Estas elecciones han sido, sin duda, las más emocionantes de la Historia reciente de España. Tantos años haciendo chistes gráficos con la dichosa carrera de caballos y, por una vez, lo estamos viviendo como una de verdad. Sin embargo, esto no quiere decir que el proceso electoral no deba cambiar. Es, de hecho, bastante urgente terminar con varias cosas que, en pleno siglo XXI, son absurdas.
1. La jornada de reflexión. Hablar de jornada de reflexión en un entorno de redes sociales es una estupidez. Aquí no reflexiona ni el Tato. Los Whatsapp de los españoles se pasaron calentitos toda la tarde, con memes, citas a artículos sobre unos y otros y, como siempre, mucho sentido del humor. Que los candidatos se vean obligados a omitir todo eso durante un día me parece razonable, aunque sea sólo para preservar su paz mental. Pero en nuestro entorno hiperconectado y globalizado no tiene ningún sentido seguir con la burda fachada de que a alguno de nosotros le han dado realmente tiempo de pensar en lo que hacía.
2. La prohibición de las encuestas. Cinco días antes de las elecciones no se pueden publicar ni difundir encuestas ni proyecciones en España. Es una regla que tiene su origen, como casi todo, en cómo era España en 1980. En un planeta en el que existen las encuestas de Twitter esto es una ridiculez carpetovetónica que sólo sirve para que el Periódico la líe en Andorra y para que la gente desate su imaginación hortofrutícola.
El número 2 de Ciudadanos por Madrid, Francisco de la Torre, lamentaba recientemente en conversación con SABEMOS que la prohibición sólo sirve para que los partidos grandes, que tienen dinero como para permitirse trackings electorales exhaustivos diarios, estén mejor informados que los partidos pequeños.
Una derivadad de lo anterior es la obligación de no difundir los datos de las encuestas a pie de urna, las llamadas israelíes. Durante toda la jornada electoral, los Whatsapp de decenas de periodistas y políticos recibieron el dato de las 16:00 horas. Hasta el punto de que algunos, para esquivar el embargo, sólo tuvieron que retuitear esto.
3. La votación presencial. Que casi dos millones de españoles hayan tenido que rogar que les dejasen votar (no se llama voto rogado por nada) es un motivo de vergüenza para nuestra democracia. Que en un país en el que todos los ciudadanos están obligados a tener un DNI electrónico en vigor se pongan trabas para utilizarlo en el proceso electoral cuando hay métodos telemáticos sobrados para hacerlo es repugnante. Puedo aceptar que subsista la propaganda electoral en sobres o carteles, aunque me parezca antiecológica e imbécil. Hay viejecitos que no están conectados y a quienes quizá algo así les interesa. Aunque lo dudo. Ir a votar de forma presencial es un acto bonito y te hace sentir integrado en una comunidad. Aunque salga carísimo, no veo motivos para eliminarlo, y los bares que rodean los colegios electorales se hinchan a vender cerveza.
Pero que el voto electrónico no sea una opción no es de recibo. Si quiero pasar el día fuera y votar con el móvil o a través del ordenador, tiene que habilitárseme la posibilidad de hacerlo. No hay ningún argumento inteligente para lo contrario, salvo de aquellos que intentan alejar a los jóvenes de las urnas. Habrá quien afirme que es una forma de evitar a los hackers, pero es un argumento inválido, ya que el proceso y la tecnología que utiliza ya es perfectamente susceptible de ser hackeado.
Maureen Szlemp, por aquel entonces directora de marketing de Scytl en Norteamérica, afirmaba en noviembre de 2014 lo siguiente: «Cualquier canal de voto, tradicional o electrónico, presenta algún nivel de riesgo de seguridad. La seguridad de un canal de voto dependerá de los procesos implantados para ayudar a mitigar estos riesgos. Los votos electrónicos pueden ser tan seguros –o en muchos casos más seguros– que los votos de papel tradicionales siempre que se adopten las medidas de seguridad adecuadas. En el voto online, la seguridad convencional a través de firewalls o SSL es necesaria, pero no suficiente como para garantizar los requisitos de seguridad de las votaciones. Además, es necesario añadir capas adicionales de tecnología especializada de seguridady garantizar criterios de seguridad fundamentales como la privacidad, la integridad y la verificabilidad del voto». Un detalle: Scytil es, junto a Tecnocom, la empresa encargada de la parte tecnológica de las votaciones.
Un detalle más. Existe un país en el que existe el voto electrónico. Estonia. Un país que ha podido permitirse algo así porque ¡sorpresa! Tienen un DNI electrónico. Es verdad que ha habido preocupación sobre la seguridad del sistema. Pero hasta ahora parece que funciona. En 2014, un 31% de los estonios transmitieron así su voto. En marzo de este año, en sus Generales, fue un 30,5%. Es, por cierto, el paraíso de los indecisos: Puedes votar entre seis y cuatro días antes de las elecciones y cambiar tu voto todas las veces que quieras: sólo vale, como en los testamentos, el último que has emitido.