Hace poco acudí a una charla del periodista científico Antonio Calvo Roy (si no habéis leído su biografía sobre Odón de Buen, debéis hacerlo) en el marco de Naukas Bilbao, el mayor encuentro de divulgación científica que se celebra en España.
En la charla con Josu Mezo y moderados por Antonio Martínez Ron, abordó el tema de las dos culturas y la relación entre «ser de letras» y «ser de ciencias». Con una sola frase fue capaz de hacer una radiografía precisa del problema. «Todos hemos oído en una cena con amigos aquello de haz tú la cuenta que eres de ciencias, pero a mí no se me ocurriría decirle a nadie, lee tú la carta que eres de letras«.
Esto, que puede ser una anécdota, no deja de tener su reflejo en otros aspectos sociales. Entre la intelectualidad de habla hispana, salvo honrosas excepciones, existe una alarmante indiferencia por la ciencia. Ya comenté en una columna anterior que es prácticamente imposible encontrar algún libro de historia reciente de España que haga alguna alusión al desarrollo de la ciencia en la segunda mitad del siglo XX, no importa cuántos temas aborde, la ciencia simplemente, no existe.
Nada que ver con el mundo anglosajón donde filósofos como Martin Gardner o Bertrand Russell hicieron notables aportaciones a la divulgación científica, por no hablar de de Broglie, premio Nobel de física pero que se formó como historiador, o de Nabokov, novelista y a la vez notable entomólogo. A veces esta indiferencia se transforma en desdén como cuando gente como Juan Manuel de Prada rechaza públicamente la teoría de la evolución.
Yo mismo lo he sufrido cuando en un debate sobre política agraria europea un político me advirtió contra el «despotismo científico ilustrado» a lo que yo repliqué que mejor eso que dejar algo tan importante como la agricultura en manos de cuatro iluminados, que a la vista de los resultados, no parece que lo estén haciendo muy bien. Que un político electo tenga esta actitud me preocupa. Siempre me ha parecido muy graciosa esta actitud. No creo que nadie hable de «despotismo científico ilustrado» cuando está a punto de ser anestesiado antes de entrar en un quirófano.
Hace unos días pude ver otro ejemplo del pésimo nivel de cultura científica en este país cuando en una discusión sobre un tema candente como son los cultivos OGM una persona a la que se le supone un cierto nivel cultural lanzaba los comentarios más estrambóticos sobre el tema. Al tratar de señalarle su error se excusaba haciendo acusaciones absurdas de pertenecer a imaginarios lobbies. Como pruebas, no fue capaz de aportar más que enlaces a webs de grupos ecologistas.
Que alguien que ha sido representante político haga este tipo de afirmaciones sin ninguna prueba es preocupante, y más si la persona que los recibe es uno de los muchos científicos que en este país está en paro debido a los recortes que han sufrido por culpa, precisamente, de los políticos que los han permitido. Podéis seguir la discusión aquí. No me imagino ponerme a discutir sobre filosofía, tema del que mis conocimientos son mínimos, y cuando alguien me señale el error, ponerme a lanzar difamaciones o argumentar con enlaces a la web de los cursos de «Nueva Acrópolis», esos que anuncian como «filosofía en acción», pero parece que esto le está permitido a alguien «de letras» cuando habla de un tema de ciencias . Haciendo caso a mi amigo Antonio Calvo, la próxima vez que vaya a un restaurante pediré que me lean la carta, o mejor, ya que son de letras, que me la reciten en verso.