Pablo Iglesias defiende la firmeza de unas propuestas con las que pretende enterrar la ‘crisis Monedero’ pero entre las que no hay rastro de renta universal o auditorías de la deuda. Pone el énfasis en las medidas antidesahucios, la paralización de las privatizaciones y el plan para impulsar la transparencia. El fantasma de Monedero, que no presentó el programa que coordinó, sobrevuela un acto coral en el que Echenique fue el más aplaudido.
Si por algo se ha caracterizado Podemos desde su fundación es por su capacidad para sorprender. “Todo esto se estudiará en las Facultades”, es algo que Pablo Iglesias repite a menudo, la coletilla con la que resalta lo insólito de sus logros. Ayer se enfrentaba a un reto sin igual, al rizado del rizo más absoluto: presentar el programa para las autonómicas sin el concurso del arquitecto del mismo. El partido ha perdido a una de sus patas, el simpar Juan Carlos Monedero, y aún sangra por esa herida. La situación recuerda, salvando todas las distancias, a la degradación de Varoufakis por Tsipras en Grecia o al ‘asesinato’ del padre ejecutado sin compasión por Marine Le Pen en Francia. Los partidos emergentes europeos se despojan de sus figuras más polémicas y escoradas en su intento por devenir alternativas de gobierno.
Sobre la ‘crisis Monedero’ ha lanzado Podemos una losa de 215 kilos, la de sus propuestas electorales, que pretende sea la lápida bajo la que se entierre definitivamente esa primera gran escalada de tensión interna. Iglesias ha querido volver a las esencias, en la medida de lo posible, para dejar sin argumentos a sus críticos. Pero es difícil lograrlo cuando ya no se habla de impagos de deuda, de salidas del euro, de jubilaciones a los 60 años, de rentas básicas universales o de procesos constituyentes. En lugar de eso se apuesta por una versión light del partido que trata de poner el acento en los problemas “de la gente”, en los desahucios, en la pobreza energética o en el fraude fiscal. Y se deja de hacer diagnósticos para proponer soluciones.
El secretario general subió a la tarima del teatro Fernando de Rojas, en el madrileño Círculo de Bellas Artes, veinte minutos más tarde de lo previsto y escoltado por una docena de dirigentes y responsables de partes del programa. No estaban entre ellos los otros dos pesos pesados del partido, Íñigo Errejón y Carolina Bescansa, con oportunos compromisos fuera de Madrid que evitaron que la ausencia de Monedero fuera todavía más estruendosa.
El modesto auditorio de 500 personas los recibió al clásico grito de “sí se puede”, alguno con el puño en alto, pero el entusiasmo de hogaño en los fieles de la formación morada no puede ni compararse con el que destilaban hace solo unos meses. Es el gongoriano “lo que va de ayer a hoy”, el contumaz sic transit gloria mundi. Iglesias trató de levantar los ánimos con su habitual estilo didáctico, en un discurso corto de 15 minutos donde enumeró las “propuestas estrella”: ley de emergencia social ‘antidesahucios’, plan de rescate contra los sobreendeudamientos, paralización de las privatizaciones o ley ‘paredes de cristal’ para impulsar la transparencia.
La clave: ley de emergencia social ‘antidesahucios’, plan de rescate contra los sobreendeudamientos, paralización de las privatizaciones o ley ‘paredes de cristal’ para impulsar la transparencia
“Han reconocido que Podemos había hecho el mejor diagnóstico de la situación y que faltaba un programa, bien aquí lo tenemos”, proclamó el secretario general, pero es imposible que este compendio no sepa a poco a los más románticos, a los que como Monedero esperaban revertir de arriba abajo el sistema. Quizá con este documento se explique la espantada definitiva del ideólogo, que no fue ni nombrado en todo el acto, ni citado en el documento del que fue hacedor, quién sabe tragándose cuántos sapos.
Además del de Monedero, otro nombre propio sobrevuela últimamente en el día a día de Podemos. Es el de Albert Rivera, el líder del partido que se está quedando con buena parte de las nueces caídas tras las sacudidas del árbol del sistema por parte de Iglesias y los suyos. A él se dirigió el líder sin citarlo: “Frente a los que están poniendo fórmulas gatopardianas, nosotros proponemos cambiar”. A partir de ahí, recurrió en exceso al truco retórico de las dicotomías y a las enumeraciones de los problemas de España, intercalando algún dardo como el que le dirigió a Esperanza Aguirre, “la condesa de la corrupción”. Le irá “muy mal”, vaticinó, ante Manuela Carmena, la candidata de Ahora Madrid que paradójicamente reniega de Podemos.
Tras su inauguración, se desencadenó un rosario de intervenciones breves de candidatos autonómicos, dirigentes y expertos que han aportado al programa, alguno de los cuales fue vencido, en su bisoñez, por el miedo escénico. Destacó la siempre decidida Irene Montero, que apenas habló durante tres minutos, el citado López -que jugaba en casa y fue recibido al grito de “presidente”- y, por encima de todos, Pablo Echenique. El carismático miembro del sector crítico y candidato a presidir Aragón fue el más aplaudido, con permiso del secretario general, pese a lo poco sugerente de su negociado: la reforma de la universidad.
Podemos quería tapar el ruido en torno a la dimisión de Monedero y su desplome en las encuestas con la lluvia de propuestas y sin duda lo logró por un momento y quizá por unos días. Pero es inevitable no apreciar lo descafeinado de este programa con respecto al de las elecciones europeas. Si serán capaces de hacérselo perdonar entre sus bases más ideologizadas, explicando que el cielo no se asalta atrincherándose en las utopías, es algo que el tiempo dirá. Como dirá si el centro que ahora comienza a mirar a Rivera e incluso al bipartidismo -no estaba muerto, estaba de parranda- vuelve a estimarlos.
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