Vale. ¿Y ahora qué hacemos?

El siglo XXI está siendo una sangría sin sentido alguno. Para quienes creemos que la izquierda sólo es una única visión del mundo con diferencias mínimas que pueden ser compatibles (y vencidas si se controla el ansia) estos años que llevamos de siglo y de milenio están siendo un calvario. Un calvario al que se acaba de poner la puntilla.

Con el Partido Comunista como primer actor que presentó la renuncia a su nombre en pos de los tiempos modernos tras integrarse en Izquierda Unida, precisamente esta última formación ha sido la primera en presentar la renuncia a la izquierda al caer bajo el paraguas fagocitador de Podemos (en realidad, de Pablo Iglesias y los egos a su alrededor).

Pero lo de ayer del PSOE es la crónica de una muerte anunciada más allá de renuncias a nombres o de integraciones para obtener pírricas victorias.

¿Por qué?

El PSOE lleva años pegándose un tiro en el pie sin que nadie de quien manda dentro sea capaz de coger el toro por los cuernos. Tras la debacle que supuso la segunda legislatura de Aznar, lo de Zapatero fue una cosa que salió bien, pero de puertas afuera, ya que dentro del partido había mucho movimiento. De hecho, la victoria inicial de Zapatero fue pírrica. Pero la derrota de Rubalcaba (quizá no el mejor candidato), abrió la caja de los truenos. Los Monty Python ya lo mostraron años atrás:

El PSOE ha decidido convertirse en una religión monoteísta monolítica quitándose de encima una de las principales ventajas de lo que ha de ser el progreso: la crítica. Esa crítica se ha convertido en un conmigo o contra mí acompañada de un ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio que hacen que sea incapaz de moverse hacia delante y sólo dé pasos hacia atrás empujado por el bien de todos, sin darse cuenta que el bien de todos no es precisamente el bien de unos pocos.

El PSOE ahora mismo está ante la oportunidad única que muchos querían: dejar de existir tras más de 130 años de historia. Esto sólo puede evitarlo la militancia, pero viendo lo que hay, el escaso volumen de participación interna, el desgaste al que se ha llegado y la imposibilidad desde hace años de hacer llegar un mensaje único y coherente a través de los medios, unido al cambio de la calle por los despachos, hará que para quienes somos de izquierdas, haya poca o ninguna esperanza, más allá de personalismos que, al rozar el poder, demuestran sus pies de barro y que no son más que soluciones homeopáticas.

Que el señor mitológico del espacio nos pille confesados.

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