La huella de nuestra sombra digital

La huella de nuestra sombra

El Arte ha sido, a lo largo de toda la Historia, el espejo en el que la sociedad se mira y se cuestiona. En un momento en el que los artífices de la Cultura se plantean tantas incógnitas sobre el futuro de nuestra sociedad y los ciudadanos comienzan a ser conscientes de la necesidad de una participación más activa en las instituciones de las que depende la gestión de sus vidas, el Sounthbank Center de Londres reúne la obra de siete artistas internacionales que ahondan en los sentimientos y debates morales de los internautas. Reflexionan sobre la huella digital que estamos dejando en Internet y las consecuencias que tiene para nuestra privacidad, la propiedad intelectual y en qué forma se distribuye toda esta información.

Esta World Wide Web -que se ha hecho tan imprescindible para los que la frecuentamos- permite que todos los que están conectados en la red puedan funcionar como una conciencia colectiva, que científicos de diferentes continentes trabajen conjuntamente en sus investigaciones y que movimientos sociales puedan fraguar un cambio en el rumbo de un país sin que los individuos que los integran hayan compartido un espacio físico hasta el día de su concentración masiva. Pero este paradigma de la globalización, tras sus deslumbrantes refulgencias, esconde acechantes sombras. En los últimos años hemos asistido a cambios que habrían sido inconcebibles en nuestras vidas hace tan sólo unas décadas. Sin ser conscientes, cedemos día a día gran parte de nuestra intimidad y con ella nuestra libertad. El exceso de información, y la aparente capacidad para llegar a ella, se traduce en vías predefinidas, accesos restringidos y reconducidos por aquellas compañías multinacionales que están detrás de los desarrollos del software y del hardware que utilizamos a diario. El mismo medio que nos acerca al mundo, también nos aísla en cierto modo de él.

El entorno digital ha trasladado y amplificado muchas de las diferencias que sufre la sociedad y ha protegido el anonimato de quienes han encontrado en él un vehículo de riqueza, en detrimento de muchos de los generadores de contenidos que, en un número importante, han sido víctimas del robo de su propiedad intelectual, saqueo del que se han hecho cómplices a los usuarios con la falsa idea de la gratuidad de internet.

Pero la sociedad está reaccionando y ese mismo espacio virtual, de poderosas herramientas, ha servido para que una idealista como Yolanda Rueda crease en 2001 la Fundación Cibervoluntarios, una organización pionera y referente por su labor a nivel mundial, en la que utilizan las nuevas tecnologías como instrumento para generar innovación social y empoderamiento ciudadano que pueda paliar e incluso eliminar las brechas sociales, a través de miles de emprendedores que potencian una nueva forma de voluntariado.

Según EY y ADEMI, de la cuota de 9,99€ que se paga en streaming, sólo 0,46 euros se reparten entre los artistas

Del mismo modo, estamos viviendo un momento histórico en el que, por primera vez, todos los artistas del mundo, a través de las organizaciones que les representan como colectivos en Europa, EE.UU. y Latinoamérica, se han unido para una causa común: conseguir que el flujo de su trabajo que se mueve en las redes y con el que negocian las plataformas digitales sea remunerado de forma justa. Esta misma semana Luis Cobos, presidente de la Federación Iberolatinoamericana de Artistas, Intérpretes y Ejecutantes (FILAIE) declaraba en Cancún para diferentes medios americanos que los servicios de streaming que permiten escuchar música de forma ilimitada, avanzan de una manera imparable. Se estima que hay 41 millones de personas que abonan una cuota mensual para acceder al paquete premium de plataformas como Spotify, Deezer y Napster. Según el estudio que ha realizado la sociedad de intérpretes francesa ADEMI junto a Ernst&Young, de esta cuota de 9,99€ sólo 0,46€ se reparte a los artistas, ante lo que Cobos declara que “es un reparto muy injusto de los derechos, es como recibir migajas por tu trabajo y no un salario”. Son muchos los artistas que están denunciando el paupérrimo pago que reciben de estos servicios de música en streaming, como la actriz y cantante estadounidense Bette Midler, ganadora de cuatro Premios Grammy, que hace poco tuiteó: “Spotify y Pandora hacen imposible a los artistas ganarse la vida: tres meses de streaming en Pandora, 4.175.149 plays = $114.11”. Thom Yorke, vocalista de la banda británica Radiohead, también se suma a estas reivindicaciones con la siguiente declaración: “Spotify no paga a los músicos jóvenes lo suficiente para sobrevivir. Fracciones de un centavo por escuchas digitales es un salario pobre. Pensábamos que la era digital iba a fomentar la creatividad. Lo que está sucediendo es un gran escándalo”. 

El mundo en el que vivimos se transforma vertiginosamente y es muy importante que los legisladores entiendan la urgencia que hay en regular esta situación para generar un nuevo espacio de convivencia. La Política, que tan denostada está en los últimos años, tiene un papel fundamental para la sociedad –por eso es tan necesaria su rehabilitación-, debe ser capaz de conseguir mediante legislaciones inteligentes que se restablezca la justicia en una situación que ahora desfavorece claramente a un colectivo. Los artistas llevan ya dos décadas sufriendo el expolio que se está llevando a cabo en el entorno digital y por el que se les está privando de su único sustento, los recursos que genera su actividad profesional.

No sirven las excusas de que la Cultura debe ser para todos, porque también lo debe ser la Educación pero quienes la imparten son remunerados por ello y la Sanidad pero nadie imagina que el médico, la enfermera o el asistente sanitario no reciba un sueldo por ello.

Yo que me siento una mujer del siglo XXI y responsable del tiempo que me ha tocado vivir, como creadora, intérprete y defensora de causas justas no puedo estar ajena a ésta, nos jugamos el futuro.

Foto: Magdalena Roeseler en Flickr

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