Política y deporte: mezclados, no agitados

‘Once brothers’

Una combinación potencialmente peligrosa… o enriquecedora, si se maneja como en ‘Once brothers’, al que el Eurobasket 2015 nos permite devolver la mirada.

Este martes, después de que las muñecas de los italianos Belinelli y Gallinari desesperaran a la selección española en el Eurobasket, Nikola Mirotic abandonó la pista hecho una furia. En su camino, se desahogó con una bandera que colgaba en la entrada al túnel de vestuarios. El lío fue colosal porque Mirotic, internacional con España, nació en Montenegro y la bandera que rasgó de lado a lado era la de Serbia.

Hay quien cree que los periodistas no deben recrearse en cosas así. En este caso, parece que el episodio no da para más: Mirotic cometió un error, se ha disculpado -asegura que fue un arrebato, que no sabía que aquello que se le pegó a la cara fuera una bandera y mucho menos la de Serbia- y Serbia ha aceptado sus disculpas. Punto final.

Quien quiera prescribir morbo seguirá escarbando en la historia, y tampoco faltarán quienes se sientan ofendidos incluso con quienes han dado cuenta de ella de forma escueta y sin amarillismos, simplemente porque está muy extendido eso de que “no se debe mezclar deporte y política”. Esta frase puede encerrar diferentes lecturas: desde la conveniencia de no utilizar a disciplinas, clubes y personas para hacer propaganda de una determinada opción o fuerza política al deseo pacato de convertir en tabú todo cuanto se aparte del 4-4-2 o, en este caso, del pick and roll. De prosperar eso, no habríamos aprendido nada sobre la Guerra Fría viendo ‘Red Army’ -por poner sólo un ejemplo ya visto en esta misma columna- aunque, eso sí, estaríamos todos empolladísimos en hockey.

ESPN tampoco habría podido filmar ‘Once Brothers’ (también conocido en España con el poco afortunado título de ‘Hermanos y enemigos’), un documental de 2010 que sirvió como expiación a Vlade Divac. Él, como Mirotic, protagonizó un incidente con una bandera nada más acabar un partido. Fue en la final del Mundial de Argentina 90, que Yugoslavia ganó a la Unión Soviética. En plena celebración, un hombre saltó a la cancha con una bandera de Croacia, una de las seis repúblicas que integraban aquel país. A Divac le sentó mal: le quitó la bandera y la tiró. También le gritó: “Esta bandera no debe estar aquí”, aunque esto ya pertenece a su versión. Asegura que no quiso despreciar a Croacia, sino reivindicar Yugoslavia, y que habría hecho lo mismo con una bandera serbia.

Drazen Petrovic, que celebraba aquella medalla de oro como el que más botando sobre el parquet en el Luna Park de Buenos Aires, y se abrazaba a Divac sólo unos segundos antes, nunca le perdonó el gesto ni se creyó ninguna de sus explicaciones. Pocos meses antes de morir en accidente de tráfico con 28 años reconocía abiertamente que su amistad se había enfriado los últimos años. Cuando ambos daban sus primeros pasos en la NBA -Divac en Los Angeles, él en Portland-, hablaban cada dos o tres días. Se habían conocido en la selección yugoslava unas semanas antes de los Juegos Olímpicos de Seúl 88, como compañeros de habitación. La madre de Petrovic reconoce que Divac fue una gran ayuda para su hijo cuando comenzó en la NBA, con diferencia la peor etapa de su carrera, sin apenas jugar. Tras aquel Mundial 90 y el inicio de la guerra en los Balcanes, sólo se saludaban si coincidían en algún pabellón de la NBA, y no siempre, porque Petrovic hacía lo posible por evitar a Divac. “Le vi el otro día. Hablamos un rato. Eso es todo”, reconocía ya como jugador de New Jersey Nets, en una entrevista con la Estatua de la Libertad de fondo.

En ‘Once Brothers’, Divac reconoce que vivió durante muchos años con esa “gran carga” en su conciencia: “Siempre pensé que algún día nos sentaríamos a hablar, pero ese día nunca llegó”. Su redención llega en casa de los Petrovic, con el hermano de Drazen, Aleksandar, y su madre, Biserka, antes de visitar la tumba de su antiguo compañero. Minutos antes, la cámara le acompaña en un paseo por el centro de Zagreb, ante la mirada atónita de muchos croatas que le reconocen y parecen preguntarse qué demonios hace allí. Con el paso del tiempo, el incidente de la bandera acabó consagrando a Divac en héroe para el nacionalismo serbio y en villano para el croata. Cuando sucedió, algunos medios aprovecharon para azuzar y crispar mezclando política y deporte. Otros, como el citado documental, se sirvieron de ello para reflejar el desmembramiento de aquel estado a través de la amistad rota entre los dos viejos amigos. También política y deporte, pero con otra mezcla.

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