El Pacto de Los Piratas

Y sabes que lo digo de verdad
Que no voy a fallarte en nada
Que tengo mucha fuerza de voluntad
Que no te fallaré en nada

Aunque en su día no entendí muy bien la letra, veinte años después he comprendido que con la canción Promesas que no valen nada Iván Ferreiro y sus compañeros estaban anticipando el pacto entre Ciudadanos y el Partido Popular. Así que, cuando me han preguntado en la redacción de SABEMOS si el nuevo pacto tenía ya algún nombre informal, yo he apostado por bautizarlo, en su honor, ‘El Pacto de Los Piratas’.

«Promesas que se perderán en estas cuatro paredes, como lágrimas en la lluvia se irán«, rezaba este exitazo de 1995, parafraseando a Blade Runner. Sus ecos resuenan hoy en mi cabeza.

Prometo no seguir así
Prometo que no voy a pensar en ti
Prometo dedicarme solamente a mí

Porque Albert Rivera, en aras de la gobernabilidad, ha culminado un proceso de meses destinado a demostrar lo que sus enemigos repetían una y otra vez: que, al final, por más que lo negase con vehemencia en cada intervención pública, terminaría por apoyar al mismo entrenador a quien él no consideraba válido para nuestro equipo. Juan Soto Ivars lo ha llegado a calificar de estafa en su columna de hoy en ‘El Confidencial’.

Siempre que no tengo sueño
Y no puedo descansar
Invento más de mil palabras
Y busco una verdad
Intento que suenen de forma genial
Intento que no digan nada
Nada es siempre toda la verdad
Nada significa nada.

¿Entiendo la actitud de Albert Rivera? Vivo en una contradicción. Por un lado, entiendo que su postura tiene sentido desde el punto de vista de la gobernabilidad. Es una forma de demostrar, con hechos, que valoran el diálogo y que creen, como yo, en la necesidad de alcanzar compromisos y comerse sapos, especialmente si recordamos que el presidente en funciones ha sido la opción más votada por mis conciudadanos.

Pero, por otro lado, me asquea la idea de que mi voto sirva para que vaya a gobernar el país el hombre que envió los mensajes de apoyo a Bárcenas y que ha transmitido en público su afecto a cada corrupto de su partido con el mismo amor que demuestran las directioners con Harry Stiles. Me siento como si me hubiese agachado a recoger una pastilla de jabón en los baños de la penitenciaría de Rikers.

Y rompo las promesas que me hice a mí
Prometo pensar en ti
Ahora prometo sólo pensar en ti

Rompe Rivera todas las promesas relacionadas con Rajoy. Y lo peor no es que demuestre lo poco que valen sus compromisos (nada), sino que ni siquiera el hecho de incumplirlos va a servir de nada a los españoles, habida cuenta que el nuevo pacto no tiene los apoyos necesarios. Sus promesas no valen nada al cuadrado.

Albert Rivera ya demostró con Sánchez que su apoyo tenía un precio, haciendo honor a la vieja anécdota de «lo que usted es ya ha quedado claro», a menudo atribuida a Groucho Marx pese a no ser suya. El problema ya no es que Rivera haya demostrado lo que es y cuánto cobra, o que esté dispuesto a que absolutamente cualquiera lo pague, por sucios que tenga los bajos y por más ETS que parezca tener. El verdadero drama, la paradoja de todo esto, es que el «pago» no se lo iba a quedar él, sino que implicaría algunas reformas importantes con las que estoy muy de acuerdo, como la despolitización del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), una de las mayores mentiras electorales del PP.

«Esta es la lista de las reformas que te ofrezco, ¿valen más que mis mentiras?», nos dice subrepticiamente el responsable de Ciudadanos. Y es terrible, porque si Ciudadanos desaparece, lo más probable es que el PP gobierne España con mayoría absoluta en los próximos comicios, dado que el votante frustrado se quedará en casa y la inagotable hinchada popular, que viene a ser a la política lo que la afición del Atlético de Madrid, volverá a acudir en masa a las urnas. Y si gobierna el PP, no habrá reforma que valga, ni limitación de mandatos, ni nada que se le parezca. Será un Rajoy 4ever.

Pero, al final, cada uno es su propio Rev Tevye y decide hasta dónde está dispuesto a doblarse.

Si mi amada esposa entrase en casa e intentase venderme un pacto para acostarse con Mourinho, no me pararía a pensar en las condiciones. Daría igual que el portugués nos pagase la hipoteca de la casa, la Universidad de mis hijos o el sueldo para toda la vida de Nescafé. Por más que me prometan que no se besarán en la boca, o que ella garantice que pondrá siempre un poco de cara de asco durante el coito o que llevará una camiseta con mi nombre por delante y el de Iker Casillas por detrás. La respuesta sería siempre la misma: «Si lo haces, pido el divorcio. Y no dejes que los niños le llamen papá».

Porque la vida no es una cuestión de cálculo, sino de principios.

Dónde estabas entonces
Cuando tanto te necesité?
Te necesité

Imagen | ‘20minutos.es

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