Angela Dorothea Merkel, hamburguesa, cumple mañana día 17 de julio 61 años. Toda una vida dedicada al Deutschland, Deutschland über alles, Über alles in der Welt . Una vida de entrega, pero no solo al servicio de Alemania, sino a lo que Alemania representa.
Mírese usted al espejo, buen hombre, con esa cara de sudeuropeo bajito, cetrino, de bigote ralo y mentón huidizo. Mírese usted al espejo, buena mujer, con esa cara latina, esos pechos escurridos por el hambre, ese pelo deslucido. Mírense, españolitos de a pie, y díganme si se atreven que no querrían ser orgullosos alemanes. Con ese mentón prominente donde se pueden cascar nueces o soberanías griegas, con esos pechos generosos que sirven igual para apoyar doce jarras de cerveza que las deudas de toda Europa. Díganme que no querrían ser alemanes, de rígida moral en el trabajo, de inflexible ética fiscal, de inmejorable cuadriculez. ¿Inventó acaso un español la teoría de la relatividad? No, fue un alemán, así como al descuido. Escribió e=mc2 en un papel y ya se podían hacer bombas atómicas. ¿Inventaron acaso los españoles el coche? No, fue un alemán, bueno, dos. Cuatro ruedas y un motor de explosión y hala, Fernando Alonso ya podía cambiar siempre a la escudería que poseyera el peor de esos inventos. ¿Llega acaso la moda española al nivel de Hugo Boss? Nunca. Paño negro de la mejor calidad, unas calaveras en la solapa y ya tenemos vestidas a las SS. Que podrán ustedes decir lo que quieran de las SS, pero no me digan que los uniformes no molaban que te cagas.
¿Entienden ahora el sentido de Deutschland, Deutschland über alles, Über alles in der Welt? No es nacionalismo, es objetividad. Alemania es el pueblo elegido, el culmen de la raza humana, la cúspide de la evolución. ¿Por qué creen que todos los turcos de Turquía se han ido a fusionar sus genes con los de las alemanas? Con la esperanza de que su progenie lleve en su cadena de ADN algo del hecho diferenciador alemán.
Ángela Mérkel, hija de un pastor luterano, comprendió desde la cuna que Alemania está por encima de todos, de todos en el mundo. Domina el ruso y el inglés, los idiomas de los que le han zurrado la badana a Alemania en el pasado, para poder proteger la sagrada nación teutona como esta se merece. Estudió física, lo cual la capacitó para comprender los principios de acción y reacción más que ninguna otra de esas profesiones inferiores, como Económicas o Políticas. Sus conocimientos, su inflexibilidad y el dedo del destino la auparon hasta la cancillería hace casi diez años, en una época de paz en la que los europeos del norte ataban a los perros con longaniza a las farolas y los europeos del sur ataban a los perros con lomos de bellota a edificios de Calatrava. En aquellos días de vino y rosas, Angela Dorothea se limitaba a ser la líder del pueblo líder, y a garantizar que los mercedes siguiesen saliendo de las fábricas y que las lavadoras Siemens siguiesen siendo las mejores del mundo. Un trabajo cómodo, un trabajo sencillo.
En la tierra de Grecia, donde se extienden las sombras, los vagos y despilfarradores helenos dijeron que se habían gastado todos esos recién acuñados euros
Hasta que en el sureste surgió una amenaza del pasado que había permanecido fraguándose durante décadas. En la tierra de Grecia, donde se extienden las sombras, los vagos y despilfarradores helenos dijeron que se habían gastado todos esos recién acuñados euros y que ya no podían satisfacer sus deudas con los bancos alemanes y con el FMI. No solo eso, sino que eligieron a los malvados populistas para representarlos, encabezados por un peligroso mercader de ascendencia fenicia, capaz por sí solo de llevar a los mercados al caos y a la Unión Europea a la destrucción.
Angela Dorothea comprendió entonces para qué había sido elegida, cuál era su auténtico propósito en la vida. Desechó de un plumazo la posibilidad de devaluar el euro imprimiendo un par de billones para resolver la crisis. Su padre, que había vivido la devaluación del marco en los años 20, se revolvería en su tumba. Aún recordaba con un escalofrío cómo le contaba que la hogaza de pan valía diez millones de marcos a las tres de la tarde y once millones a las cuatro. Se estremecía al pensar que, entonces, era mejor quemar los fajos de billetes que ir a comprar un puñado de carbón para la estufa. No, nadie depreciaría el euro mientras a ella le quedase un hálito de vida.
Desechó de otro plumazo la posibilidad de hacer una quita de la deuda griega. Sólo conocía un caso en el que se le había practicado una quita a un país europeo, y era el de las reparaciones de guerra que le debía Alemania a Grecia (entre otros). Pero al fin y al cabo eso no era dinero que ellos se hubiesen gastado indebidamente, solo era el dinero que los aliados habían determinado que debían pagar por la juerga que se pegaron sus tropas por tierras extranjeras y por rellenar fosas con material genético inferior. Nada comparable al imperdonable delito de malgastar en tiempos de paz. Una quita a Grecia significaría equipararla históricamente con Alemania, que al fin y al cabo solo estaba siguiendo la estrella de su destino, desde los Pirineos a Leningrado, desde Finlandia a El Alamein.
Solo había un camino, el camino de la recia dureza teutona. El de un salario justo por un trabajo justo, el del toma y daca, el del pago y la restitución. “Si para ello hay que instaurar unos muy poco cristianos minijobs en las tierras de los manirrotos, si para ello hay que arrebatarles esas soberanías nacionales que no han sabido defender, sea”, pensó Angela, con cansada resignación. El sagrado deber de Europa y la inmaculada redondez del euro así lo exigían.
Feliz cumpleaños, Angela Dorothea, y gracias por tu labor, de parte de tus súbditos sudeuropeos.