La legislatura ha arrancado con un pacto a tres bandas tejido por Rivera que permite a Ciudadanos tener la llave de todas las mayorías en la Mesa de la Cámara baja. Rajoy ha cedido la presidencia de la institución confiando en cobrarse en breve una pieza más cotizada. Sánchez, dispuesto a casi todo a cambio de ser investido presidente, deja claro a Podemos que no son su única alternativa.
Para triunfar en una negociación, es fundamental demostrar al oponente que dispones de un abanico de opciones. Que él no representa ni mucho menos tu única vía de salvación, que si no propone cosas razonables o satisfactorias para ti puedes optar por entenderte con otros para obtener los mismos fines. Si eres capaz de crear en el interlocutor la certeza de que eso es así, tendrás la sartén por el mango y muchas posibilidades de salir victorioso del trance. Eso es exactamente lo que Pedro Sánchez ha tratado de hacer esta semana ante Pablo Iglesias.
Solo hay dos maneras de evitar que se repitan las elecciones: o gran coalición o pacto de izquierdas con la aquiescencia bien de Ciudadanos bien de los nacionalistas. El líder del PSOE se decantó desde muy pronto por la segunda, convencido como está de que entenderse con el PP sería su tumba política. Por eso abogó por un gobierno “progresista” y viajó a Portugal para escenificar que lo ocurrido allí el año pasado es lo que quiere para España. Eso le dejaba a merced de Podemos y las confluencias: sin sus 69 escaños no hay acuerdo a la portuguesa posible.
La condición sigue vigente -Sánchez no obtendrá La Moncloa sin entenderse con Iglesias-, pero el PSOE ya ha empezado a dejar claro que no se plegará, que tiene otros potenciales aliados y cintura para alcanzar acuerdos al margen de la formación morada. “Yo voy en serio”, dijo el otro día el jefe de la oposición sobre sus aspiraciones. “Esto es la democracia, hay que aprender a negociar y llegar a acuerdos”, le secundó su portavoz en el Senado, Óscar López.
Sánchez ya no considera a C’s «las nuevas generaciones del PP» sino un potencial aliado
Sánchez ha comenzado a incluir en su discurso referencias directas a Ciudadanos. Los de Albert Rivera ya no son “las nuevas generaciones del PP”, una fuerza más de “las derechas”, como se hartó de repetir en campaña. Ahora son gente con la que comparte mucho y conforman una de las opciones del “cambio”. Rivera ha pasado de la noche a la mañana de ser la muleta de Rajoy a convertirse en parte de la solución a los problemas del país, según el secretario general socialista. Muchos especulan ya con la posibilidad de un plan B que pase por ser investido presidente con el apoyo expreso de Ciudadanos y la abstención de Podemos.
El acuerdo de la Mesa del Congreso supuso un punto de inflexión. El PSOE quería la presidencia y buscó un acuerdo con Podemos que se frustró por la ya célebre reivindicación de los cuatro grupos parlamentarios. En la partida de ajedrez a gran escala en que se ha convertido la Cámara, Iglesias ha empezado enrocándose en torno a esa demanda, a la que se comprometió en precampaña con sus socios. Sánchez, como Rajoy y Rivera, la considera contraria al reglamento y por eso buscó en Ciudadanos un aliado alternativo.
El éxito de Rivera
La formación naranja vio entonces la posibilidad de tener un protagonismo que el resultado electoral en un principio le negó y emprendió una negociación a dos bandas con tres objetivos: ser el actor decisivo en la primera sesión clave de la legislatura; no verse obligado a elegir entre un candidato socialista y uno popular; y tener la llave de las mayorías en la Mesa. Lo logró. El acuerdo que tejió fue el siguiente:
-Con el PSOE pactó apoyar a Patxi López a cambio de que los socialistas renunciaran a una secretaría y votaran a los candidatos naranjas, Ignacio Prendes y Patricia Reyes. Se garantizaban así los dos puestos en la Mesa que reclamaban desde el principio.
-Con el PP pactó facilitarles una segunda vicepresidencia, renunciando ellos a ese puesto, a cambio de que los populares no aspiraran a la presidencia. Con sus dos puestos garantizados por el acuerdo con el PSOE, C’s podía permitirse ese gesto y presumir así de haber logrado consenso en torno a López. Además, la correlación final de fuerzas les deja en una posición ideal en la Mesa: la izquierda no podrá sacar nada adelante por sí sola -tienen cuatro puestos de nueve-, como tampoco podrá hacerlo el PP -tres asientos-. Unos y otros requerirán entenderse con Ciudadanos para todo en el órgano de gobierno de la Cámara. Este es un detalle que ha pasado bastante desapercibido y que el PSOE se empeña en esconder. Y es que, a cambio de la presidencia, han consentido que el PP tenga un miembro más en la Mesa de los que por escaños le correspondían, dejando a López sin voto de calidad.
Los guiños del PSOE al PNV podrían tener la vista puesta en las autonómicas vascas de otoño
Sánchez ha lanzado así un mensaje a Podemos -‘no sois los únicos con los que me puedo entender’-, a riesgo de que triunfe la estrategia comunicativa del búnker con la que Iglesias quiere arrebatarle definitivamente al electorado de izquierdas. Pero su vista está puesta en el medio plazo, en la negociación de la investidura a la que quiere llegar en posición de fuerza. Y por ello no dudó en reforzar ese mensaje ante su enrocado interlocutor con otra maniobra en el Senado, donde renunció a un puesto de la Mesa para otorgárselo al PNV.
Este hecho indignó a Podemos, que entiende que como tercera fuerza le correspondía ocupar ese escaque. Sánchez deja así a los nacionalistas vascos en deuda con él, después de haber intentado también que tuvieran un hueco en la Mesa del Congreso, a lo que Ciudadanos se negó. Los seis escaños del PNV podrían ser decisivos en más de una ocasión esta legislatura pero lo que aquí buscan los socialistas seguramente sea otra cosa: profundizar en el pacto con el nacionalismo vasco alcanzado tras las elecciones municipales y a Juntas Generales el año pasado. Mirando claramente a las autonómicas de otoño, que podrían acabar en un gobierno de coalición PNV-PSE apoyado… por el PP. Todo con tal de evitar que Podemos o Bildu se hagan con la lehendakaritza.
Los populares, por su parte, venden el discurso de que han optado por lo que en ajedrez se denomina gambito: ceder una pieza -la presidencia del Congreso- al inicio de la partida a cambio de ocupar una mejor posición en el centro del tablero -Mesa de la Cámara- y confiando en que después se cobrarán presas más cotizadas -investidura de Rajoy-. Probablemente sea mucho confiar.
Otro detalle al que no se le ha hecho mucho caso es que en el pacto de la Mesa estuvieron implicados cuatro diputados más aparte de los de PP, PSOE y Ciudadanos. Los vicepresidentes del PP obtuvieron 114 y 53 votos respectivamente (167 en total: 123 propios, 40 naranjas y cuatro más), mientras los secretarios de PP y C’s cosecharon 97, 82 y 78 papeletas (257: 123 populares, 90 socialistas, 40 naranjas y de nuevo cuatro adicionales). ¿Quiénes fueron esos cuatro parlamentarios? ¿El de Coalición Canaria y la mitad de los del PNV? ¿Cuatro de los ocho de Democràcia i Llibertat? Preguntados por ello, en el PP se limitaron a decir: “No proceden ni de Bildu ni de ERC”. La partida ha comenzado.
[…] Todo ello después de que fuera imposible reeditar el pacto a tres bandas con PSOE y PP que impulsaron en laanterior legislatura y que de nuevo fue su primera […]