La OMS ha vuelto a patinar. Insta a la industria del cine a que sus personajes no salgan fumando para evitar que los adolescentes se enganchen al tabaquismo. Pero ni el cine es el único referente que los jóvenes tienen ni los personajes que salen pitillo en mano encarnan al héroe, al personaje que todos querrían imitar. ¿Debería preocuparnos entonces a quien se quieren parecer esos impresionables jovencitos?
Desde hace unos veinte años, cuando un actor aparece fumando en pantalla, desvela antes de tiempo que es el asesino. Un hábito con el que desde hace tiempo, nos dan la pista de que estamos ante un psicópata perturbado. En algunos casos, no estamos ante el culpable pero se trata de un individuo sin voluntad, presa de sus impulsos que se está rehabilitando (como Sandra Bullock en 21 días) o en una situación límite. Solo en ese contexto se permite que la figura del celuloide sostenga un cigarro en las manos. Si vemos un drama, el fumador es el marido que engaña. Fumar va asociado a las conductas de los antihéroes o de los perturbados. Un ejemplo de ello son las películas de Tarantino. Los personajes atractivos no tienen ese vicio. Así que la OMS y toda la sociedad deberían estar preocupadísimos porque los más jóvenes quieran seguir los modelos de los marginales o malvados porque les resulten más atractivos.
Siguiendo con los vicios que aparecen en pantalla, curiosamente en todas las películas buenos y malos beben como si no hubiese un mañana. En todas las escenas donde cocinan, las marujas yanquis le van dando tientos al vino. Imagino que los dueños de viñedos de California están detrás de esa estrategia pero lo curioso es que se pillan una melopeas de tres al cuarto. Entonces, en un momento de reconciliación familiar o en una cita amorosa entre maduritos (genero en claro auge), se encienden un porrito. Esa transgresión parece estar generacionalmente legitimada. Curioso.
En las series de televisión, los personajes tampoco fuman. La famosa serie americana Cómo conocí a vuestra madre dedicó un capítulo íntegro al tabaco en el que los protagonistas rememoran cuando eran fumadores. Por supuesto, todos lo dejaron. Capítulo aleccionador en clave propagandística excelentemente diseñado.
La OMS una vez más, no se entera de nada. Los jóvenes tienen más adicción a las series de televisión y a los personajes del mundo de la música que a las películas de cine. Son más permeables ante las acciones de aquellos actores/personajes o celebridades que siguen con asiduidad que el impacto de una película aislada.
En España ley antitabaco prohibió que los actores fumasen en la películas u obras de teatro salvo que el guión lo legitimase. En este sentido, las películas patrias tienen algo más de credibilidad en cuanto al retrato ambiental. Coronado fuma compulsivamente en alguna película en la que acaba destapándose como el vengativo más escalofriante de los últimos tiempos (no doy títulos para no jorobar el visionado). En las series, se permite mostrar a algún fumador. En Aquí no hay quien viva el personaje que encarna Fernando Tejero (Fermín) tiene un pitillo en la mano para mostrarnos que es un desequilibrado mental y un perdedor predestinado. Otros «figuras» que fuman y aparecen en informes de asociaciones alarmadas por la tropelía son el Luisma y el Barajas de Aída. Juzguen ustedes si son el espejo en el que se miran los jóvenes. Y si es así, el tabaco es el último de sus problemas.
Curiosamente, los programas de reporteros de «Cuatro» (bajo sus distintos nombres) sombrean la silueta del pitillo cuando las personas que aparecen en pantalla le dan al vicio. Mientras otras conductas se exhiben tranquilamente: Beber hasta quedar en coma, conducir bajo los efectos de sustancias psicotrópicas, traficar en el párking de un polígono e incluso prostituirse. Y para remate, el gobierno francés niega fumar a los profesores de instituto en espacios abiertos dentro de los centros. Los directores de los liceos lo han solicitado para evitar concentraciones de gente en las puertas que puedan ser blanco fácil para un atentado terrorista. Pero al parecer, los estados deciden de que manera debemos morirnos.