La economía es lo más aburrido que hay para un votante. Las últimas elecciones que se han celebrado en este histórico 2016, como también se ha demostrado con la aclamación de Donald Trump, no hacen más que demostrar que los ciudadanos están al margen de los mercados y que la buena marcha de la economía nacional les es tan ajena como el índice de precios industriales.
Cualquier elector estadounidense, por bajo nivel educativo que tenga, asume que lo del futuro presidente Donald Trump no son ideas sino peligrosas ocurrencias, incluidas las del terreno económico. Y sin embargo, le han votado.
Cualquier ciudadano del Reino Unido sabe que su país se beneficia del libre comercio con el resto de naciones de Europa, gracias al empeño de la UE por tender puentes comerciales entre sus socios y eliminar los aranceles. Y sin embargo, votaron el Brexit.
La mayoría de comentaristas políticos coinciden en señalar que estas dos citas con las urnas se parecen por el auge de las posiciones populistas, porque los mensajes nacionalistas huecos y populacheros se han impuesto sobre la racionalidad que debería guiar las decisiones políticas. Pero hay algo más que mensajes populistas. Sobre todo faltan los números, de manera deliberada y dolosa.
Tanto Trump como los integristas británicos han diseñado sus campañas de espaldas a la economía. Discursos con banderitas, sí; planes económicos, para qué. Porque quién con las cifras en la mano querría salirse de la UE y aislarse del continente, o quién con conocimientos básicos de sumas y restas votaría a un candidato xenófobo, misógino y con las manos diminutas que amenaza con bajar todas las barreras fronterizas y con encarecer las importaciones a través de los aranceles. Casi nadie. Seguro que ninguno de los lectores de SABEMOS.
La campaña pro-Brexit, por ejemplo, se basó en cifras erróneas como los 350 millones de libras que el Reino Unido envía cada semana a la UE y que, en su lugar, el UKIP reclamaba para ampliar la financiación del sistema de salud británico. No eran 350 millones sino 190 millones, para empezar, pero además el propio líder del UKIP, Nigel Farage, reconoció que no existía ninguna forma de garantizar que ese dinero ahorrado iría destinado a financiar a la sanidad pública.
En el caso del Brexit, los números, a la postre, no importaron. Tampoco en EEUU, donde el único programa económico de Trump consistía en echar a patadas a los inmigrantes -que robaban unos empleos que ni siquiera la white trash que le votó querría porque prefiere vivir de los subsidios- y hacer que las empresas estadounidenses produzcan en Norteamérica y no en China. Un disparate o, en el mejor de los casos, un realismo mágico que podría enviar a la nación más próspera del mundo de vuelta a la era precolonial.
¿Qué economía querían los fundamentalistas británicos y los seguidores de Trump? No se sabe. Los números no formaban parte del debate porque, ¿a quién le interesan? ¡Muera la inteligencia! ¡Abajo la economía!
Foto: Efe