Cuando nuestra capacidad de sorpresa merma es señal evidente de que el nivel que nos preside y rodea, también lo hace. Acostumbrarse a lo absurdo, a lo frívolo o a lo dantesco es una cualidad humana que nos equipara a todos, los de un lado del globo terráqueo y los del otro. Algunos lo llamarían naturaleza democrática, otros condición humana.
Para bien o para mal, cada día nos sorprenden menos cosas. Pero desde hace unas horas que comenzó, al menos oficialmente, la campaña electoral esa capacidad de sorpresa está más tierna que nunca, más predispuesta a verse alterada, a que algo o alguien la tense. Y visto lo visto en los primeros instantes de la misma, la que se nos avecina es golosa.
La verdad es que existen cosas que no hay necesidad de escuchar ni de ver, ni siquiera en campaña electoral. Escuchar al presidente de la Generalitat de Cataluña hablar de bragas con demasiada vehemencia (“Nos dijeron que nos cagaríamos en las bragas…”), no es necesario ni creo que sea bueno para nuestra higiene mental. No hace falta y puede llegar a ser contraproducente porque la mente va por libre, nuestra imaginación se nos viene arriba y el final puede ser desastroso, amén de desagradable. Como tampoco es necesario asistir al espectáculo de ver a alguien ataviado con un patético disfraz de gallina o, para ser exactos, de raquítico pollo amarillo desplumado y bicéfalo, persiguiendo a los candidatos de los partidos políticos que sí van a participar en un debate televisado, mientras su formación, en este caso UPyD, no lo hará. No creo que hostigar a alguien en plena calle al grito de “democracia y no gallinocracia” pueda calificarse de algo más que de ridículo.
Napoleón Bonaparte tenía claro que “de lo sublime a lo ridículo hay solo un paso”, y él tuvo tiempo y momento de comprobar la veracidad de sus palabras. Espero que nuestros políticos, embarcados en una absurda competición para ver quien es mejor vedette, tengan claro donde están los límites antes de que sea demasiado tarde porque, de lo contrario, la capacidad de sorpresa que se romperá será la de ellos. Y un día llegarán a un mercado y tendrán que salir por piernas para evitar a la dependienta de una tienda que le ofrece insistentemente unos calzoncillos rojos y se empeña en que los coja y se los pruebe. Hay límites que conviene trazar antes de que el alud imaginativo que algunos intentan disfrazar de buen rollismo, cuando no es más que la ridiculez personificada, pase a mayores.
Es verdad que Goethe decía “el hombre inteligente lo encuentra casi todo ridículo, el hombre sensato casi nada”. Pero seguramente no se refería a los políticos. Como tampoco se refería a ellos, Agatha Christie cuando afirmó que “solamente cuando ves a las personas hacer el ridículo, te das cuenta lo mucho que las quieres”. Definitivamente, no aludía a los políticos y menos si están en plena campaña electoral.Para el ruedo de la política siempre es mejor recurrir a Maquiavelo. En el capítulo XVII de “El príncipe”, el escritor y filósofo italiano escribe que si un gobernante debe elegir entre ser temido o amado, “es mucho más seguro ser temido”. Lo publicó en 1532… al final, no ha llovidotanto como podría parecer.Un político no está para ser amado, sino respetado, y el respeto, como las elecciones, hay que ganárselo.
Lo de la visita al mercado está asumido, lo de besar a los niños también, lo de irse de mercadillo y no permitir que a uno le regalen 3 mandarina, puede. Ahora lo de pagar 10 euros por ellas, más que ridículo, es un escándalo que puede llevar a una inflación no deseada.
Hay quien lleva con los dedos cruzados desde la medianoche del jueves al viernes para que los planetas se alineen y ningún candidato se vista de Papa Noel y se empeñe en bajar por una chimenea, o cantar un villancico tocando él mismo la pandereta como si no hubiera un mañana o formando parte de un belén viviente en el que se preste a hacer las veces de niño Jesús. Recuperemos cierta cordura.
Sería bonito que hubiera algo de contención en lo que queda de campaña, por la salud mental de todos , y la física de algunos. Está bien, o al menos parece que no ha sido posible evitarlo, que les veamos saliendo de la ducha, cantando y tocando la guitarra, marcándose unos absurdos pasos de baile, peleándose con un futbolín o con una cocina de inducción,pero no hay necesidad de hacer el ridículo y de hacernos sentir ridículos a quien no nos queda más remedio que contemplar ciertos comportamientos reconvertidos en espectáculos que rozan lo circense. Estamos en campaña, perfecto, está asumido. Ya sé que ahora se lleva más leer a Kant, pero conviene tener presente lo que dijo Platón, “la burla y el ridículo son, entre todas las injurias, las que menos se perdonan”. Y aunque algunos parezcan empeñados en borrar la memoria, histórica o no, la memoria colectiva siempre se mantiene viva, es fuerte, profunda y aunque parezca dormida, siempre despierta a tiempo para juzgar.
Además, para hacer el ridículo, no necesitan hacer esfuerzos extras, ni aparentar una normalidad que no existe. Con que se cumpla lo que dijo Groucho Marx, ya tienen stock de bufa para toda la legislatura: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Solo quedan 13 días. Tampoco es pedir demasiado.