En los primeros cuatro minutos de la nueva entrega de Star Wars , su nuevo y aguerrido responsable (porque podemos negarle el pan y la sal, pero valor hace falta) J.J. Abrams condensa todo lo que tiene que ofrecer esta encarnación de la saga.
Arranca con la inmortal fanfarria de John Williams, el inevitable logo de la franquicia y la famosa cartela de ominosa puesta en situación al espectador perdiéndose en el infinito espacial… enumerando todo tipo de nuevas situaciones y personajes. A continuación nos muestra siluetas reconocibles de naves de la saga rodadas, ya lo delatan estos primeros fotogramas, con un dinamismo y un ojo moderno como nunca había tenido la serie. Los primeros personajes en aparecer en pantalla son los míticos stormtroopers, una jugada absolutamente infalible tanto de cara a los fans como a los recién llegados, pero rodados como si fueran… muñecos de acción. Esta combinación de guiños a los clásicos y modernidad en las formas no es una decisión de Abrams para asentar el tono durante los compases iniciales de la película. Es una constante durante todo el metraje.
De una forma que a algunos les parecerá exquisita y a otros robótica, Abrams no para de dar una de cal y otra de arena: un guiño para los fans y un regalo para los nuevos; un masaje de tranquilidad para los treintañeros y una descarga de adrenalina para sus hijos; la película es un claro experimento de laboratorio, una complicadísima operación de marketing que ni quiere cabrear a los warsies de toda la vida ni quiere perder la oportunidad de encasquetar juguetes, ropa, objetos cotidianos, videojuegos y múltiples productos audiovisuales a los niños que empiezan a verse infectados por la adicción galáctica. Lo realmente meritorio del resultado final es que, aunque el espectador con una pizca de cinismo sepa que esta Star Wars tiene todo el alma que puede contener un mastodonte rompetaquillas como este, que es muy escasa, se lo cree. Se cree que Han Solo, Chewbacca, el Halcón Milenario, Leia, el casco de Vader y tantísimos otros guiños están ahí por una cuestión lógica y no por mera matemática emocional.
El espectador (el cínico, digo; el fan ya viene convencido de casa) se lo cree porque la película hace muy bien dos cosas. Primero, dar importancia a los detalles: por ejemplo, con un sentido del humor blanco y muy efectivo que envuelve los momentos de más tensión, algo que nunca fue el plato fuerte de las entregas de Lucas. O con pequeñas delicatessen que, siento decirlo tan a las claras, superan en sutilezas de guion a las a veces ramplonas y machaconas historias de Lucas: por ejemplo, aquí se le da una curiosísima personalidad a los stormtroopers, tanto por el lado de la dignidad y la humanización como en el papel de ridículos secundarios cómicos que vienen a esta historia a caer como moscas. Lo segundo que hace muy bien El despertar de la Fuerza es definir a su protagonista, Rey, y convertirla en heroína solo a través de sus propias acciones. Sus reticencias a que la guíen cogiéndola de la mano, su descubrimiento de un corazón heroico, su crecimiento como personaje, todo es de manual de guion, pero Abrams sabe cómo narrarlo adecuadamente.
Y todo lo demás es mastodonte espectacular y ruidoso, y está bien que así sea porque ese es el viaje cuyo ticket hemos pagado. El despertar de la Fuerza, fuera del (amplísimo) ámbito fan, es una película, en el fondo sin importancia. Pero su intrascendencia es tan pulcra y emotiva que hace desear que todos los blockbusters fueran, como mínimo, así de sólidos.
Star Wars: El despertar de la Fuerza
JJ Abrams
2015