“¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento o el calor de la tierra?”. Así empieza el manifiesto ambiental del jefe indio Noah Sealth que ha llenado pósters, camisetas, pancartas e incluso anuncios de publicidad. Por muchos es considerado el primer ecologista de la historia, o por lo menos el primero que expresó ideas parecidas a lo que hoy llamamos ecología. Pero esta historia, como todas, tiene muchos matices. Así que deberíamos empezar por el principio.
A comienzos del siglo XIX los actuales Estados Unidos eran todavía un terreno inexplorado. Se conocían las costas este y oeste, pero lo que había en medio era un gran vacío dentro de un mapa. Allí, muy dispersos, vivían los indios, poco parecidos a los de las películas, pero con una característica: llevaban habitando esas tierras cientos de años, miles en algunos casos. Así que cuando los europeos asentados ya en América se acercaron a merodear no fueron bien recibidos. Hubo bienvenidas de todo tipo, pocas sangrientas, pero vengadas desproporcionadamente por los invasores. La escalada bélica tradicional pero con cabelleras cortadas y rifles Winchester.
Rondábamos el calendario de 1830 cuando lo habitual era masacrar a los indios guerreros sin misericordia. También había tribus pacíficas, aquellas que no oponían resistencia. Y por muy malvado que fuera el hombre blanco, tenía sus límites. Así que el presidente de los Estados Unidos de América decidió realizar el timo de la estampita a los verdaderos habitantes de América. Ofreció pequeños territorios, llamados reservas, a los indios pacíficos y a aquellos que se rendían. Eso sí, tenían que abandonar sus bastas posesiones y alejarse a veces miles de kilómetros hasta su nuevo hogar, generalmente en sitios inhóspitos. Aquella peregrinación de las tribus indias americanas se conoció como “La ruta de las lágrimas” y dejó miles de muertos por el camino. No había mucha negociación. Lentils. O lo que es lo mismo: lentejas.
Mediado el siglo se entablaron “conversaciones” con los habitantes del actual estado de Whasington (en el mapa arriba a la izquierda, no confundir con la capital). Y allí apareció la figura del indio ecologista Noah Sealth. Era muy respetado entre los suyos, un bravo guerrero, alto y dicen que con una voz poderosa. Era un líder. Como Bertín Osborne.
Un dato que no se cuenta demasiado es que en 1848, con más de 60 años, nuestro Noah decidió adoptar con toda su familia la religión católica. En la pila bautismal recibió el nombre de Noé Seattle. Y sí, la ciudad de los Supersonics de la NBA debe su nombre a este jefe indio. Y de la llamada Ciudad Esmeralda surgió el sonido Seattle para muchos grupos grunge, pero esto sí que es otra historia.
Ya católico, el presidente estadounidense de turno, llamado Franklin Pierce, le ofreció pocas tierras y menos dinero para que su gente abandonara esos territorios. El negociador blanco fue el gobernador Isaac Ingalls Stevens. Al parecer, en enero de 1854, el anciano jefe indio le puso cinematográficamente una mano en su moflete y largó ese discurso cuya lectura teatral duraría unos diez minutos. Un discurso que pasó a la historia como el primer alegato ecológico.
El problema es que probablemente no lo dijo. Al menos no así exactamente. No quedó ningún registro y oficialmente el gobernador no destacó ningún detalle parecido en su viaje de negociaciones. ¿Y entonces cuándo se publicó por primera vez este supuesto speach? Es difícil de creer en los tiempos de twitter, pero fue más de tres décadas después.
El 29 de octubre de 1887 apareció por primera vez en las páginas del periódico Seattle Sunday Star en un artículo que firmaba el doctor HENRY SMITH (1830-1915). Es probable que este médico, con dotes para la escritura y la poesía, idealizara alguna frase que sí habría pronunciado nuestro indio favorito. Tres décadas es mucho tiempo para la tradición oral, aunque fuera algo habitual entre las tribus. Además, Noé Seattle hablaba en lushootseed, su lengua natal, para luego ser traducido al chinook, que es una mezcla de francés, inglés y aborigen, y luego había que traducirlo al inglés. Pues así durante 33 años. ¿Jugamos al teléfono loco durante tres décadas?
No quiero quitar mérito al jefe indio, que en efecto fue uno de los mayores defensores de la naturaleza (en concreto de la naturaleza de sus tierras) pero no creo que lo fuera más que un labriego actual que trabaja en su campo y defiende lo suyo cuando le quieren expropiar para que pase la vía del AVE. Quizá, quien tiene más mérito es el doctor Henry Smith, al que por ser el autor del texto, en buena parte inventado, me atrevo a denominarle como el primer ecologista de la historia. O por lo menos el Cyrano de Bergerac del primer ecologista. ¿Importa más la idea o cómo se expresa?