Ignacio Urquizu: «A Podemos le va bien el descontento y por eso lo alimenta»

Es profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, vivió in situ el 15-M, nació en 1978 y entró en Congreso de los Diputados tras las últimas generales. No hablamos de Pablo Iglesias, sino de Ignacio Urquizu (Alcañiz, Teruel, 1978), representante del PSOE y doctor europeo en Sociología cuyos estudios están adquiriendo cada vez más relevancia y reconocimiento.

El último es fruto de un año y medio de trabajo sobre encuestas de opinión y aparece recogido en La crisis de representación en España (Los Libros de la Catarata). El volumen acaba de ser publicado -el lunes se presentó en Madrid y el martes en Barcelona- y radiografía a una población que ha provocado en apenas dos años la mayor transformación en su sistema de partidos en cuatro décadas. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿En qué momento y por qué los españoles empezaron a desconectar de las formaciones tradicionales? ¿Es reversible su deterioro o la tendencia continuará favoreciendo a los partidos emergentes?

Urquizu asegura que la mayoría de las respuestas a estas preguntas que todos nos hemos hecho en este tiempo figuran en los sondeos de opinión. Él ha trabajado fundamentalmente con datos de Metroscopia -completándolos con algunos de otras casas, como MyWord o el CIS- y concluye que las advertencias sobre lo que se avecinaba estaban ahí, a los ojos de cualquiera que quisiera mirar: crecían los índices de desafección hacia los grandes partidos, se disparaba el interés por la política, aumentaba la sensación de que la democracia presentaba importantes disfunciones… Todo ello se visualizó en el 15-M, pero este movimiento no fue más que eso, un reflejo de algo mucho más profundo que llevaba tiempo larvándose.

PP y PSOE no reaccionaron con audacia, pero sí lo hicieron el grupo de politólogos que fundó Podemos y los miembros de Ciudadanos que decidieron dar el salto nacional. Ambos tuvieron un éxito inmediato e incontestable. En elecciones europeas, autonómicas, municipales y generales. Urquizu desgrana la coyuntura social que lo propició cuando quedan apenas tres semanas para que España vuelva a las urnas, elecciones a las que él concurrirá de nuevo liderando la lista del PSOE por Teruel. En diciembre, obtuvo el 25’64% de los votos, 5’4 puntos más que la suma de Podemos e Izquierda Unida. Será difícil, pues, que no repita como diputado.

Crítico con Iglesias, le reconoce el mérito de haber interpretado bien el pulso de la sociedad, pero subraya que se ha aprovechado de la situación para hacer viable un proyecto político que de otro modo nunca lo hubiera sido. “Cuanta más desafección haya, mejor le irá a Podemos”, razona, dejando siempre la última responsabilidad de todo a los partidos tradicionales, uno de los cuales es el suyo: si despiertan, los nuevos partidos pueden ser flor de un día. Si no, el multipartidismo habrá venido para quedarse.

¿Qué se propuso Ignacio Urquizu cuando se lanzó a escribir este libro?

Se han escrito muchas obras sobre la crisis política, con cada experto haciendo su diagnóstico, analizando las causas, explicando qué es lo que falla del sistema… Unos apuntan a razones culturales, otros a disfunciones de la integración europea, otros a problemas fundacionales del régimen del 78. Yo lo que intento hacer es un relato de la crisis política centrándome en lo que realmente piensa la gente. Es como cuando alguien cae enfermo: al final, el que tiene fiebre, tose y estornuda sabe bastante de lo que le está pasando y el médico le pregunta. Mi objetivo era analizar la crisis política preguntando a los ciudadanos. Para eso he utilizado encuestas, principalmente de Metroscopia, realizadas en los últimos cinco años y muchas de ellas no publicadas. Las complemento con alguna cosa del CIS o de MyWord, pero principalmente trabajo con Metroscopia.

En el libro acuña el término “desconexión” para hablar de la distancia que toman muchos ciudadanos con los partidos tradicionales.

«La desconexión élites-ciudadanos empieza en 2010, al aplicarse políticas que no comparte la gente; los políticos ni las explican»

La existencia de una cierta desconexión entre los dirigentes -no solo políticos, también económicos, empresariales, periodísticos- y los ciudadanos es la idea fuerza, lo que está detrás de la crisis de representación, que por eso es tal. Esta desconexión empieza a verse claramente a partir de mayo de 2010, cuando se desarrolla una política económica que no comparten los ciudadanos para nada. Lo que nos dicen los estudios es que la gente en España está dispuesta a pagar más impuestos si eso implica más servicios públicos, y se empieza a hacer una política de recorte del gasto brutal. El ajuste que hace el Gobierno de Zapatero es el más conservador de toda la OCDE. El 90% fue recorte del gasto y solo un 10% afectó a los ingresos. Ahí es cuando empiezan a hacerse políticas que no tienen nada que ver con lo que quiere la gente. Las elites, en lugar de intentar comprender los cambios sociales, lo que hacen es negar la realidad, decir que aquí no pasa nada, que esto no es así, que cuando la economía mejore a la gente se le pasará ese cabreo, que las encuestas mejor si no se publican… Y conforme pasa el tiempo y nadie reacciona, la crisis de representación estalla, la gente empieza a expresar desafección hacia los partidos, a quedar huérfanos políticamente y a mirar a otras opciones. Es cuando surgen Podemos y Ciudadanos.

¿Tenían margen Zapatero y Rajoy para desarrollar otras políticas menos impopulares dentro de la UE?

En el primer capítulo lo que vengo a decir básicamente es que existe esa desconexión y ante ella puedes hacer dos cosas: hacer lo que quiere la gente -cosa de la que yo tampoco soy partidario al cien por cien- o empezar a explicar lo que haces, por qué vas contra las preferencias sociales. Por alguna extraña razón, los políticos renunciaron a explicar las medidas impopulares, Zapatero se agarró al “me cueste lo que me cueste” en vez de explicar por qué hacía lo que estaba haciendo. Se evade la responsabilidad, se dice que la culpa es de agentes externos y la brecha se empieza a agrandar, porque la gente no entiende nada y encima cree que su representante no tiene libertad para elegir, como dice Rajoy a menudo.

Y luego hay un segundo elemento a considerar: el debate público en España es de muy baja calidad. En los medios de comunicación y el resto de foros sale mucha gente hablando sin dominar la materia, diciendo simplezas, esto es algo que refleja muy bien en su libro Ignacio Sánchez Cuenca. Hay gente que habla sin saber de lo que habla. Ese debate público de baja calidad no ayuda a que la brecha entre ciudadanos y élite desaparezca, sino que la agranda.

También hay mucha diferencia de criterios o preferencias entre jóvenes y mayores, algo muy relevante en términos sociológicos.

Ese es el segundo gran problema. Este país ha cambiado en los últimos 40 años, ahora mismo hay dos sociedades conviviendo: la de los mayores de 55 años y la de los menores de 55 años. Esta última está más formada, más informada, socializada en valores distintos y, sobre todo, ha pagado más la crisis económica. Porque se han tenido que ir, porque les han bajado los salarios, porque no tienen proyecto de vida, por diferentes razones. Especialmente dura ha sido la crisis con los que tienen entre 40 y 55 años, es donde mayor incremento de emigraciones se ha dado, donde más han bajado los salarios…  Esa sociedad está ahí, y es distinta, muy distinta. Y se encuentra con partidos que le dan la espalda porque no quieren entender todo esto, o lo entienden pero prefieren ocultarlo, aumentando su orfandad política. Ahí es donde nace el cambio político, el multipartidismo, donde Ciudadanos y Podemos tienen muchísimos apoyos.

¿Llegaría a hablar de conflicto generacional?

Sí, sí. Yo lo vengo manteniendo desde hace mucho, publiqué algo al respecto en El País en 2012 y me costó reprimendas muy duras de la vieja guardia. En el libro recupero ese artículo y alguna de esas reprimendas. Luego demuestro que las generaciones importan y cito a Felipe González, que siempre dijo que el poder se ejercía generacionalmente. Cuando uno va al primer Gobierno de González, ve que la diferencia entre el ministro más joven y el mayor es de 14 años. Las generaciones son muy relevantes para todo esto y se ha minusvalorado y tenemos dos partidos que conectan muy bien con las nuevas generaciones y dos que conectan muy bien con las antiguas.

¿Qué tienen que hacer PP y PSOE para volver a seducir a los jóvenes?

Lo que tienen que hacer es cambiar. Si cambian cosas, volverán a conectar. Pero tienen que entender este nuevo mundo, incluso desde el punto de vista de la comunicación.

¿No cree que ya lo intentan y no dan con la tecla?

Lo que pasa es que la gente tiene que percibir que lo haces porque te lo crees, porque es lo correcto y no porque te interesa para conseguir votos. Tienen que interiorizar que es así, que están ante un nuevo mundo y que les gusta. Enseguida se ve cuándo alguien hace algo porque cree en ello o porque le interesa. La autenticidad es la clave.

El estallido del 15-M

¿Qué importancia concede al 15-M en su relato de la crisis política española?

Es determinante para su nacimiento. El 15-M es el día en que nos damos cuenta de que este país ha cambiado y que hay un problema de representación. Nos damos cuenta de que se estaban haciendo cosas que la ciudadanía no compartía -y de ahí el “no nos representan”- y que la corriente que lo expresa la lideran o protagonizan personas de una nueva generación. Son jóvenes y formados, la mayoría universitarios, gente con inquietudes y no son antisistema. No quieren acabar con el capitalismo ni con la democracia, solo están insatisfechos con la situación. No entienden lo que está pasando, esperaban otra cosa de su país, están desencantados con la política. Van a protestar primero a Sol y luego al Congreso, no se van a la sede del Santander o del Banco de España. No son anticapitalistas que exijan la nacionalización de bancos, sino descontentos con la actuación de sus representantes políticos.

¿La crisis económica activó a unos jóvenes hasta entonces más despegados de la política?

«Los aumentos de orfandad partidista, interés por la política y desencanto con el sistema explican la aparición de Podemos y C’s»

Sí, sí, en el libro se muestra. Se producen tres fenómenos al mismo tiempo que son letales y a ellos deben su nacimiento Podemos y Ciudadanos: orfandad partidista -la gente que no sabe qué votar sube del 35% al 55%-, aumento del interés por la política -acercándose a las medias europeas, cuando España siempre había estado a la cola- y se dispara la insatisfacción con el funcionamiento de la democracia -hasta el 70%, cifra nunca vista-. Esos tres ingredientes generan un escenario favorable al lanzamiento de nuevos proyectos. Lo ven politólogos y sociólogos que montan Podemos y lo ve también Ciudadanos, que se expande por todo el país.

¿Cree que los impulsores de Podemos de algún modo se aprovechan del 15-M y lo que refleja este movimiento?

Se aprovechan de un estado de ánimo para vender un proyecto político que la gente no comparte.

O sea, más que dar respuesta a ese descontento o a esas demandas ciudadanas, cree que su intención es valerse del descontento para triunfar políticamente.

Claro. Con una paradoja sobre la que no se reflexiona mucho: cuanta más desafección haya, más voto tendrá Podemos. Así que ellos lo que hacen muchas veces es alimentar la desafección, porque saben que eso les va bien electoralmente. De su proyecto político lo único que queda claro es que gran parte de su voto proviene de la desafección ciudadana. Eso es así. No digo que sea bueno ni malo, constato que cuantos más desafectos hay más voto hacia Podemos se registra. Y es lo único claro de su proyecto porque el resto, su programa y sus ideas, lo cambian cada dos meses.

¿Así explicaría también la actitud de Iglesias en estos meses posteriores al 20-D?

Claro, siguiendo el lema de ‘cuanto peor, mejor’.

Julio Anguita declaró el otro día en El Periódico que el objetivo de Unidos Podemos “es a cuatro años”. ¿Cree que el escenario ideal para Iglesias y Garzón tras el 26-J es una gran coalición que les deje el espacio de la oposición libre para crecer con la vista en las siguientes elecciones?

No tengo ni idea. Yo ahí ya no entro. Hablo de la crisis política y el surgimiento de nuevos partidos, no sobre sus estrategias ni lo que pretenden hacer. No tengo ni idea ni es objetivo de mi estudio.

El problema son los actores, no el sistema

Volviendo a lo que sí es objeto de su estudio, ¿cuáles son los problemas del sistema que la ciudadanía ve cómo más preocupantes?

Creen que lo que peor funciona son los partidos. En el fondo sostienen la tesis enunciada por Bonifacio de la Cuadra, que establece que el problema no es tanto institucional como de los principales actores de la democracia. Es decir, no son los pilares del sistema, las instituciones, lo que no funciona, sino los protagonistas que dentro de ella distorsionan de alguna manera su esencia, intentan aprovecharse de ellas en beneficio propio. La gente así lo percibe y cree que los partidos no son instrumento de representación, que no escuchan a la gente. Tienen una visión muy crítica de ellos, creen que están más pendientes de los intereses del poder económico que de los del conjunto de la población.

¿La reforma electoral no es una demanda ciudadana?

No, no es una cosa muy demandada. A la gente le gustaría un sistema más proporcional, pero no aparece como una prioridad. En todo caso, puntualizaré que soy partidario de escuchar mucho a la gente, pero no de hacerle caso siempre. Porque no siempre están en lo cierto. Hay que escuchar sobre todo en lo que creen que está bien o está mal. En cuanto a propuestas, mejor atender a los expertos, a estudios comparados y a herramientas más eficaces. Y explicar bien las medidas que se adopten.

Además, la gente puede cambiar de opinión en función de lo que defiendan los políticos. De hecho, esa es una de las características del líder y a menudo se cita como ejemplo a Felipe González, que en hizo que la sociedad cambiara de parecer respecto a la OTAN.

Sí, eso lo digo varias veces en el libro. Cuando se habla de gente, para empezar hay que decir que no existe el pueblo, existen muchos individuos con muchas opiniones, a veces contradictorias entre sí. Y son influenciables y variables, claro.

También dice en el libro que la crisis de representación tiene solución. ¿Cuál es?

«Ser político es ahora más exigente que hace 20 años, hay que ser más transparente. Y eso no se soluciona colgando la declaración de la renta en una web»

La solución es entender los cambios sociales, dejar de mirar a la sociedad con recelo o con cierta sospecha o dejar de darle la espalda. Ser político es ahora más exigente que hace 20 años, hay que dar más explicaciones, ser más transparente. Y eso no es colgar en una web la declaración de la renta. Es rendir cuentas, mantener una actitud de escucha verdadera. Porque enseguida se sabe cuándo esto es así o es impostado. Se nota si te están diciendo milongas, la gente no es tonta. Y también hay que ser valiente con tus ideas y si lo que uno piensa va en contra de lo que piensa la mayoría, defenderlo y explicarlo, hacer pedagogía. No sé, aplicar en general otra forma de hacer política.

¿Cree que hay alguien que esté haciendo esto particularmente bien, algún modelo a seguir?

Los nuevos partidos han sido más inteligentes en este aspecto. Han sabido leer el momento político mejor que los tradicionales. Eso no significa que, ahora que ya lo han rentabilizado y obtenido grandes resultados, han empezado a tener tics más propios de lo que ellos llamaban vieja política, comportándose de forma similar a los partidos tradicionales. Por eso no hay nada escrito, los tradicionales tienen un montón de fortalezas -implantación territorial, experiencia…- que hace que, si son capaces de entender esto, a lo mejor los partidos nuevos tendrán una corta vida entre nosotros. Pero, claro, todo depende de lo que hagan los tradicionales. Está ahí la clave.

En sus estudios se centra en la sociedad española pero, ¿no cree que muchas pautas han de abordarse desde un punto de vista más global? Hay tendencias idénticas en muchos países de Europa.

Sí, son fenómenos más que europeos, globales. Hace poco presenté un libro del líder del PRD mexicano, Agustín Basave, y contaba cómo en su país no están indignados, están “enojados”. Es decir, que en México también hay desafectos con la situación, sobre todo los más jóvenes, y hace poco han hecho un montón de manifestaciones en la UNAM. En Chile, lo mismo. O en Brasil. La gente está saliendo a la calle porque tiene la sensación de que las democracias no acaban de funcionar bien. Y la crítica común es que los partidos han dejado de ser representativos y el poder económico es mucho más poderoso que el político. Eso lo ve así la gente en todos los sitios.

Y es el caldo de cultivo idóneo para que triunfen los populismos y los extremismos.

Claro, eso es. Lo que pasa en España no es único, no somos una isla en el mundo, ocurre también en otros muchos lugares. Yo he centrado mi estudio aquí porque analizar todo eso exigiría mucho más que año y medio de trabajo.

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