La última vez que me tuve que hacer el psicotécnico en La Vaguada ya lo pensé: ¿Por qué diantres las máquinas para hacer estas pruebas son tan vetustas? ¿No podría demostrarles mis habilidades con el Forza Motorsport o el Grand Theft Auto? ¿De verdad hay que utilizar esta tecnología del siglo pasado? El caso es que esto fue hace ya siete años y no había vuelto a pensar en ello. Hasta ahora.
El caso es que Lorenzo Franceschi, de Motherboard, un sitio asociado a Vice, me lo ha vuelto a recordar con un interesante post en el que explica no sólo su reciente experiencia sino cómo el software utilizado por la máquina utilizada es, ni más ni menos, que de 1988.
The next generation computer and software for a part of the Spanish driver’s license test. (The app is dated 1988) pic.twitter.com/7FqHXxsll4
— Lorenzo Franceschi B (@lorenzoFB) agosto 18, 2015
Desde luego, Lorenzo hace sus deberes. Ha comprobado, por ejemplo, qué versión comercializa hoy en día la empresa responsable, General Asde. Y sí, es bastante más moderna, incluso si pensamos que han pasado más de quince años desde que se actualizó, en 1999.
Por supuesto, nadie duda que dichos aparatos carpetovetónicos, que se venden por la friolera de 3.200€ cumplan con su obligación. En realidad, están obligados a un montón de certificaciones, como una del Colegio Oficial de Físicos, todo para comprobar cosas como la velocidad de anticipación, la coordinación bimanual, el tiempo de reacciones múltiples discriminativas, la resistencia a la monotonía o los tiempos de aceleración y frenado.
El caso es que este enorme contraste entre tecnología obsoleta y, al mismo tiempo, funcional, me hace reflexionar sobre lo que es accesorio y lo que es esencial, también en política. En los últimos días, en SABEMOS hemos explicado cómo el equipo de Mariano Rajoy está forzando su lado humano de cara a las próximas elecciones. Pero, en realidad, no importa si Rajoy es simpático o antipático. Sí, por supuesto, desde el punto de vista de la comunicación política. Pero en el fondo lo que era normal exigirle es que hiciese su trabajo como aquella antigua máquina de psicotécnicos.
Cuando el pueblo español le escogió está claro que no era por su juventud, fotogenia, dominio del inglés o hábito con las redes sociales. Se le eligió por mayoría absoluta para que desempeñase un trabajo y lo hiciese bien. El problema es que cada vez que leemos algo sobre lo que ha sido España durante los últimos diez años, y aquí tienen mucho que decir (o que callar) tanto el PSOE como el PP, no hemos encontrado más que un programa psicotécnico empeñado en sacarte de la carretera y llevarte por un camino de tierra hasta una infraestructura innecesaria pagada con dinero público mientras una fila interminable de comisionistas te arrea collejas simbólicas a tu paso. Da igual que sea un auditorio, una autovía radial, un aeropuerto, una ciudad de la Cultura, otra de la Justicia, una estación del AVE o un Estadio Olímpico.
No es sólo que es imposible convertir a Rajoy en un enamorado de Twitter o de los selfis. Es que no hace falta. Si el PP tiene una aceptación minúscula entre los jóvenes no se debe a que esta máquina de psicotécnicos tenga malos gráficos y esté anticuada. Nadie espera que un político sea una flamante Xbox. El problema percibido por los chavales es que la máquina no sólo no funciona, sino que siempre les hace suspender injustamente.