Daniel Craig ya no va a interpretar más veces a James Bond, tal y como ha garantizado en un par de ocasiones con un tono de hastío que ha hecho que Warner le dé algún que otro toque de atención. Es buen momento para retirarse del personaje: no solo ha aportado todo lo que podía, sino que Spectre supone un buen colofón para su recorrido. Primero, porque cierra una serie de líneas argumentales y flecos que quedaban en el aire en sus tres anteriores entregas, como demuestra la segunda mitad de la película, que tiene claramente el tono conclusivo del que carecían las entregas anteriores. Segundo, porque Spectre se abre a caminos bienvenidos pero sin duda inauditos en un Bond tan severo y dramático como es el de Craig: el de la autoparodia y la referencia al legado de la franquicia. Es decir, Daniel Craig se marcha antes de entrar del todo en terreno Roger Moore.
No es que Spectre sea el Moonraker o el Octopussy de esta generación (aunque algo de Octopussy hay en los horrendos créditos de la película, amenizados por la peor canción Bond de todos los tiempos, los minutos sin duda más amargos del conjunto). Pero es cierto que en Spectre vemos a Craig, pese al tono sombrío general de la película, tomar cierta actitud ligera con respecto a sus aventuras y los abundantes edificios que va reduciendo a escombros (una especie de estribillo que se repite a lo largo de todo el metraje). El numerito del paracaídas con cara de circunstancias o las bromas con respecto a los excesos dipsómanos del agente son muy propios de la zona más autoparódica de 007, así como su relación con Q, que también vuelve al tira y afloja de los tiempos de Moore, donde Bond parecía un niño malcriado que se dedicaba a romper los carísimos juguetes del vecino.
Pero además, están las constantes referencias al pasado de la franquicia. En ningún momento Spectre se convierte en un jeroglífico para iniciados, pero hay momentos que afectan a los villanos, a sus artilugios y elementos de atrezzo, así como cierta actitud pulp de “voy a contarle mis planes a mi peor enemigo porque el ego me puede” que no habríamos visto en Casino Royale o Quantum of Solace. Spectre está lleno de guiños al pasado, y aunque es agradable para el fan, también sabemos que ese es el primer paso hacia la recursividad y la falta de ideas. No es extraño que Craig decida marcharse antes de convertirse en una caricatura de sí mismo.
Por lo demás, Spectre es un entretenimiento ligero -el más ligero de todos los de Craig- que, pese a alguna secuencia de acción de relleno, logra gestionar con fortuna el equilibrio entre el descubrimiento afortunado (¡un nuevo Tiburón! ¡M, Q y Monneypenny como los Vengadores del Servicio Secreto!), la gravedad heredada de Skyfall y la chorrada pura y dura (todo lo relativo al personaje de Christoph Walz, su relación con el protagonista y su enfrentamiento con maquinaria delirante). No es el mejor Bond de Craig, pero después de la inmersión en los abismos del trauma y la deconstrucción del personaje, es una despedida más que agradable de cara a la llegada futura de un nuevo actor que le dé algo de variedad a la serie.
Spectre
Sam Mendes
Daniel Craig, Christoph Waltz, Léa Seydoux
2015