Últimamente se oye mucho hablar de los alimentos ecológicos. A pesar de que tienen una presencia testimonial en los supermercados, proliferan comercios especializados en este tipo de productos así como las ferias o mercadillos. También están ganando espacio en las tiendas de alimentación dedicadas al mercado gourmet.
Para el consumidor medio, el término «ecológico» implica alimentación producida con respeto al medio ambiente, sin productos químicos ni pesticidas, local, de pequeños agricultores y con respeto a la biodiversidad, además de más nutritiva y mejor para la salud. El problema es que la realidad a veces no cumple con nuestras expectativas.
Cuando alguien compra un alimento ecológico lo que realmente está comprando es un producto que se ajusta al reglamento europeo de producción ecológica. Lo que implica que el agricultor ha solicitado la certificación, ha venido una inspección dependiente de la comunidad autónoma, ha verificado que así es, ha pagado y le han dado la autorización para utilizar el sello. El sello oficial es el relieve de una hoja hecho con estrellas sobre fondo verde. Nada más. El sello solo garantiza que se ha producido de acuerdo al reglamento.
¿Y qué dice el reglamento? Bueno, pues el reglamento solo dice lo que se puede o no se puede poner en el cultivo, partiendo de la base que admite lo que es de origen natural y prohíbe lo que es artificial. Por lo tanto, sí que se utilizan pesticidas y productos químicos, algunos tóxicos como el cobre o la potasa, si se encuentran en la naturaleza. El problema es que estos métodos no son los más efectivos, por eso la producción cae y el producto ecológico es más caro que el convencional. También se permiten prácticas cuya naturalidad no se acaba de entender, como el cultivo en cámaras o en invernaderos, lo que permite que si vais en invierno a cualquier tienda de productos ecológicos vais a encontrar verduras y hortalizas propias del verano y la primavera. El reglamento no dice nada del tamaño de las explotaciones, ni de producción local ni de impacto ecológico. España es el principal país productor de agricultura ecológica, pero la mayoría se produce en grandes explotaciones en el mar de plástico de Almería y se exporta al norte de Europa. Fácilmente podéis encontrar frutas ecológicas producidas en el hemisferio sur con un impacto ecológico brutal por las emisiones derivadas del transporte.
El reglamento también permite numerosas excepciones lo que implica que el mismo sello unos años haya cumplido unos requisitos y otros años no. Por ejemplo. Unos años la carne ecológica se alimenta de comida ecológica, pero algún año se puede acoger a la excepción y alimentarse de comida convencional. Este aspecto ahora mismo está siendo objeto de debate en la Unión Europea, dado que los países consumidores (norte de Europa) quieren hacerlo más restrictivo y los productores (sur de Europa) que siga como está.
¿Por qué se ha llegado a esta desinformación? Pues en muchos casos por culpa de los propios productores o comercializadores, que se les permite abusar de la publicidad engañosa. La alimentación ecológica se publicita en oposición al resto de alimentos, como que todo es malo y nocivo para la salud menos lo que tiene el sello verde. Algo que no es cierto. No hay ningún estudio a gran escala que haya sido capaz de ver una mejora nutricional en los alimentos ecológicos, lo cual no ha sido impedimento para que se siga diciendo alegremente que este tipo de comida es mejor para a salud.
Y para muestra de publicidad engañosa, un botón. En la foto veis una publicidad de carne ecológica. Dice, «sin hormonas ni antibióticos». Para empezar este tipo de publicidad es ilegal. Tú no puedes publicitar una ensalada como «sin salmonella». La ley te exige que no tenga salmonella y con esa publicidad das a entender que tu competencia sí que tiene. El uso de hormonas y de antibióticos para el engorde está prohibido en Europa desde hace mucho tiempo, por lo que la carne ecológica no tiene hormonas, y la convencional tampoco. Pero hay otro pequeño detalle. El reglamento de producción ecológica aconseja el uso de homeopatía (otra aberración), aunque también permite el uso de antibióticos para tratar enfermedades. Por lo que nada te garantiza que la carne ecológica no tenga antibióticos, por mucho que lo digas en un cartel. Por lo demás, extraña publicidad que te invita a pagar más caro por algo que la ley obliga a que cumplan todos. Al final, comprar ecológico es pagar más por menos.
Imagen | ‘factorde.com‘