Gente que me revuelve las tripas

Ada Colau

Escupir sobre las generaciones pasadas para ir de progres superlativos ante las pandas de coleguis, abajofirmantes fijos, ONGs de saneadas cuentas gracias a donantes y subvenciones, organizaciones antisistema y demás cazadores de ingenuos a base de denigrar la historia de su propio país es de ignorantes, okupas y ácratas destructivos. En suma, los que, en la antigüedad clásica, las naciones que alcanzaron elevados niveles de civilización –llámense griega o romana- conocían como bárbaros .

Las culturas nacen de un grupo de gentes agrupadas en un pequeño núcleo que se consolida entre mil dificultades, defienden después sus solares –generalmente, por la fuerza- y, una vez alcanzados sus límites naturales, crecen e influyen en el entorno a través de la expansión. Sin seguir esa ruta, otros más fuertes llegaban y se los comían.

En el camino se quedaron los insignificantes, o aquellos que se durmieron en la plataforma de despegue porque les faltó el impulso necesario para instalarse en la Historia. Siguiendo la lógica de la selección natural, terminaron por desaparecer sin dejar otras huellas que algunas piezas artísticas, ciertas ruinas para que se entretengan los arqueólogos o la constancia de haber manejado un idioma, a veces sofisticado –sirva de ejemplo el etrusco-, pero tan aislado y local que ni los más conspicuos lingüistas han sido capaces de descifrar.

El Imperio Romano se construyó sobre la conquista y sometimiento manu militari de otros pueblos, recurriendo con frecuencia al exterminio y a la esclavitud de los supervivientes que no se sometían a la eufemísticamente llamada “pax romana”. Ahora bien, ¿alguien puede decir en serio que el derecho de gentes en la Galia, por ejemplo, estaba más protegido bajo las continuas matanzas entre tribus formadas en el culto a la violencia con el vecino y los sacrificios humanos de la religión druídica? Se nos opondrá que a su manera eran libres y con Roma, no. La pregunta es: al final, la pátina cultural de Roma, la sumisión a esa regla de convivencia que es el Derecho ¿fue un avance un retroceso en la evolución histórica de la Galia, ya que me he parado en ella?

¿A dónde quiero ir a parar? A que hasta llegar a hombres como Francisco de Vitoria que teorizaron sobre los aspectos morales de la condición humana en la relación entre Estados, la especie se rigió por la ley del más fuerte. No olvidemos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos se firma en París ¡en 1948! Hasta entonces fue el vacío, salvo las mediaciones que en occidente se solicitaban al Papa romano, que tendía con más frecuencia de la deseable a barrer para casa y cobrarse la tercería en territorios, riquezas o capacidad de presionar.

Naturalmente que el Imperio Español, como los demás –qué no podemos decir del racista Imperio Británico, del selectivo y brutal Imperio Francés, del exterminador imperialismo belga-, se basó en la imposición y en los abusos. Cierto que se cometieron infamias sin cuento, pero también se abolieron los sacrificios humanos más degradantes (para los que les guste poco leer, véan la película “Apocalipto” como muestra) y se construyó la primera sociedad mestiza asumida y hasta paulatinamente legalizada de la humanidad. Entre otras instituciones nada despreciables, creamos universidades que no se dedicaron en exclusiva a formar funcionarios al servicio de la metrópoli como hicieron otros Estados de Europa, sino que de su enseñanza del pensamiento nacieron los criollos, que después nos echaron a patadas, con toda justicia y merecimiento, de nuestra América.

No es momento de volver la vista atrás unos cuantos siglos sólo para hablar de las miserias y enumerar las vergüenzas, sino que tenemos derecho a un balance equilibrado y justo y a preguntarnos dónde estarían ahora aquellas primitivas sociedades indígenas si el 12 de octubre de 1492 no hubiera existido.

Por eso mencionaba al principio a los que escupen sobre la Historia de España (construida, por cierto, con aportaciones fundamentales de catalanes y vascos), negando cualquier función civilizadora en un imperialismo pasado que ya no tiene vuelta atrás, con el único objetivo de demoler la autoestima de nuestra nación. Y titulo este trabajo: “Gente que me revuelve las tripas”. Me refiero, entre otros, a purrias como Willy Toledo, los hermanos Bardem, Fernando Trueba, Ada Colau, Sánchez Dragó y tantos otros intelectualillos a la violeta que, con tal de épater le bourgeois, son capaces, día a día, de alfombrar con vilezas la memoria de incontables generaciones de españoles y de no reconocerles ni una sola aportación positiva al mejoramiento de la especie humana. Sólo saben vomitar bilis sobre nuestro acervo común.

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