El pasado domingo, mientras veía la esperada entrevista que Jordi Évole le hacía a Mariano Rajoy en “ Salvados ”, hubo un frase del presidente del gobierno que me llamó mucho la atención y que pasó desapercibida para una gran mayoría: “Mi hijo Mariano, que tiene 16 años, se desenvuelve muy bien con las nuevas tecnologías. Como cualquier niño de su edad”.
Lo cierto es que no me resultó sorprendente que el pequeño Mariano sepa manejar o no las nuevas tecnologías, sino la puntualización y aclaración del líder del PP: “Como cualquier niño de su edad”. No sé cuántas veces mintió o dejo de decir la verdad Rajoy durante la entrevista, pero sí sé que al menos lo hizo una vez.
En el año 2001, el escritor americano Marc Prensky publicó un artículo titulado “Digital Natives, Digital Immigrants” que tuvo una enorme acogida entre la comunidad educativa. El escrito de Prensky se hizo viral en muy poco tiempo y el concepto “nativo digital” se popularizó a una velocidad de vértigo, llegando hasta nuestros días sin haber perdido empuje.
Marc proponía en su publicación que en el mundo actual existían dos tipos de usuarios: los nativos digitales y los inmigrantes digitales. Según su definición, los nativos digitales son aquellas personas nacidas después de 1990, que crecieron con las nuevas tecnologías y el auge de internet; por el contrario, los inmigrantes digitales son los nacidos antes de esa fecha.
Por tanto, si nos acogemos a la definición de Prensky, sí que podríamos argumentar que el hijo de Mariano Rajoy es un nativo digital, ya que nació en pleno siglo XXI. El problema radica en los supuestos “superpoderes” que se les atribuyen a los nativos digitales y, entre todos ellos, el más extendido es que todos los nativos digitales saben utilizar perfectamente las nuevas tecnologías.
Al mismo tiempo, se ha ido instaurando otro mito alrededor de las teorías de Prensky que dice que los denominados inmigrantes digitales (entre los que me incluyo) tenemos grandes dificultades para comprender los nuevos tiempos e incluso -a veces- se nos cataloga como analfabetos digitales, debido a nuestro presunto desconocimiento del uso de las nuevas tecnologías.
Zombies digitales
A lo largo de los últimos años de mi vida he tenido la suerte de impartir clases para casi todos los rangos de edad, desde los 5 hasta los 65 años de edad. He tenido la ocasión de entrar en las aulas de primaria y de secundaria, he dado charlas para estudiantes que están cursando bachillerato y para gente que se está formando en la universidad e incluso he tratado de transmitir mis conocimientos en escuelas de negocio, cursos del INEM o congresos para emprendedores donde el público objetivo eran personas nacidas después de 1990.
Toda esta experiencia acumulada me ha servido para darme cuenta de 2 cosas: los nativos digitales no usan mejor las nuevas tecnologías que los inmigrantes digitales y realizar una clasificación teniendo en cuenta solamente la edad es algo simplista y equivocado. Sólo por haber nacido en la era post-internet no quiere decir que uno sepa utilizar las herramientas digitales correctamente.
Citando a mi colega Juan García, para mí uno de los mayores expertos a nivel nacional sobre estos temas, “todos las personas que vivimos en la actualidad nacimos cuando ya existían los coches, pero no por ello sabíamos conducirlos. Tuvimos que coger un volante y recibir clases para aprender y –finalmente- no nos quedó más remedio que aprobar un examen para obtener el carnet de conducir”. Del mismo modo, nadie aprende a leer por ciencia infusa a pesar de haber nacido en una casa llena de libros.
Llevando estos ejemplos a nuestro caso, podemos decir que una cosa es estar rodeados de nuevas tecnologías, convivir con ellas y utilizarlas, y otra bien distinta es saber usarlas adecuadamente. Los chavales de hoy en día sí que utilizan las redes sociales, los smartphones o las tablets de forma habitual, pero suelen tener su uso restringido al ocio y en raras ocasiones utilizan estas herramientas para temas relacionados con la productividad o la escuela.
¿Cuántos de estos nativos digitales conocen y usan herramientas como: Evernote, Trello, Podio, Edmodo o Duolingo? ¿Cuántos perfiles hay en Linkedin de personas con menos de 23-24 años? ¿Cuántos saben buscar en Google documentos en PDF o términos concretos utilizando la búsqueda avanzada? ¿Cuántos utilizan el campo CCO cuando envían un correo electrónico? ¿Cuántos crean listas en Twitter para seguir aquellas cuestiones que les resultan de interés? La respuesta a todas estas preguntas es: “muy pocos, tan sólo una minoría”.
No obstante, no quisiera caer en el error de meter a todos los nativos digitales en un mismo saco, ya que algunos de los mayores expertos de Internet que he conocido se encuadran dentro de esa terminología, pero por desgracia la inmensa mayoría del alumnado que ocupa en estos momentos las aulas de nuestro país están más cerca de ser “zombies digitales” que de poder ser calificados como “versados digitales”. Que no puedas vivir sin algo no quiere decir que lo domines.
Son legión los chavales que viven pegados a la tecnología en un mundo donde sólo existe Instagram, Retrica, Vine, Tinder, Clash Of Clans o League Of Legends y donde las redes sociales son utilizadas para idolatrar o despreciar al famoso de turno.
Kryptonita digital
Pese a que no estoy de acuerdo con la forma de clasificar propuesta por Marc Prensky, sí que concuerdo con él en que los estudiantes actuales tienen una forma distinta de procesar la información y, por desgracia, no estamos prestando la atención suficiente a esta nueva forma de aprendizaje.
El alumnado que copa hoy en día las aulas aprende de una forma distinta a como lo hacíamos nosotros, porque su cerebro se ha acostumbrado a funcionar mediante un montón de impulsos visuales. Para ellos, acostumbrados a que la información sea efímera y se muestre en un timeline compuesto por frases de 140 caracteres, las clases donde el maestro es el dueño de lo que sucede y la interacción queda reducida a la mínima expresión son –básicamente- una tortura.
Los nativos digitales, debido al mundo en el que les ha tocado vivir, prefieren los gráficos a los textos y reciben infinidad de información en muy poco tiempo. Esto provoca que les cueste centrar su atención en sólo una cosa pero, de forma simultánea, les ha permitido desarrollar una gran capacidad para la multitarea. Además, las herramientas tecnológicas han conseguido que aquellos estudiantes con mayor curiosidad se conviertan en autodidactas y, con el tiempo, en grandes expertos en determinadas materias del conocimiento.
Los tiempos han cambiado y el sistema educativo no lo ha hecho a la velocidad requerida. Esto ha provocado que se dé una enorme dicotomía entre un alumnado para el que “Google es un verbo y googlear un infinitivo” y un profesorado que marcha a dos velocidades entre aquellos que se han puesto las pilas y los que no sobrevivirán a las teorías de Darwin.
Inmigrantes digitales
¿Cómo es posible que todo un sistema educativo, diseñado y ejecutado por inmigrantes digitales, pueda lograr conectar con los nativos digitales, quienes no aprenden como aprendieron aquellos?
Esta es una de las principales cuestiones que tenemos que resolver en el corto plazo si no queremos seguir descendiendo en los informes PISA. A nadie se le debe de olvidar, y esto se puede comprobar cogiendo cualquier pirámide de población, que los inmigrantes digitales siguen siendo mucho más numerosos que los nativos digitales. Esto supone un enorme desafío para muchos profesores que -por primera vez y después de mucho años acomodados- tienen que reciclarse sino quieren que en algunos aspectos “el alumno supere al maestro”.
Hay docentes que creen que ya son muy mayores para aprender y que no iban a vivir una revolución como esta porque… ¿Cuántos de nosotros pensábamos en 1.990 que los libros comenzarían a ser sustituidos 25 años después por un instrumento llamado Tablet cuando ni tan siquiera por aquel entonces sabíamos que se estaba gestando algo llamado internet?
No obstante, hay que decir que no todos los maestros piensan del mismo modo, sé por experiencia propia que muchos de ellos quieren alfabetizarse digitalmente y comprender las nuevas formas de comunicación, pero –lamentablemente- sus centros o consejerías no les ofrecen una formación competente en estas herramientas.
He dado clases a profesores de inglés que nunca habían escuchado hablar de Busuu, Babbel o Rosetta Stone; profesores de educación física que desconocen Runtastic o Runkeeper; profesoras de plástica que ni tan siquiera mencionan Photoshop, Indesign o Ilustrator en sus clases; instructores de geografía que no aprovechan herramientas como Google Street View y, casi lo que es peor, maestros de tecnología que siguen obligando a construir a sus alumnos una torre Eiffel con palos de Chupa Chups y palillos pero no tienen ni idea de quién es o qué está haciendo Elon Musk.
Por eso se hace tan importante abordar este problema, para que no se siga produciendo una brecha digital entre los analfabetos digitales y los versados digitales.
Brecha digital
La brecha digital es un concepto que va ligado al estudio de Prensky y que viene a decir que las personas mayores se han quedado fuera de juego por culpa de la tecnología. Sin embargo, volvemos a caer en el mismo error que al principio del artículo, ya que seguimos hablando de edades y no de habilidades.
Fue Ramón Trecet, periodista reputado de 72 años, quien me descubrió Twitter allá por el año 2008 en su blog de MARCA, cuando en España todavía nadie conocía el pajarito azul. Mis padres -quienes nunca han sentido la curiosidad de encender un PC- ahora se manejan como “pez en el agua” con sus smartphones y son capaces de mirar sus cuentas en el banco, comprar entradas para ir al cine o llegar al nivel 300 del Candy Crush sin ningún tipo de ayuda. Y son capaces de hacerlo por una simple cuestión: porque alguien les ha querido enseñar y ellos han querido aprender.
Por tanto, señor Rajoy, está usted equivocado. El buen o mal uso de las nuevas tecnologías no depende de la edad, depende de la capacidad cognitiva (con lo que naces) y de las habilidades cognitivas (capacidades obtenidas gracias a la práctica).
“Un cambio de actitud lo cambia todo” (David Lynch).