiere seguir presentándose ante el mundo como un lugar en el que se defienden los derechos humanos, no podía dejar caer a Grecia», añade. Otra cosa es la escenificación que se ha seguido, que Flores compara con la que se ha visto en la zona euro en muchas otras ocasiones durante la presente crisis, incluido «aquel mayo de 2010 en el que se dio un ultimátum al país para que aceptase el rescate. El anuncio del Ecofin del viernes pasado, la reunión extraordinaria de los Jefes de Estado y de Gobierno del lunes (ayer), todo se correspondía con el escenario de los acuerdos».
Coincide con él en buena medida Emilio Ontiveros, catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de Analistas Financieros Internacionales (Afi). «El dilema era económico pero también político porque (la salida de Grecia del euro) equivaldría a dar una señal de lo que pasa con Europa por estar sometida a las imposiciones de los países centrales y sus políticas de ajuste fiscal, con Alemania en cabeza. La interpretación sería que Grecia salió del euro porque su economía no pudo soportar las políticas de ajuste excesivas. Lo más grave», añade Ontiveros, «es que se crearía un precedente. Mañana podría salir Italia o España». Y entonces las consecuencias sí pasarían a ser económicas. «Habría un gran impacto financiero, de inestabilidad que afectaría a la deuda de los países periféricos (entre ellos España). Pero además tendría consecuencias geopolíticas en el sentido de que se alterarían los equilibrios, con Rusia y China ganando protagonismo».
En opinión de Ontiveros, «da la impresión de que en la última fase el pulso ha sido casi de principios. Primero el nuevo Gobierno griego intentando enmendar la plana a la troika y a Alemania. Y después, Alemania empeñada en mantenerles el pulso». A todo ello se unieron «algunos Gobiernos de la periferia que temían que dar un acuerdo aceptable al Gobierno de Syriza equivalía a alimentar los movimientos políticos nacidos en sus países». La envergadura económica del problema griego «era muy limitada, como también lo era la financiera» al estar la deuda griega mayoritariamente en manos de las instituciones (BCE, FMI…). «La impresión que da es que se ha pensado mucho menos en la viabilidad económica de las terapias sugeridas que en el poder de un escarmiento».
Lo mejor, para Ontiveros, «habría sido que Grecia entrase en el euro con mejor pie, con mayor solidez en sus cuentas públicas. Pero una vez dentro, hay que pensar que su salida tendría sin duda un impacto político. Alemania sería vista como un país intransigente. Aunque a corto plazo pareciese que se reforzaba el liderazgo alemán, éste quedaría cuestionado y no solo desde el punto de vista político sino también moral», añade.
Para Nicolás López, analista de M&G Valores, lo que se está siguiendo son «las estrategias típicas de estas conversaciones. Cada uno lleva al límite sus exigencias cuando es probable que desde el principio ya estuvieran dispuestos a ceder».
¿Qué podría salir mal? El Eurogrupo cerrará los detalles finales mañana miércoles y la idea es que el acuerdo se cierre definitivamente en la cumbre europea de jueves y viernes en Bruselas pero Tsipras tiene que explicar en casa que no ha sido derrotado, a pesar de las cesiones, y Europa avanzar en la reestructuración de la deuda prometida. La otra opción, la que ayer parecía disipada desde bien temprano, conduciría a Grecia al impago (default), lo que «daría derecho a todos los acreedores a reclamar su deuda automáticamente, sin esperar al vencimiento», explica Nicolás López. «El país perdería el acceso a los mercados porque cualquier préstamo, en teoría, debería ir directamente a los acreedores y Grecia tendría que financiar todo su gasto con impuestos». Al final, «tendría que negociar con los acreedores o salir del euro».
¿Rescate o cordón sanitario?
Si Europa quisiera dejar caer a Grecia ya lo habría hecho. Económicamente le saldría, en principio, sobre el papel, barato (el posible contagio posterior quedaría a expensas del poder del bazuca creador de dinero que activó Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, este año). Lo que llamaron rescate fue en realidad un cordón sanitario para evitar el contagio si un país salía del grupo. Mutualizar la deuda griega (ahora son las instituciones europeas y el FMI sus acreedores con dinero y avales de los países comunitarios y los del FMI) le quitaba el problema griego a la banca europea (otros siguen latiendo en sus balances), lo que de hecho abría la posibilidad de dejar caer a Grecia. Ahora bien, ¿a quién le interesa políticamente algo así?
Según Juan Torres, catedrático de Economía aplicada de la Universidad de Sevilla, «los primeros que no quieren que Grecia se vaya del euro son los alemanes», aunque los motivos para él son otros. «Grecia pasaría un mal tiempo al principio si saliese del euro pero también se vería que no pasa nada y eso podría influir en otros países como España. Y afectaría a la banca, que está quebrada».
Para Emilio Ontiveros, la salida de Grecia del euro podría suavizar a muy corto plazo el ajuste del gasto del país heleno. El impago podría actuar como un placebo, pero la reacción inmediata sería el aislamiento comercial y financiero de Grecia y al final tendría que hacer guiños a los mercados con ajustes que demostrasen su capacidad de devolver lo que se toma prestado para que volviesen a confiar en el país».
Mercados con sangre fría
Sobre la reacción ayer de los mercados, aunque influidos por las buenas señales de acuerdo desde Bruselas, Nicolás López, de M&G Valores, recuerda que «el anuncio ha coincidido con el fin de la corrección en las Bolsas (habían caído para ajustar precio)». Ese ascenso no debe ocultar, comenta, «que no ha habido una crisis financiera especialmente grave a resultas de las nuevas dudas sobre Grecia. En el caso de España, la prima no ha escalado ni 100 puntos básicos y ayer ya volvieron a niveles del 120%».
El informe de Citi por la mañana era un explicación detallada de las razones para el optimismo. «Tras reunirnos con políticos, tecnócratas, analistas y banqueros en Atenas durante el pasado 18 y 19 de junio, la mayoría de los observadores locales coinciden en la creencia de que se alcanzará un acuerdo entre el Gobierno griego y sus acreedores internacionales en el llamado filo de la medianoche, sea ese filo el 30 de junio (cuando el pago de 1.500 millones de euros al FMI permitirá la extensión por cuatro meses del programa de rescate en vigor) o sea en julio», cuando vence el pago del BCE. Citi no negaba la posibilidad de escenarios alternativos, incluido el default griego, el corralito e incluso la salida de Grecia del euro, pero no era su escenario principal y, de momento, parece que acertó. «No apreciamos signos de colas en las oficinas de los bancos ni recogen esa intención los medios locales», añadía sobre la posibilidad del corralito. Moraleja: calma.
Y mientras todo esto pasaba, la Plaza de Sintagma siguió su ritual manifestero. Con un orden de clientela de panadería, se sucedieron las manifestaciones pro Syriza (izquierda) el domingo, en favor de seguir en el euro, y de los partidarios de Nueva Democracia (derecha) ayer, en favor de seguir en el euro. La prensa internacional sacó sus fotos, las televisiones captaron sus imágenes y todos a casa, ritual cumplido.