Tiene todos los ingredientes para desatar el morbo y las especulaciones. Quiero ser monja arrancó con un discreto share pero gran revuelo en las redes. Y con misterios por resolver en torno a las postulantes. ¿Realidad ficcionada o ficción realizada?
Es un formato sorprendente. En la «cultura actual» la temática resulta tan insólita como las que trata «Cuarto milenio». No es de extrañar que compartan día y franja horaria en el canal más hipster.
Muchas de las candidatas piden un cambio de vida. Los organizadores aseguran que el filtro ha sido la web «Busco algo +». Pero lo que sorprende es la falta de coherencia de sus participantes. Cuando alguien tiene una vida espiritual intensa (bajo el credo que sea) no tiene tanto apego a las cosas superficiales de la vida. Verles llorar al entregar el teléfono móvil, horripilarse ante el uniforme que tienen que vestir o hacer pucheros porque no pueden utilizar maquillaje, nos suscita la pregunta de quien ha engañado a estas chicas. Si se trata de divertirse viendo la reacción de los concursantes en un «reallity de privaciones», ya se han inventado formatos tanto de aventura (donde comen insectos ante la desesperación) como «correctivos» para jóvenes ni-ni donde se les hace «tocar el suelo» para enfrentarse a la realidad.
Aunque la intención de la cadena sea dejarlas como frikis, me ha sorprendido el mensaje positivo que pese a todo prevalece. Las religiosas del convento de Granada son absolutamente entrañables. Y resulta todo un triunfo que en una televisión se hable de un tema tan tabú como es la Fe o escuchar el testimonio de personas que profesan unas creencias y un sentimiento religioso. Un auténtico hito. Muchos estuvieron atentos en su estreno para ver si hacían burla o resultaba hiriente la visión de las vocaciones.
Los elementos buenos vencen sobre los ridículos. Pese a un cásting un tanto raro. Participar en un concurso siempre es tentador. Que se lo digan a Janet Capdevila, una de las participantes, que figura inscrita como modelo en una agencia. Sentir pasión por lo más mundano y plantearse una vida antagónica, de renuncias y encierro, puede ser una de las «transformaciones» más ansiadas para los guionistas de un programa o la técnica que los guionistas llaman «el pez fuera del agua».
Su hermana Jaqui resulta algo más coherente en su actitud aunque más parece un reto (aceptar un sistema de creencias y vida) que un deseo interiorizado. Como contrapunto, tanto Paloma como Fernanda tienen una formación e inclinación natural a una vida de recogimiento. Salvo por un detalle… les encanta hablar.
El caso de Juleysi es de manual. A caballo entre el amor humano y el divino. Preocupada por su línea y por el menú conventual. Y la que más reparo pone a la renuncia de su imagen (no se como piensa sacarse los brackets y quien los va a pagar si entra en una congregación). El trasfondo moral es ambivalente: ¿El hecho de que haya una cámara puede condicionar sus decisiones? ¿Pueden vivir una experiencia de introspección y mística estando pendientes de la producción del programa? Por otra parte, dan visibilidad a un perfil humano que la tele no suele mostrar: Espíritus altruístas y cultivados. Personas humildes y con el corazón generoso. Pocas veces dos mundos antagónicos chocan: El mundo interior de un convento y el mundo exhibicionista del medio televisivo. McLuhan o algún iluminado deberían poner la última frase de esta crónica o idear un calificativo del «paradigma».