“Cuando alguien débil entra en territorio enemigo, se le llama suicidio». Las palabras del ilustrador japonés Tite Kubo nos dibujan el mapa del camino que recorren muchas personas a diario. Los estudios más recientes publicados por el INE reflejan que el suicidio es la primera causa externa de muerte en España, donde cada día se suicidan 10 personas.
Esta semana, un bombero logró salvar a un hombre que pretendía arrojarse al vacío desde lo alto del edificio de Don Pepe en la céntrica Puerta del Sol, mientras que tres policías hacían lo mismo con una mujer de Mislata, Valencia, que se había subido a la azotea de su casa con la intención de suicidarse. Sin embargo, nadie pudo hacer nada por evitar la muerte de Pedro, un padre que no pudo superar la muerte de su hija de 17 años a causa de un accidente que tuvo con la moto que él mismo le había regalado. Al día siguiente del accidente mortal, el padre se dirigió al Kilómetro 13 de la M-512 de Madrid donde había fallecido su hija, y allí mismo se quitó la vida disparándose un tiro con una escopeta.
Los dos primeros casos, donde el suicidio no se produjo, sí que tuvieron eco en los medios de comunicación. El último, no tanto. El suicidio sigue siendo un tema tabú para casi todos.
Dicen los expertos que todos, sin excepción, pensaremos en el suicidio en algún momento de nuestra vida. Cada uno es libre de comprobar la veracidad esgrimida por estos expertos y de sacar sus propias conclusiones. Es imposible saber lo que cada uno de nosotros haríamos en un momento de debilidad. Tengo un amigo psicólogo que asegura que todo suicida, 5 segundos antes de conseguir su objetivo, se arrepiente de su decisión. Es inútil preguntarle cómo lo sabe, pero asegura hacerlo gracias a algunos estudios. Cada suicidio es un mundo, una historia diferente, con sus tramas, sus motivos, sus protagonistas, sus circunstancias…
Un día que me contaron el caso de una mujer joven que acababa de tener gemelos después de años intentando convertirse en madre, y que la misma tarde que abandonó el hospital y volvió a casa, se suicidó arrojándose por la ventana. Tuvo tiempo de dejar una carta. Lo más curioso es que nadie de su familia quiso, pudo o deseó leerla. Nunca supieron los motivos, si es que era eso lo que la mujer había escrito en aquel papel. Quizá era lo más práctico, nada de lo que le contara en esa carta cambiaría lo que había pasado, ni lo iba a convertir en algo más llevadero o entendible.
Lo que puede pesar la vida en algunos momentos hace a muchas personas plantearse y abrazar la muerte como única solución, y no creo que ninguno pueda ni tenga derecho a juzgarlo. No sé si quien opta por el suicidio es valiente o cobarde pero los que lo juzgan desde la comodidad del exterior, nadan en la cobardía. Lo que sí es cierto es que no hay un solo gran nombre de la historia que no haya dedicado unas palabras, un tiempo o un pensamiento al suicidio.
Algunos lo contemplan como un derecho, otros como un deber, los hay que lo defienden y muchos que lo desprecian. Dostoievski creía que el hombre inventa a Dios con la finalidad de vivir sin matarse. Napoleón defendía que abandonarse al dolor sin resistir, suicidarse para sustraerse de él, es abandonar el campo de batalla sin haber luchado. Para Kant, el suicidio no es abominable porque Dios lo prohíba: Dios lo prohíbe porque es abominable. Para Pierre Joseph Proudhon, el suicidio es una bancarrota fraudulenta, y para nuestro Jardiel Poncela suicidarse era subirse en marcha a un coche fúnebre. Aunque nadie como los grandes literatos rusos, enarbolando su alma rusa, para hablar del suicidio como lo hizo Boris Pasternak: “Cuando se llega a pensar en el suicidio, uno se pone una cruz sobre sí mismo, vuelve la espalda al pasado, se declara a sí mismo fracasado y sin recuerdos válidos. Estos recuerdos ya no pueden llegar hasta el hombre, no pueden salvarle ni sostenerle”.
Personalmente me quedo con la explicación del escritor británico Joseph Conrad: “Que piensen lo que quieran, pero no pretendía ahogarme. Tenía intención de nadar hasta hundirme , que no es lo mismo”. También el territorio enemigo tiene su semántica.
Imagen | Película ‘La chica del puente’